El uso de pantallas en las aulas se ha convertido en objeto de polémica entre tecnoutópicos y neoluditas polarizando una cuestión clave para el futuro que requiere de análisis que superen la estéril polarización.
Huyendo de ruido y maniqueísmos, recurrimos a Carlos Magro, Presidente de la Asociación Educación Abierta, que lleva años reflexionando sobre innovación educativa y a quien este debate le parece perjudicial porque desvía la atención de asuntos mucho más relevantes que, en su opinión, deberían centrar la atención de quienes estén preocupados por lo que sucede en los centros educativos.
Apasionado por la educación y comprometido con su futuro, Carlos ofrece respuestas extensas y muy sustanciosas a cuestiones sobre las que, con más frecuencia de la deseable, escuchamos opiniones desinformadas o interesadas.
pantallas en aulas con recursos escasos
– ¿Cuál es tu opinión sobre la polémica actual respecto al uso de pantallas en las aulas?
No diré que me sorprende, pero sí me ha llamado la atención su impacto. Creo que es una polémica vacía e insustancial en la que confluyen intereses distintos, cuando no contrapuestos, y que no nos ayuda a abordar un tema tan complejo. Es verdad que recoge una preocupación social genuina relacionada con la manera que tenemos de relacionarnos con las tecnologías, que va más allá de lo que pasa en los centros educativos, pero tratar de afrontar esta preocupación desde la prohibición no solo es poco educativo, sino también profundamente ineficaz, éticamente cuestionable y, a medio largo plazo, podría ser perjudicial.
Entre otras cosas porque la prohibición nos sitúa en un marco mental de “no responsabilidad” e «inacción». Nos lleva a pensar que con la prohibición ya hemos hecho todo lo que debíamos hacer, lo que nos lleva a dejar de hacer lo que realmente tenemos que hacer como, por ejemplo, educar en tecnología. También porque introduce el veneno de la desconfianza hacia docentes y jóvenes: “No sois capaces de gestionarlo vosotros, así que os lo prohibimos nosotros.”
Escolarmente es una polémica falsa (el uso de los teléfonos móviles ya estaba regulado en todos los centros educativos), construida desde el pánico moral, que desvía la atención de asuntos mucho más urgentes y relevantes que reclaman nuestra atención en las aulas y en los centros educativos y que tienen que ver con unos recursos siempre escasos, pero también con la misma estructura del Sistema Educativo que provoca, sumado a la falta de recursos, que no estemos cumpliendo con el derecho a la educación de niños, niñas, adolescentes y jóvenes (fracaso escolar, segregación, inequidad, falta de oportunidades educativas).
Por otro lado, tan iluso es sostener que vamos a resolver nuestros problemas socioeducativos con más tecnología, (solucionismo tecnológico), como creer que eliminando los móviles o sacando la tecnología de las aulas mejoraremos los resultados académicos, disminuirá la tasa repetición y el abandono temprano, eliminaremos la segregación escolar o acabaremos con la desafección de los estudiantes hacia la escolar.
– ¿Pero y las medidas que se han tomado en otros países?
Insisto, no digo que no estemos ante un asunto complejo que debamos abordar, ni que en ocasiones no surjan problemas puntuales en las aulas, en los centros o en los hogares, derivados de un mal uso de estos dispositivos (también por parte de los adultos), pero creo que decretar su prohibición en los centros educativos no era una demanda prioritaria del colectivo docente (como sí lo es la mejora de las condiciones escolares y laborales). Es una medida cosmética para que parezca que las administraciones educativas se preocupan y actúan. Y es una medida paradójica pues los mismos responsables educativos que hablan de instaurar un sello para “escuelas sin pantallas” imponen la “digitalización y plataformización” del sistema educativo o hacen inversiones millonarias en unos recursos digitales pertenecientes a grupos editoriales que nadie ha solicitado y no se usan.
«Nuestros centros educativos están tecnológicamente infradotados y en la mayoría de las aulas hay más tizas que tablets»
No está de más recordar que en esta polémica, como en muchos otros asuntos educativos, no andamos solos y que seguimos paso a paso, utilizando incluso los mismos argumentos a pesar de haber diferencias evidentes, que en muchos países antes. Las primeras prohibiciones de móviles en el entorno educativo son de hace casi dos décadas con la prohibición en New York (2006) o en Japón (2009). Recientemente se han introducido prohibiciones en Ontario, Israel, Francia, Australia, Dinamarca, Suecia.
El caso de Suecia es llamativo y cobró especial atención a la vuelta del verano, aunque todo parece indicar que ni la anunciada des-digitalización de la escuela sueca será tan radical, ni la situación de partida en términos de digitalización era comparable a la española.
En este sentido no deja de sorprender las noticias en las que “destacados intelectuales” o «numerosas personalidades” hacen un llamamiento a tomar medidas casi de Estado ante “el uso indiscriminado de tecnología en las escuelas”. No deben referirse a nuestro país, ni parece que se hayan molestado en dar un paseo últimamente por los Institutos Públicos de Enseñanza Secundaria en los que la tecnología no digo que esté totalmente ausente, pero está lejos de ocuparlo todo como sostienen. Muy al contrario, nuestros centros educativos están tecnológicamente infradotados y en la mayoría de las aulas hay más tizas que tablets.
No entraré en detalles, pero toda la polémica también resuena con lo que algunos han llamado la moda reaccionaria en educación y que magnificando algunos de los problemas educativos actuales e idealizando un pasado virtuoso en el que nada de esto sucedía, cuestionan avances sociales, educativos y pedagógicos realizados en las últimas décadas y reclaman un vuelta a los principios del mérito (en su versión meritocrática) y el esfuerzo como motores de la buena escuela.
apocalípticos e integrados
– ¿Cuánto hay de evidencia científica y cuánto de resistencia al cambio y neoludismo en el rechazo a introducir la tecnología en los procesos educativos?
A mí me gusta mucho la expresión de apocalípticos e integrados que acuñó a mediados de los años 60 Umberto Eco hablando de la cultura de masas (cómics, la música pop, la televisión). Los primeros estaban convencidos de estar en un proceso de caída irreversible y decadencia absoluta, los segundos, más optimistas, veían la cultura de masas como una oportunidad de democratización y participación de todos en la cultura. El análisis de Eco es totalmente trasladable a lo ocurrido con la aparición de Internet a finales de los 90. Desde entonces, tanto fuera como dentro del ámbito educativo, nos hemos movido entre dos posturas, unos extremadamente tecnoutópicos, otros cercanos a lo que podríamos calificar como un neoludismo.
Superar esta polarización estéril (desgraciadamente demasiado habitual en el ámbito educativo general y no sólo en el campo de la tecnología educativa) no pasa por aceptar la tecnología sin más, sino por hacer de la tecnología un objeto de indagación, problematizando tanto su aceptación y uso, como su rechazo e ignorancia. Como dice un gran referente en investigación sobre tecnología educativa, Linda Castañeda, es hora de ir “más allá del optimismo posibilista, la ingenuidad solucionista o el pesimismo ilustrado”.
«Lo que necesitamos es debatir sobre cuáles deben ser los parámetros de una buena educación y sobre qué entendemos que es educativamente deseable»
Sobre si hay o no investigación, la realidad es que tenemos mucha y buena investigación, pero pocas evidencias en el sentido que se entiende cuando hablamos de “educación basada en evidencias”, una aproximación que defiende un modelo de investigación tecnocrático y positivista, importado de las ciencias naturales, basado en el método experimental, y que busca causalidad o correlación entre variables. Ante la complejidad de los asuntos educativos, el paradigma de la medición nos promete gestionar esta complejidad y eso es muy atractivo, pero en educación, como en todas las ciencias sociales y humanas, los asuntos son siempre extremadamente complejos, multivariables, situados, dependientes del contexto, de la cultura, de las creencias. Más que causalidad, en la investigación educativa deberíamos buscar, como sostiene Manuel Fernández Navas, la transferibilidad de las investigaciones.
El deseo de hacer que la educación sea sólida, garantizada, predecible y libre de riesgos, es un intento de negar que la educación lidia siempre con seres humanos, y no con objetos inanimados. Querer convertir la educación en algo medible, objetivo y seguro es no entender que, en educación, como Philippe Meirieu, “lo normal es que la cosa no funcione: que el otro se resista, se esconda o se rebele.”
Necesitamos calmar el debate sobre la tecnología y la educación. Un debate especialmente polarizado en los últimos meses. Superar la manera crispada con que muchas veces se plantea la relación entre tecnología y escuela. Lo que necesitamos es debatir sobre cuáles deben ser los parámetros de una buena educación y sobre qué entendemos que es educativamente deseable. Y desde ahí retomar el debate sobre los fines de la educación en un contexto de vida, como el actual, totalmente atravesado por la tecnología. Tratar de controlar la tecnología en las aulas mediante la prohibición o la desatención sólo puede ampliar la crisis de sentido de la escuela.
investigación para alimentar sesgos
– ¿Hay suficientes datos para respaldar los beneficios de la digitalización de las aulas?
Una de las consecuencias negativas de reducir todo a la prohibición del móvil en los centros educativos es que se simplifica y se reduce a algo casi anecdótico la compleja relación existente entre tecnología y educación. Digamos que estrecha nuestra capacidad de pensar críticamente. Una relación histórica, por cierto, y cuyo estudio moviliza a una importante comunidad científica.
Como decíamos, hay investigación, pero no hay datos concluyentes ni en un sentido ni en otro, pero como decíamos antes no estamos ante un problema de evidencias o de datos sino de marco de pensamiento sobre lo educativo, un marco configurado por una especie de fetichismo hacia los datos, un dataísmo simplificador y reduccionista, que no solo no nos permite avanzar, sino que nos mantiene en una lucha de trincheras paralizante. Los datos, o cierto tipo de investigación educativa, son utilizados como armas arrojadizas sobre quien piensa o sostiene ideas o posiciones diferentes. Utilizamos la investigación para alimentar nuestros sesgos o para afianzar nuestras posturas. Si la investigación arroja datos que apoyan mi argumento entonces es buena investigación, sino es mala investigación.
En las últimas semanas, a raíz precisamente de la ola de prohibiciones en muchos países, se han publicado varios artículos que exploran la relación entre prohibiciones de los móviles en las aulas y resultados académicos (aquí, aquí y aquí). Lo que encuentran es que no hay causalidad ninguna (eso ya lo sabíamos) y poca o casi ninguna correlación entre la medida de la prohibición y los resultados. Nada muy concluyente, como es lógico, aunque la mayoría sí señalan (esto también lo sabíamos hace tiempo) que la eficacia de la tecnología para enseñar depende del enfoque pedagógico empleado y del diseño específico de la tecnología. Más allá de las tecnologías concretas, los dispositivos o las aplicaciones que utilicemos es fundamental el diseño pedagógico.
En un importante y bien documentado informe de la UNESCO publicado el verano pasado y titulado Tecnología en la educación: ¿una herramienta en los términos de quién? se sostenía y, cito literalmente, que “el cambio resultante del uso de la tecnología digital es incremental, desigual y mayor en unos contextos que en otros. La aplicación de la tecnología digital varía en función del nivel socioeconómico y la comunidad, la disposición y preparación del docente, el nivel educativo y los ingresos del país.”
«La tecnología educativa es demasiado importante como para dejarla completamente en manos del mercado o de las empresas de tecnología»
En ese mismo informe, alertaban que si la inversión educativa se hace solo en tecnología y no en otras infraestructuras básicas como aulas, docentes y libros de texto puede provocar que nos alejemos de la meta para educación (ODS 4) de la Agenda 2030, sobre todo en países de ingresos bajos y medio-bajos, pero también que es más que dudoso que la educación de estos niños, niñas y adolescentes sea igual de pertinente sin la tecnología digital. Es decir, el informe reclama la necesaria y obligatoria (hablan en término de derecho) alfabetización digital crítica (lo que se conoce como competencia digital). El informe también llama la atención sobre los “dueños” de esas infraestructuras digitales y plantea algunas preguntas relevantes: ¿Quién formula los problemas que debe solucionar la tecnología? ¿Quién promociona la tecnología educativa como condición previa para la transformación de la educación? ¿Qué credibilidad tienen dichas afirmaciones?
La relación entre tecnología y educación no es ni sencilla, ni directa. Es una relación compleja y llena de aristas. Uno de los mayores problemas ha sido su incorporación y traslación directa, desde otros contextos, a las aulas, en muchas ocasiones, sin crítica, ni reflexión y con apenas marcos teóricos.
Estoy de acuerdo con Neil Selwyn cuando afirma que “demasiada tecnología que se ha infiltrado en las rutinas diarias de los educadores, las aulas y las escuelas se siente insatisfactoria, reduccionista y, a menudo, en desacuerdo con los valores y sensibilidades educativos fundamentales”. Ese abuso es también responsable de la reacción anti-tecnología que estamos viviendo.
La tecnología educativa es demasiado importante como para dejarla completamente en manos del mercado o de las empresas de tecnología. En tiempos saturados de tecnología como los actuales, es más importante que nunca reclamar lo educativo de la tecnología educativa. Educar la tecnología educativa. Pero esto no es negar el papel de la tecnología en la educación.
prohibir sin saber qué
– ¿Cómo crees que está afectando este debate a la percepción de la tecnología en el ámbito educativo? ¿No crees que se está confundiendo digitalización con innovación?
Toda la polémica es muy confusa. Como hemos dicho, parece que busca más desviar la atención que afrontar un problema. Para empezar, no queda muy claro de qué estamos hablando exactamente y qué se está cuestionando. Si son los teléfonos móviles, o los dispositivos móviles en general, es decir, también las tablets, los libros digitales y portátiles; o lo que estamos cuestionando son las pantallas en general, lo que incluiría no solo las antes citadas sino también las pantallas de los ordenadores, las pantallas de proyección, las pizarras digitales. O quizá como parece deducirse a veces, lo que estamos cuestionando es la mayor, es decir, el papel de la tecnología en educación, pero si es así, deberíamos especificar de qué tecnologías estamos hablando (también de qué educación), porque no ha habido, ni hay, ni habrá nunca educación sin tecnología, sea esta la escritura, el libro impreso, el libro de texto, las tecnologías de la información o la Inteligencia Artificial.
«Sin negar la necesidad de la regulación, no parece que la prohibición sea la mejor opción educativamente hablando»
Tampoco tenemos muy claro hacia donde apunta la prohibición. Tenemos la respuesta (prohibir) pero no queda claro cuál era la pregunta. No sabemos si lo que nos preocupa es que la incorporación de la tecnología esté afectando a los aprendizajes del alumnado, o que se estén generando aprendizajes peores, que esté disminuyendo nuestra competencias lectoras o de comprensión de textos o que no sepamos expresarnos (ya adelanto que no hay datos que sostengan estas afirmaciones), o quizá lo que nos preocupa es que la tecnología en el entorno escolar afecte a los comportamientos, a la socialización de los alumnos, a su desarrollo, a su inteligencia o a sus capacidades de discernimiento, o valoración (tampoco hay datos que sostengan esto). No queda claro. Todo está muy mezclado.
La prohibición es una política de muy bajo costo, popular entre las familias porque entra bajo el paraguas del sentido común y parece responder a una preocupación genuina, pero sin evidencias. Los argumentos de los defensores de la prohibición de los móviles tienen que ver con temas como la “adicción” (una palabra totalmente fuera de lugar, creo) que provoca la tecnología, la distracción, el ciberacoso o la bajada de rendimiento escolar. Preocupaciones todas ellas respetables por supuesto, pero sobre las que no tenemos datos concluyentes que sustenten que la tenencia o no de dispositivos móviles esté relacionada con estos asuntos, ni tampoco datos sobre la eficacia de la prohibición generalizada sin más. Sin negar la necesidad de la regulación, no parece que la prohibición sea la mejor opción educativamente hablando.
En muchos casos estas medidas parecen el producto de un discurso de miedo generalizado que utiliza estrategias de pánico moral y que provoca un clima de desconfianza hacia los propios jóvenes en general y en particular en su relación con la tecnología. Les estamos enviando un mensaje de que sin nuestra intervención como adultos no son capaces de gestionar ni su relación con los móviles, ni tampoco su educación.
beneficios e inconvenientes de la tecnología
– ¿Cuáles son algunos de los beneficios más significativos que, en tu opinión, puede ofrecer la tecnología a profesores y alumnos? ¿Y los perjuicios?
Poner en cuestión como decíamos la tecnología sin matices devuelve el debate a una situación que pensábamos superada en la que la pregunta era precisamente «tecnología sí» o «tecnología no» en educación. Una pregunta absurda, como hemos dicho, porque la vinculación de la educación y en concreto de la escuela con las tecnologías es fundacional.
Debemos ser conscientes de que las tecnologías digitales no son solo herramientas para interaccionar con el mundo y entre nosotros, sino que se han convertido en fuerzas ambientales, antropológicas, sociales e interpretativas que están creando y modelando nuestra realidad intelectual y física, cambiando nuestra comprensión de nosotros mismos, modificando cómo nos relacionamos entre nosotros y con nosotros mismos, y cómo interpretamos el mundo (Luciano Floridi). No son solo herramientas. Son el entorno en el que ya se desenvuelve el aprendizaje. Y son un entorno que debe ser dominado por alumnos y profesores. La cuestión ya no es si tecnología sí o tecnología no, sino qué tecnología, diseñada y producida por quién, para qué queremos esa tecnología y cómo queremos utilizarla en educación.
En este sentido, cuando hablamos de la relación entre tecnología y educación, podemos distinguir a grandes rasgos dos ámbitos.
Un primer ámbito que ha centrado gran parte de la atención y que en muchos casos no ha sido más que una sucesión de promesas incumplidas, y que tiene que ver con enseñar y aprender utilizando tecnología. Aquí es donde, como ya hemos dicho, encontramos un poco de todo, excelentes experiencias de aprendizaje y enseñanza, pero también traslación al ámbito tecnológico de viejos métodos educativos ya descartados o directamente. Hacer lo mismo de siempre, con tecnología o sin ella, no permite avanzar hacia una mayor calidad y equidad de la educación.
El segundo ámbito tiene que ver con el desarrollo de la competencia digital, con la alfabetización crítica hacia la tecnología. Este ámbito no solo es fundamental, sino que empieza a ser urgente con la irrupción de las IAs generativas, y, aunque los partidarios de la prohibición digan que no se pone en riesgo, cuando cuestionamos, sin matices, la tecnología en la educación y cuando apostamos por la prohibición en lugar de educar y confrontar las dificultades, sí estamos debilitando la capacidad de la escuela para desarrollar la competencia digital.
– ¿Están preparados los educadores para integrar la tecnología en el aula?
Estamos en ello. Desde 2006 la competencia digital es una competencia clave de las 7 que el sistema educativo debe asegurar en la etapa obligatoria. Clave no solo porque sea necesaria en sí misma, sino porque habilita la adquisición y desarrollo de otras competencias necesarias para el desarrollo de las personas y su integración y participación en la sociedad contemporánea. Implica el uso seguro, crítico y responsable de las tecnologías digitales para el aprendizaje, en el trabajo y para la participación en la sociedad. Para poder trabajarla en la escuela y en las aulas es evidente que necesitamos que sea dominada por los docentes (competencia digital docente) y esté incorporada en los centros educativos (plan digital de centro).
Lo primero tiene que ver con la formación inicial y continúa de los docentes. Desde hace varios años, tanto en España como en Europa, se han puesto en marcha numerosas iniciativas e instrumentos de reflexión y evaluación para asegurar la competencia digital de los docentes (por ejemplo el DigCompEdu).
«Hacer un uso seguro, saludable, sostenible, crítico y responsable de las tecnologías digitales requiere formación explícita y planificada»
Lo segundo tiene que ver precisamente con la reflexión y planificación necesaria a nivel de proyecto educativo de centro para integrar y tratar en todas sus dimensiones lo digital. Es el instrumento que debe adecuar y facilitar el uso de los medios digitales en el proceso de enseñanza y aprendizaje y tiene que ver con las infraestructuras, equipamientos, recursos, las metodologías y estrategias de enseñanza, aprendizaje y evaluación, la gestión del centro, su gobernanza, el tipo de liderazgo. El Plan digital de centro es obligatorio.
Los meses de confinamiento en 2020 nos mostraron las importantes carencias en términos de digitalización que había entre estudiantes, familias, docentes y escuelas, e hicieron visibles las brechas digitales existentes, alguna que pensábamos que ya estaba superada, la más básica, la primaria, la que tiene que ver con tener o no equipamientos y recursos (ésta que niegan los del uso indiscriminado de la tecnología en las aulas); otras, realmente importantes en los procesos de enseñanza y aprendizaje, la brecha secundaria la de uso y que amplifica las viejas brechas socioeconómicas y de capital cultural; y en tercer lugar, una brecha terciaria o institucional que tiene que ver con esto que estamos hablando, el rechazo institucional de la importancia de lo digital en el contexto educativo.
Hacer un uso seguro, saludable, sostenible, crítico y responsable de las tecnologías digitales requiere formación explícita y planificada. En casa, sí, pero también en la escuela. Lo que a su vez demanda competencia digital de los docentes y una estrategia digital de centro. Necesitamos docentes y organizaciones digitalmente competentes.
El sello de centro sin pantallas o las declaraciones desde el Ministerio y la mayoría de las Consejerías a favor de prohibir los móviles en los centros entran en contradicción con todo esto y parecen hechas desde el oportunismo político y no el interés educativo.
una arcadia predigital
– ¿Qué papel juegan los padres y la comunidad en general en este proceso?
Como en todo lo que tiene que ver con educación las familias juegan, para bien o para mal, un papel determinante. En este tema del que estamos hablando parece que las familias han jugado un papel protagonista con los movimientos de padres que se organizaron desde el verano pasado no solo para cuestionar la tecnología y los móviles en los centros educativos, sino los móviles en general.
En realidad, aunque estoy seguro de que todas las familias con hijos e hijas menores están preocupadas con el uso de los móviles, mi sensación es que quienes promovieron, al menos inicialmente, la propuesta de prohibición pertenecía a un perfil de familias con un determinado capital económico y cultural. Salvando las distancias, me recordó mucho a aquello que repetimos hasta la saciedad hace unos años de los gurús de Silicon Valley que llevaban a sus hijos a escuelas sin pantallas, algo que nos hizo preguntarnos si ellos lo hacían, por qué nosotros no (aquí conviene leer a Maria del Mar Sánchez).
«Hay que tener mucho cuidado cuando desde ciertos ámbitos (ciertas familias, ciertos expertos, responsables educativos) se promueve una especie de vuelta a una arcadia predigital»
Lo que no quisimos ver entonces, y parece que olvidamos ahora de nuevo, es que esos niños y niñas, hijos de una elite, pueden asistir a una escuela sin pantallas porque sus familias saben que no les va a faltar el contacto, la socialización y las competencias digitales, de hecho, muchas de esas familias, al tiempo que llevan a sus hijos a escuelas sin pantallas, les apuntan a clases de robótica o pensamiento computacional.
Por eso hay que tener mucho cuidado cuando desde ciertos ámbitos (ciertas familias, ciertos expertos, responsables educativos) se promueve una especie de vuelta a una arcadia predigital porque puede ser profundamente injusta y desigual precisamente con quienes más necesitan del acompañamiento de la escuela para este tema.
Cuando el máximo responsable de la educación de una Comunidad Autónoma anuncia la creación de un sello que distinguirá a los colegios de Primaria y Secundaria que prescindan por completo de las pantallas en sus proyectos educativos, no solo está cuestionando el derecho a desarrollar en la escuela la competencia digital, tal y como establece la legislación desde 2006, sino que está conculcando el derecho de todas y todos a una educación que permita comprender y actuar sobre el mundo.
tecnologías de la simulación
– ¿Qué tecnologías crees que pueden resultar más enriquecedoras en los centros educativos?
No lo sé bien. Para mí, todo el conjunto de tecnologías que podemos llamar tecnologías de la simulación (realidad aumentada, realidad virtual, simuladores) creo que tiene un enorme potencial en el ámbito educativo, primero en la universidad y formación profesional; en segundo lugar, en los formatos híbridos y online; y con más dificultades, por una cuestión de recursos económicos, en la enseñanza básica.
Por otro lado, si algo sobresale en el ámbito de la tecnología educativa cuando echamos la mirada hacia atrás son los datos. Los datos son los protagonistas silenciosos de esta ya larga historia de la tecnología educativa. Podemos afirmar que el aspecto distintivo del profundo proceso de digitalización de la vida, y en particular de la educación que hemos vivido en las últimas décadas es la datificación, es decir, la capacidad de transformación de todo tipo de objetos, procesos, prácticas, pautas y comportamientos en información digital, almacenable e interpretable.
Esta datificación extiende sus promesas desde los estudiantes (facilitándoles en teoría el aprendizaje mediante una retroalimentación personalizada) hasta los responsables políticos de la educación (ayudándoles a determinar el rendimiento de los sistemas educativos) pasando por los docentes (para ser más eficientes y precisos en sus intervenciones) y los equipos directivos de los centros. Todo esto está por ver.
Pero, tampoco hay olvidar que toda esta ciencia de los datos (que incluye las IAs) requiere de grandes infraestructuras e inversiones para sostenerse, y que hace que estén dominadas por una industria de grandes corporaciones tecnológicas con un poder técnico y financiero muy concentrado, conocida como «Big Tech». La utilización masiva de datos recopilados durante los procesos de enseñanza y aprendizaje, y la plataformización, nos plantean no pocos desafíos prácticos, éticos y políticos vinculados con la utilización de esos datos; su gobernanza; la privacidad; la necesidad de transparencia; la no neutralidad y los posibles sesgos en el diseño de aplicaciones; pero también en su utilización; el impacto en las formas de enseñar y aprender; su adecuación educativa; o el exceso de control y vigilancia que pueden acarrear; e incluso su altísimo coste medioambiental.