Existen muchas formas de amor. El romántico, el maternal. O incluso hacia unos mismos. Pero si hay un amor incondicional, más allá de los lazos de sangre y el interés propio, seguramente es el que se prueba por los animales. ¿Hay una explicación científica?
Algunos sostienen que el amor por los animales es puramente social más que biológico. Varios científicos han sugerido la idea de que los animales emplean una especie de parasitismo hacia nosotros. Reciben comida y cariño de los humanos sin ofrecer mucho a cambio. Al menos, nada muy concreto. Quien apoya esta tesis también afirma que el amor humano hacia los animales depende precisamente de esta forma de dependencia. Es decir, como sé que soy muy importante para ti, entonces te mereces mi amor.
Lo cierto es que la domesticación de algunos animales es el resultado de un intercambio mutuo de favores: comida y refugio a cambio de protección y vigilancia. Sin embargo, no existe una explicación evolutiva satisfactoria que justifique el sentimiento y el bienestar que experimentamos cuando miramos los hocicos de nuestros perros y gatos.
Por otro lado, ¿qué pasa en nuestro cerebro cuando vemos sufrir a un animal? Un cachorro cautivo que intenta desesperadamente salir de una jaula. O un perro abandonado en una pequeña terraza bajo un sol abrasador. Las respuestas emocionales pueden ser de varios tipos. La mayoría se refugia en la evitación, tratando de no mirar ni pensar en el dolor del animal. Para otras personas, pocas en verdad, esto no es posible. Algo se les activa inmediatamente.
La genética influye en el amor hacia los animales
Es sabido que las actitudes de las personas hacia los animales están influenciadas por una variedad de factores sociales. Como las primeras experiencias de vida, especialmente en el contexto familiar, los rasgos de personalidad e incluso las creencias religiosas. Sin embargo, los resultados de un reciente estudio muestran que la genética también puede desempeñar un papel importante.
La investigación realizada por un equipo del Instituto Roslin de la Universidad de Edimburgo y el Colegio Rural de Escocia (SRUC) ha destacado una diferencia genética en las personas que muestran una mayor compasión por los animales. Esta diferencia se encuentra en un polimorfismo específico del gen para el receptor de la oxitocina.
La oxitocina es una hormona neurohipofisaria que actúa como neurotransmisor. Es comúnmente llamada ‘la hormona del cariño’ porque, entre sus diversas funciones, ayuda a crear y fortalecer los lazos sociales. La oxitocina es fundamental por su papel durante el embarazo y la lactancia. Repartir y recibir abrazos contribuye a su producción.
El experimento
Los científicos escoceses analizaron el ADN de 161 estudiantes voluntarios a quienes también se les pidió que completaran un cuestionario para evaluar su empatía hacia los animales. Los investigadores encontraron que aquellos que mostraban una mayor compasión por los animales presentaban un polimorfismo particular del gen para el receptor de la oxitocina. Además, las mujeres respondieron más positivamente que los hombres. Así como las personas cuya profesión estuviera relacionada con el cuidado de los animales. Una verdadera vocación, o incluso un talento natural.
Es la primera vez que los poliformismos del gen para el receptor de la oxitocina se vinculan a las relaciones establecidas entre personas y animales. «Esta investigación es solo el comienzo, pero esperamos que los resultados puedan ayudarnos a desarrollar estrategias para mejorar el bienestar animal en todo el Reino Unido», dijo el profesor Alistair Lawrence, del Instituto Roslin y SRUC, en la presentación del trabajo.
No obstante, es probable que las repercusiones de estos estudios tengan un alcance más amplio. El Instituto Roslin, de hecho, es uno de los centros de investigación más populares del mundo, dedicado a mejorar la vida de humanos y animales. Debe gran parte de su prestigio internacional a la clonación de la oveja Dolly, el primer mamífero que se replicó con éxito a partir de una célula somática. Dolly ahora se exhibe, embalsamada, en el Museo Nacional de Escocia, en Edimburgo. Ahora se clonan muchos otros animales.
La empatía debe dirigirse a animales y humanos
Más allá de la predisposición genética, no hay duda de que la empatía hacia los animales y los humanos debe ser enseñada. En este sentido, la psicología ya sabe muy bien que las situaciones y los modelos a los que estamos expuestos en la infancia y la adolescencia influyen en nuestra formación. Si el modelo de respeto por los animales y por los demás es positivo, es muy probable que también se refleje en la vida adulta, con el desarrollo de un sentido maduro de responsabilidad sobre una base empática. Como se suele decir: el niño es el padre del adulto.
Al mismo tiempo, es importante que la empatía que algunas personas sienten hacia los animales no vaya en detrimento de la que experimentan hacia su propia especie. Una deriva un tanto inquietante. También hay que decir que esta ‘superempatía’ hacia los animales casi siempre se limita a perros y gatos, que ya se consideran parte integrante de nuestro círculo social o familiar. De modo que tanto los lobos como otros animales menos adorables no reciben la misma disponibilidad emocional. Siguen siendo extraños y vistos como una amenaza.
Las mascotas tienen rasgos y actitudes similares a las de los niños. Y los seres humanos están programados para querer a las criaturas dulces e indefensas. Quien no lo haga, probablemente pertenezca a otra especie. Sin embargo, el escritor y filósofo francés Jean-Paul Sartre dijo: «Cuando amamos a los animales, los amamos a expensas de los humanos”. Tal vez una cosa no quite la otra.
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Imágenes | Wikipedia, Needpix, Flickr/smlp.co.uk