Está claro que el coreano Byung-Chul Han es el filósofo de moda. Si uno se pasea por la sección de ensayo de una librería, comprobará que los títulos de Han están por todas partes. Sus obras, de un centenar de páginas como mucho (cosa rara en un gremio tan dado a los mamotretos), detectan disfunciones y enfermedades de la sociedad moderna. Y por eso atraen a muchos lectores.
El que más ha trascendido ha sido el de ‘La sociedad del cansancio’, un bestseller donde el autor da con una teoría bastante convincente, pero a la vez inquietante, sobre la evolución última de la sociedad occidental. En ese libro, Han, profesor de universidad en Berlín (Alemania) desde hace muchos años, nos recuerda que hemos sufrido un cambio trascendental en el mundo desarrollado casi sin darnos cuenta. El de la autoexplotación.
Si antes la explotación (laboral, social o mental) era causada por una coacción externa (un empresario sin escrúpulos o un rey cruel, por ejemplo), ahora somos nosotros mismos los que nos sacrificamos hasta la extenuación. Ya no hace falta que una autoridad superior, un partido totalitario o un cuerpo de policía temible nos vigile y nos obligue a actuar de una determinada manera. Ahora somos nosotros mismos los que, de forma libre, nos sometemos. El deseo generalizado de ser más eficientes y productivos y de tener una vida plena a todos los niveles (laboral, familiar, afectiva, intelectual…) nos conducen de manera irremediable al agotamiento, el fracaso y la depresión. Una verdadera condena autoimpuesta.
La desmaterialización del mundo
En su último libro, Han acerca su lupa a la digitalización y los efectos que está teniendo para el ser humano y su experiencia del mundo. Y el diagnóstico no es bueno. En ‘No-cosas. Quiebras del mundo de hoy’, el sagaz filósofo coreano nos viene a decir que nuestro frenesí por estar siempre informados y comunicados nos ha hecho olvidarnos del mundo material que hasta ahora ha dado sentido a nuestra vida.
Las no-cosas de internet y del smartphone nos han desconectado del espacio real y de sus objetos, en la calle, en el taller, en la oficina, en casa, en el aula. “La digitalización desmaterializa y ‘descorporiza’ el mundo. También suprime los recuerdos […] Ya no habitamos la tierra y el cielo, sino Google Earth y la nube”, proclama Han.
En línea con la crítica de Shoshana Zuboff y su ‘capitalismo de la vigilancia’, Han denuncia que hoy hasta las cosas más queridas se mercantilizan sin piedad: los afectos humanos son sustituidos por valoraciones o likes, los amigos se cuentan en números y plataformas como Airbnb comercializan la hospitalidad. Nuestra vida está en manos de los servicios digitales de las compañías de Silicon Valley (Estados Unidos). Aunque, conviene recordarlo, nadie nos ha obligado a llegar hasta aquí. Otra vez resuena la teoría de la autoexplotación que vertebraba el discurso de Han en ‘La sociedad del cansancio’.
En ‘No-cosas’, Han dedica capítulos a tres manifestaciones de ese mundo de la información y la conexión permanente que nos llevan a olvidar ese otro planeta de lo tangible y lo importante de verdad. Estas son sus reflexiones.
El smartphone
Curiosamente, nos viene a recordar Han, el smartphone ha supuesto la muerte de la voz. Los mensajes nos exponen menos al otro. Y, como consecuencia, el otro desaparece como voz. Además, las cámaras y las pantallas de los teléfonos inteligentes, cada vez más sofisticadas y con mayor resolución, fuerzan “la conversión del mundo en imagen”. La realidad se transforma en píxeles. Y ahí se queda, en simples píxeles.
El filósofo coreano también nos advierte en su libro de que no somos nosotros los que utilizamos el smartphone, sino que es el smartphone el que nos utiliza a nosotros. “Estamos a merced de ese informante digital, tras cuya superficie diferentes actores nos dirigen y nos distraen”.
En otras palabras, somos siervos de ese aparato de líneas tan delicadas y diseño tan sugerente, y que tantos servicios alberga. Servicios pensados en principio para nuestro disfrute y beneficio, pero que acaban convirtiéndonos en adictos y en seres depresivos.
“El like es el amén digital. Cuando damos al botón de ‘Me gusta’, nos sometemos al aparato de la dominación”. En este escenario, Facebook y Google son los nuevos señores feudales, nos recuerda Han. Y vuelve a enlazar aquí con Zuboff: “Nos sentimos libres, pero estamos completamente explotados, controlados y vigilados”. Para Han, el smartphone es “un objeto narcisista y autista en el que uno no siente a otro, sino ante todo a sí mismo”.
Los selfis
Han echa de menos la fotografía analógica, aquella que, gracias a un proceso químico, devolvía la vida a personas y cosas del pasado. “La fotografía tiene algo que ver con la resurrección”, asegura. Sin embargo, la fotografía digital, que tiene que ver más con los números y la matemática, rompe el encantamiento y el misterio de la foto tradicional. Mientras que la fotografía analógica es un “certificado de realidad”, la digital es “mera apariencia”.
Para Han, el smartphone es un productor de instantáneas “sin profundidad temporal, sin extensión novelesca, una fotografía sin destino ni memoria”. En definitiva, la sociedad digital solo da lugar a “una fotografía momentánea”. Una foto que se produce de forma compulsiva y se olvida al instante. Y que, además, no se materializa en ningún momento. Es un conjunto de datos que, en el mejor de los casos, se almacena en un disco duro de dudosa utilidad.
Los selfis se mueven en la misma línea. En apariencia, recuperan el autorretrato. Pero nada tienen que ver con aquellas fotos que surgían del cuarto de revelado y que rendían “culto al recuerdo de los seres queridos lejanos o difuntos”.
Los selfis no se hacen para ser guardados, porque no son una manera de recordar. Son tan efímeros como la comunicación digital. En ellos cuenta el momento, nada más. Además, Han destaca que provocan interacciones chismosas. Están pensados para llamar la atención y son pura pose. Incluso los funeral selfies, que son tomados en los entierros, son pura impostura. Junto a los féretros, la gente sonríe alegre a la cámara.
La inteligencia artificial
El filósofo en este punto es muy claro: la inteligencia artificial no puede reflexionar porque no se emociona. No tiene corazón. El pensamiento de Descartes está determinado por la duda, mientras que el de Platón lo está por el asombro. Para Han, la inteligencia artificial es apática, es decir, no tiene pathos (pasión). Solo es capaz de calcular.
Para él, el big data, que está llamado a gobernar el mundo, en realidad es “una forma de saber bastante primitiva”. Funciona a base de correlaciones y patrones, pero es incapaz de dar respuesta a una pregunta fundamental: ¿por qué suceden las cosas? El filósofo reconoce que no llega a entender la fascinación que produce un avance incapaz de comprender nuestro universo.
“El pensamiento humano es más que cálculo y resolución de problemas. Despeja e ilumina el mundo. Hace surgir un mundo completamente diferente”, insiste. Y, aunque parezca una paradoja, al final proclama que la inteligencia artificial “es demasiado inteligente para ser un idiota”, para producir un nuevo pensamiento. Y ahí está su principal limitación.
Un diagnóstico, pero sin soluciones
En definitiva, en su último libro Han detecta una de las incapacidades del hombre moderno: la ceguera que producen las no-cosas del universo digital. Pero no propone soluciones para recuperar la visión y el contacto con el mundo real, el de las cosas que, en su opinión, contribuyen a darle un sentido a nuestra vida. Quizá para encontrar esos remedios a esta ceguera haya que leer otros libros y autores.
Algunos pueden pensar que el filósofo asiático afincado en Berlín es un nostálgico y un inadaptado al mundo moderno. No es así. Han, que tiene formación también como ingeniero, parece saber de lo que habla. En este trabajo invita a reflexionar y a cuestionar el mundo tecnológico en que vivimos y que tan fácilmente damos por hecho. Y eso no es poca cosa.
En Nobbot | Capitalismo de vigilancia: así es como funciona el internet actual
Imágenes | Editorial Taurus, Freepik.es/lookstudio, Freepik.es, Byung-Chul Han
Excelente artículo. Soy profesor y los celulares acabaron con la memoria la retentiva y la concentración de los estudiantes. No quieren tomar notas, no leen sino los mensajes de los celulares y no saben tomar un libro impreso en las manos. Se dan las excepciones pero son el 5% de cada grupo y eso en términos optimistas. Mil gracias.
Excelente nota. Y muy interesante el pensamiento del filósofo. Somos explotados por nosotros mismos… Tan cierto. Y el mundo de las no-cosas en que estamos pasando nuestros días… Impresionante. Muchas gracias
Me parece muy bobo llamar a cualquier filósofo bajo la etiqieta «de moda». Entiendo que estos títulos estan escritos para estimular el click y atraer visores a los anuncios publicitarios. Todo eso se entiende.
Pero me parece muy gracioso que el título del articulo es justamente lo que crítica el libro, sobre como se nos presenta la información a través de sensacionalismos y buscando generar chisme que entretenga.
Más allá del título la nota, creo que no hay un moemmento para mostrar la comparativa constante del la digitalidad con el orden terreno, que es la solución que plantea el autor. En su caso es encontrar esa sí-cosa; una maquina karaoke que le hace contectarse y vicularse desde la presencia activa entre seres humanos.
A mi parecer, Byung-Chul Han es un cantamañas.
Su mirada está mermada bajo los oscuros nubarrones de su melancolía por la juventud perdida.
Dejándose llevar por la apotegma: «cualquier tiempo pasado fue mejor».
Jorge Manrique ya nos advirtió contra los males de la nostalgia por los tiempos de nuestra pasada juventud.