Las tesis que desde hace años defiende Areti Markopoulou, arquitecta, directora académica del Instituto de Arquitectura Avanzada de Catalunya (IAAC) y líder del departamento del Grupo de Arquitectura Avanzada, tienen más vigencia que nunca.
La arquitecta griega lleva años advirtiéndonos de la vulnerabilidad de nuestras ciudades. ¿El motivo? Una planificación y construcción que han dado la espalda a la naturaleza para favorecer la sobrepoblación, el vehículo privado y el uso de materiales contaminantes. ¿El resultado? Nuestra indefensión frente a la crisis de la COVID-19. La ciencia y la biología, apoyadas en la tecnología, son sus recetas para que las urbes se conviertan en entornos más saludables y resilientes contra futuras pandemias.
– Como arquitecta, ¿qué sensación le provocó que las ciudades se vaciaran completamente durante el confinamiento?
Han sido unas semanas muy tristes porque la ciudad se basa en la interacción de los ciudadanos. Si prohibimos la ocupación del espacio público estamos hiriendo o manchando la idea de urbe. Creo que la planificación y el diseño podrían haber ayudado a gestionar mejor la ocupación temporal del espacio público sin necesidad de prohibiciones.
– ¿Qué hubiera hecho usted?
El ejemplo lo tenemos en otros países que sí han apostado por soluciones más dinámicas. La tecnología y el urbanismo podrían haber ayudado. Herramientas como las aplicaciones móviles nos podrían haber ayudado a guardar la distancia de seguridad en la calle. Otra posibilidad hubiera sido colocar elementos físicos divisorios aplicando criterios de densidad o según el espacio público del que dispone cada barrio.
«La planificación del uso temporal del espacio público durante la COVID-19 podría haber sido más dinámica».
– Una lección positiva del confinamiento ha sido el respiro que le hemos dado al planeta. Como consecuencia, muchas urbes han decidido quitarle espacio a los vehículos para dárselo a peatones y ciclistas. ¿Son suficientes estas medidas?
Es una combinación de lo aprendido y un motivo para acelerar la implementación de medidas que ya estaban en la agenda de muchas urbes. Creo que es fantástico, pero el portador del virus, además del cuerpo humano, es la ciudad y la manera en la que están planeadas y construidas.
«Las ciudades tienen que ser más proactivas, producir sus recursos y servicios localmente sin depender del coche para ir a trabajar o para dejar a los niños en el colegio».
El impacto del coronavirus ha sido menor en las áreas rurales y aunque las ciudades no tienen por qué mirarse en ese espejo, necesitamos medidas más radicales. Tenemos que sacudir los principios que nos han regido durante décadas.
– Pero para ello necesitamos políticos y legisladores que sean valientes.
Sí. Deben intervenir urbanistas, arquitectos, sociólogos, economistas, legisladores…Es una oportunidad que no hay que dejar pasar ni olvidar. Cada año muere más gente como consecuencia de la contaminación que por la COVID-19. El número de personas con enfermedades respiratorias ha aumentado y esto les ha hecho vulnerables al coronavirus. Es fundamental repensar la calidad del aire que respiramos. También hemos roto la cadena natural del ecosistema y creado nuevos riesgos que han permitido que los virus salten de animales a personas.
«Esta crisis no es solo sanitaria sino también climática y de diseño».
– ¿A qué se refiere?
Fundamentalmente, es un problema de cómo está diseñada la economía, la política, la arquitectura o los sistemas de producción y consumo. Nuestra atención debe centrarse en los hábitos y patrones que rigen nuestro día a día. Los ciudadanos deberían implicarse porque todos tenemos una responsabilidad colectiva, aunque la mayor parte recaiga en los legisladores.
– ¿Qué soluciones propone?
Necesitamos ser más radicales y buscar soluciones basadas en la naturaleza. Para ser más resiliente, la ciudad debe actuar como un organismo vivo. Producir oxígeno y digerir los desechos como hacen nuestros cuerpos.
«La respuesta está en combinar diseño y ciencia con la tecnología, ya que nos puede ayudar a entender mejor nuestros entornos urbanos».
En el IAAC investigamos con diversos biomateriales encaminados hacia esa dirección, como Hydroceramics, un sistema de fachada hecho con paneles de arcilla e hidrogel capaz de enfriar cinco grados el interior de un edificio. Las cápsulas de hidrogel pueden absorber hasta 500 veces su propio peso en agua para crear un sistema de construcción que ‘respire’ mediante evaporación y transpiración.
La tecnología, por otro lado, nos permite predecir ciertas condiciones gracias a la interacción entre el big data y algoritmos computacionales altamente complejos. Estos datos cuantitativos, unidos a datos cualitativos sobre las necesidades y deseos de los ciudadanos, nos permiten extraer datos en la nube. Si agregamos la inteligencia artificial, podemos crear una inteligencia colectiva que modifique radicalmente la forma en la que nuestros entornos urbanos están diseñados y construidos.
– ¿Afronta el futuro con optimismo?
Hay que aprovechar esta oportunidad para cambiar nuestra forma de actuar. Soy optimista porque lo único que tenemos que hacer es ponernos de acuerdo sobre cómo queremos que sea nuestro futuro. Ya disponemos del conocimiento y de las tecnologías para hacerlo realidad, pero primero tenemos que poner nuestras prioridades en perspectiva.
Imágenes | Cedida, Atlas of the Future