Al filósofo coreano Byung-Chul Han, afincado desde hace cuatro décadas en Alemania, se le pueden atribuir muchos defectos, pero también la virtud de que tiene muchas cosas que decir, como demuestra en su último libro.
Vamos primero con lo negativo. En su debe está la incongruencia. Su alta y continuada producción literaria (sus obras inundan la sección de filosofía de cualquier librería) podrían verse como un ejemplo para ilustrar su teoría de la autoexplotación y de la sociedad del cansancio, inicialmente inspirada por esos millones de trabajadores de su Seúl natal que se duermen por las esquinas y se mueven en vagones de metro que parecen coches cama.
También se puede decir que esa imagen suya, tan desaliñada como estudiada, producto del trabajo de expertos en marketing editorial, choca frontalmente con la crítica que hace siempre que puede a los medios de comunicación, las redes sociales y la sociedad digital de la hiperconexión y el postureo infinito.
Tampoco brilla especialmente Byung-Chul Han en el plano estilístico. Sus libros suelen estar mal hilvanados y se echa en falta el desarrollo de los argumentos y la exposición de las evidencias que lleven al lector a compartir de forma razonada sus conclusiones. El estilo del coreano, que escribe en alemán, un idioma que aprendió ya de adulto, es seco, abrupto y deslavazado. Y sus obras, a pesar de ser cortas (muchas no pasan de las 200 páginas), pueden llegar a ser repetitivas.
Pero, en cualquier caso, los escritos de Byung-Chul Han siguen siendo un buen termómetro para detectar las enfermedades y penas que afligen a la sociedad contemporánea. Esos defectos y contradicciones estructurales que están en el aire que respiramos, y que, precisamente por esa ubicuidad, se normalizan y se vuelven invisibles. Además, en esa tarea Byung-Chul Han muestra ingenio y ha encontrado metáforas e imágenes que han cogido vuelo y han acabado formando parte del debate público, como la de la “sociedad del cansancio”.
Byung-Chul Han reivindica la Ilustración
Su último libro publicado en España es ‘Capitalismo y pulsión de muerte’, donde reúne más de una docena de artículos y un par de entrevistas. En él, reclama la herencia de la Ilustración y avisa del regreso de las “mitologías” a la Europa de Kant. Y nos vuelve a poner sobre la pista de sus preocupaciones políticas, morales o estéticas. Son ideas ya plasmadas en libros anteriores suyos, pero que vuelven a convertirse en aviso para navegantes en este mundo digital que vivimos.
En el texto señala al capitalismo y su afán por el crecimiento como el origen de una triple crisis ambiental, social y mental. Y se pregunta por qué un sistema tan perverso, que elimina cualquier forma de tiempo no asociada a la eficacia o el rendimiento (económico), encuentra tan poca resistencia.
La respuesta la vuelve a encontrar Han en el concepto de autoexplotación voluntaria. Y lo expresa en sus propios términos: “El neoliberalismo convierte al trabajador oprimido en un empresario libre, en un empresario de sí mismo. Hoy todo el mundo es un empleado autoexplotado del empresario que él mismo es. Todo el mundo es señor y siervo en una misma persona”. Precisamente esa sensación de libertad que proporciona este sistema de explotación sin dominación aparente es justamente “la que hace imposible las protestas”.
A nivel mental, la autoexigencia permanente, que hace que carguemos con la culpa y la frustración por nuestros fracasos, da lugar a la generalización de los estados de depresión y del burnout (trabajador quemado).
En uno de los pasajes del libro, Byung-Chul Han nos dice, quizá con forzado pesimismo, que “ya no queda ningún ámbito vital que se sustraiga del aprovechamiento comercial”. Y que esa comercialización de cada aspecto de la vida es la que proponen y normalizan los gigantes digitales. Un esquema que alegremente hemos aceptado en las últimas décadas, pero que en otro tiempo, no tan lejano, fue rechazado por intolerable.
En este punto, el filósofo recuerda que en la década de los 80 hubo protestas generalizadas en Alemania contra la elaboración de un censo demográfico nacional. Lo que contrasta con el momento presente, en que Google o Facebook recopilan, transmiten y venden cientos o miles de datos sobre cada uno de nosotros sin que nadie rechiste. Seducidos otra vez por la sensación de libertad y autorrealización.
El smartphone como sala de tortura
Byung-Chul Han compara la sociedad de la vigilancia digital con un panóptico, ese diseño de cárcel circular que data del siglo XVIII y que permitía al guardián observar a todos los prisioneros en sus celdas individuales desde una torre central.
El panóptico ideado por el filósofo utilitarista Jeremy Bentham ahora es puramente tecnológico y aparentemente inocuo. Ya no es necesario un estado policial que ponga pantallas en cada habitáculo y que recurra a las salas de tortura para los descarriados. “Aquí no se tortura, sino que se ponen posts o se tuitea. La vigilancia que se identifica con la libertad es muchísimo más eficaz que aquella otra vigilancia que actúa contra la libertad”, dice Byung-Chul Han. En este mundo tan propicio, “el smartphone sustituye a la sala de tortura”.
A apagar el espíritu crítico y aplacar la protesta hoy también contribuye la eliminación de toda negatividad. “Todo se alisa. Lo liso carece de la negatividad de la oposición”, avisa el filósofo. Los supuestos “amigos” de las redes sociales conforman para Han una “masa aplaudiente” que evita el conflicto y propaga una visión demasiado edulcorada de la existencia.
El hombre que salta
Un último apunte estético. En un momento de ‘Capitalismo y pulsión de muerte’, Byung-Chul Han se pregunta por qué hay tanta gente que se retrata en internet mientras contorsiona su cuerpo en el aire. El rostro humano estático y con voluntad de perdurar de la fotografía antigua queda reemplazado hoy por una fotografía sin “amplitud ni profundidad temporales”, que tiene como objetivo la mera exhibición y que solo transmiten una emoción fugaz.
“Sólo por esta fiebre de exhibirse se entiende por qué los hombres saltan hoy ante la cámara… Como consecuencia, el mundo desaparece de la fotografía. El mundo degenera en un hermoso decorado del ego”. Ese hombre que salta para llamar la atención es bautizado por Han, buscador incansable de etiquetas para una realidad huidiza, como el nuevo homo saliens.
En resumen, en este libro de artículos y conversaciones, Byung-Chul Han vuelve a incidir en los males de la sociedad contemporánea. Con su estilo habitual, aparentemente poco elaborado e hilvanado, y algo tosco. Y con todas las incongruencias que se le quieran buscar. Pero siempre dando que pensar.
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Imágenes | Juan I. Cabrera, Editorial Herder