Está claro, no son buenos tiempos para el periodismo. Ni siquiera los nuevos medios dirigidos a “millennials”, que parecían marcar el futuro de la profesión, lo están pasando bien. Centraron toda su estrategia de crecimiento en Facebook y el cambio de algoritmo de esta red social les ha cogido con el pie cambiado.
En Nobbot hemos escrito mucho sobre nuevos modelos de negocio para la prensa, que pueden pasar por el pago al estilo Netflix, la creación de comunidades de lectores o la liquidez, entendida en el sentido crematístico o en el que hizo fortuna en la pluma del filósofo Zygmunt Bauman. También sobre la necesaria refundación ética de una profesión que ha perdido parte de su credibilidad con prácticas como la confusión entre hechos y opinión o la difusión de bulos a cambio de clicks.
News: resulta que estos son los últimos días de vida de @BuzzFeedEspana y @BuzzFeedLola. Gracias a todos los que nos habéis acompañado durante estos 3 años y pico. Por supuesto, buscamos nuevo trabajo, así que os recuerdo quiénes somos:
— marcos (@emece) 25 de enero de 2019
frivolidades las justas
¿Y ahora qué? Es la pregunta a la que todos los empresarios de los medios de información quieren dar respuesta y de la que dependen tantos puestos de trabajo. Hoy, el paro en la profesión es un 50% superior al que se registraba en 2008, tal como se señala en el último Informe de la Profesión Periodística elaborado por la Asociación de la Prensa de Madrid. Así que, frivolidades, las justas.
“Los archivos del Pentágono”, una de las últimas loas o, quizás elegías, dedicadas al periodismo clásico como puntal de la democracia. El film retrataba –suspiro- un periodismo vigoroso, capaz de enfrentarse con valentía al poder, hablando con él de tú a tú.
Por ello, no me voy me atrevo a sumar ninguna nueva teoría sobre el futuro del periodismo a la larga lista de elucubraciones que se han pergeñado en estos años de crisis del sector. Me conformo con expresar mi tristeza y volver la vista atrás, como hacía Spielberg en su celebradaAsí que regreso al año 1991, cuando pisé por primera vez una redacción que yo veía como la antesala hacia mi futura carrera como exitoso literato. La arrobada densidad de las poesías que dedicaba a mi novia de entonces ha sido lo mejor que ha salido de mi pluma y ese sueño, como era de esperar, nunca se convirtió en realidad.
Por estas casualidades o «causalidades» de la vida fui a parar a una sección pequeña pero prestigiosa en un gran periódico nacional, dirigida por el veterano periodista José María Fernández-Rúa, que formaba un tándem bien engrasado con el joven y siempre sensato Alberto Aguirre de Cárcer. Dos personas que, con el tiempo, consideré amigos y maestros.
primera lección de periodismo
Y fue justo al llegar a su mesa cuando aprendí la primera lección. Frente a la pantalla del ordenador -oscura, en la que resaltaban letras verdes, fosforescentes- tecleaba con fuerza, como si estuviera enfadado, José María, envuelto en una nube de humo de tabaco. Después de saludarle me senté en una silla situada a su espalda esperando que me contestara o, por lo menos, que me mirara.
Pero él se hallaba concentrado en un monitor en el que, junto a las palabras, iban apareciendo extraños códigos de maquetación que, en ese momento, a mí me resultaban incomprensibles. Tanto como el hecho de que el periodista escribiera descalzo.
Era invierno y no hacía demasiado calor en la redacción, así que no entendí ese sorprendente comportamiento.
Pasaron los minutos y yo permanecía en silencio para no molestar, no quería empezar con mal pie. En la mesa, una bandeja donde se acumulaban teletipos, una cartera de piel, un montón de revistas científicas y las fotos enmarcadas de unos niños sonrientes.
Manuel Becerra, Ventas, los toros…
Por fin, José María acabó de escribir, se calzó, me miró y dijo algo así como: “Encantado de conocerte, si tienes novia tendrás que elegir entre estar con ella o aprender este oficio, porque aquí no hay horarios…Ah, y escribo descalzo porque me gusta tocar el suelo con los pies cuando hago mi trabajo”.
Acto seguido se levantó y le vi alejarse hacia la otra punta de la redacción donde, como supe poco después, se hallaba el redactor jefe. Desde la silla en la que me hallaba, les escuché discutir y su conversación se mezclaba en mis oídos con la cantinela “Manuel Becerra, Ventas, los toros…” que repetía un extraño personaje en su camino hacia la puerta de salida. “Manuel Becerra, Ventas, los toros..”
Suspiré y, discretamente, me descalcé. Toqué con mis pies el frío suelo de la redacción y, por primera vez, me sentí periodista.
Desde entonces, a la manera de Anteo, siempre me ha parecido que el buen periodista debe mantenerse muy pegado al suelo, tanto en el ámbito profesional como personal. “Servir a los gobernados y no a los gobernantes”, tal como decía Katharine Graham, la editoria de The Washington Post que protagonizaba la película de Spielberg antes citada.
Echo de menos -perdón por el desahogo- ese tiempo, anterior a las redes sociales e internet, en el que un periodista se quitaba los zapatos para tomar el pulso del suelo, para detectar las vibraciones de lo que sucedía la calle. Echo de menos, en definitiva, al periodismo que fue y no sé si volverá a ser.