En julio de 2017 la empresa Shonin lanzaba en Kickstarter su Shonin Streamcam Wearable Camera, un dispositivo del tamaño de un pequeño monedero que permite grabar lo que ocurre delante de ti con un simple clic para ser transmitido a la nube de manera instantánea. De los 30.000 dólares que buscaban consiguieron 317.135 en cuestión de días. ¿El coste para ir grabándolo todo por la calle, vendido como un mecanismo de seguridad? 169 dólares.
Los avances en almacenamiento de memoria, de capacidad de transmisión de vídeo a la nube como copia de seguridad, así como la duración de la batería de los dispositivos, pronto harán posible registrar todo lo que nos ocurre a diario en un videoblog, algo que dispara las alarmas sobre la falta de privacidad, el derecho a la intimidad y la ética fotográfica, entre otros. Dentro anuncio.
El miedo a las cámaras no es nuevo, pero ha ido cambiando
El miedo a ser fotografiado arranca con las primeras cámaras móviles del siglo XIX, y muchos de nosotros recordamos su aportación en las películas de exploración del continente africano, cuando las alegres tribus locales deciden matar a los investigadores por robarles el alma en forma de fotografía. Es posible que fuese una licencia y una exageración cinematográfica, pero las cámaras tuvieron sus detractores.
Más cerca en el tiempo tenemos el creciente miedo del control social que cristalizaron en 1984, de George Orwell y Un mundo feliz, de Aldous Huxley. A pesar de que todavía no había pantallas por todas partes, las cámaras que filmaban a la población ya suponían una preocupación por parte de muchos. «¿Dónde había quedado la intimidad?», se preguntaban los autores.
Este rechazo volvió cuando se popularizaron las cámaras analógicas a finales del siglo pasado debido a su bajo coste, y las digitales ya en el XXI. Estas últimas, además, abrieron un nuevo diálogo en materia de difusión de la imagen capturada.
Con cada entrada de nueva tecnología, y por tanto con más poder en manos de las personas de entrar en el terreno de la privacidad de otras personas, el debate vuelve a abrirse. Es recurrente, y cambia a medida que la tecnología modifica las técnicas de captura y difusión.
Uno de los últimos debates surgió del sonido que simula el obturador de una cámara tradicional cuando los smartphones hacen una fotografía. Ese clic clic clic que nos avisan de que alguien está disparando.
Cuando en 2007 los teléfonos inteligentes irrumpieron en el mercado, estos podían silenciar este sonido. Los antiguos teléfonos no habían necesitado de este mecanismo de aviso, quizá porque la baja calidad de la fotografía no preocupaba demasiado.
Durante un tiempo, la mayoría de las actualizaciones de iOS y Android llevaron el sonido fijo con objeto de blindar la intimidad de las personas, pero en países como el nuestro, en el que prevalecen valores democráticos como los que explicamos a continuación, el debate se superó haciendo una llamada al buen uso de la tecnología, y ahora depende del sistema operativo o del parche del fabricante. Sin embargo, en países como Japón este sonido de obturador no se pueden silenciar.
La legalidad tras las fotografías sin permiso. ¿A qué puedo hacer fotos?
¿Puedo fotografiar un cuadro, a una persona, un espacio público? Fran Nieto, licenciado en Derecho y experto en Legislación sobre Propiedad Intelectual, explica en su canal de YouTube las claves sobre el tema, que resumimos a continuación.
En la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), el Artículo 12 aclara que «nadie será objeto de injerencias [intromisiones] arbitrarias en su vida privada», y la Constitución Española (1978) sintetiza esto en su Artículo 18 como que «se garantiza el derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen».
Esto, llevado a tierra con la LO 1/1982, matiza que «tendrá la consideración de intromisión ilegítima […] la captación, reproducción o publicación por fotografía […] de la imagen de una persona». Esto básicamente limita todo uso de una fotografía sin permisos, y la Ley Orgánica de Protección de Datos dice además que el permiso de captación (toma de fotografía) y publicación son diferentes. Es decir, que una persona nos dé permiso para fotografiarla no significa que tengamos su permiso para publicar esa fotografía.
Estas libertades irrenunciables chocan en el ámbito fotográfico con el derecho a la libertad de expresión y de prensa, el derecho a ofrecer y recibir información veraz. Es un área un poco gris que acaba matizada con la ética de la que hablaremos más abajo, e incluso por la autocensura, pero hay algunas claves que esclarecen qué puedo y qué no puedo fotografiar.
Estos documentos legales aclaran que no tenemos que pedir ningún tipo de permiso si la persona no es reconocible. Si usamos una profundidad de campo muy escasa, una velocidad de exposición larga o usamos filtros específicos que no permiten reconocer a la persona, por ejemplo.
Además, se puede realizar la fotografía de un espacio público siempre y cuando las personas fotografiadas (de las que no tenemos permisos) no sean protagonistas de la toma. Por ejemplo, una panorámica. Es la llamada aparición accesoria, en la que apareces en una fotografía no porque alguien te esté enfocando a ti, sino porque tú estabas en la dirección del foco. Recordando, claro, que no todos los edificios y lugares aparentemente públicos son fotografiables.
La ética tras la captura de fotografías y vídeo
La historia nos ha enseñado que tenemos cierto miedo a ser observados, pero también tenemos miedo a no serlo si algo nos ocurre. Seguridad y privacidad parecen chocar en las leyes, que a menudo se resuelven con sentencias específicas y procesos judiciales que (aunque se apoyan en las leyes) tienen manifiestos tintes éticos de la sociedad en la que se encuentran.
En EEUU, por ejemplo, el miedo a ser atacado existe casi desde la colonización del continente americano, y la política de armas ayuda a entender la seguridad como un derecho fundamental que el 11-S ayudó a consolidar. En Japón, el derecho a la privacidad es absoluto frente a otros. En otros países hay puntos intermedios, más grises, y más debate al respecto.
A medida que la tecnología avanza y nuevos dispositivos son ideados (como FrontRow, el dispositivo de 399 dólares que pretende retransmitir la vida de la gente en vivo) se hace necesaria la apertura del debate al respecto para evitar que los procesos más frecuentes sean los penales, resaltando la importancia de la ética como acompañante de la tecnología.
Por suerte, y en líneas generales, podríamos decir que la mayoría de los usuarios y fotógrafos profesionales se autoimponen ciertos límites, o al menos cumplen los establecidos por el canon social. Pero estos se vuelven difusos con las distintas sensibilidades adquiridas en una sociedad que vira hacia el moralismo; así como con derechos fundamentales (algunos de hace más de 70 años) que han de reinterpretarse con el avance tecnológico.
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