Morderse las uñas, fumar, consultar el WhatsApp un par de cientos de veces al día… Hay hábitos que nos gustaría cambiar, pero nos resulta imposible. ¿Y si la solución fuese una app? Aunque esta sea construida sobre una de las teorías más clásicas (y nombradas) de la psicología.
La compañía Behavioral Technology Group cree que puede cambiar nuestra vida mediante descargas eléctricas. Ha diseñado Pavlok, un wearable ligado a una app que nos da pequeñas descargas (lo suficientemente fuertes como para ser molestas) cuando caemos en el hábito que queremos corregir. ¿Que quieres otra pastilla de chocolate? Chispazo.
El nombre Pavlok, una mezcla entre Pavlov (el de los perros y la campana) y shock, nos recuerda que se basa en la teoría del condicionamiento. En que es posible cambiar el comportamiento humano asociando estímulos (negativos o positivos) a una determinada acción. Pero, ¿es realmente posible?
Un mundo ¿feliz?
“Libros y ruidos fuertes, flores y descargas eléctricas: en la mente de aquellos niños ambas cosas se hallaban ya fuertemente relacionadas entre sí; y al cabo de doscientas repeticiones de la misma o parecida lección formaría ya una unión indisoluble. Lo que el hombre ha unido la naturaleza no puede separarlo”.
La novela «Un mundo feliz», de Aldous Huxley, es un clásico de la literatura escrito en 1931. Y una sombría predicción sobre el futuro de la humanidad que, afortunadamente, no se ha hecho realidad. O eso nos gusta pensar. En ella, los seres humanos son condicionados desde que son simples embriones para desempeñar la tarea para la que han sido destinados.
Los hay altos e inteligentes y pequeños y con pocas luces. Pero, lo más importante, todos son felices con las tareas a las que han sido asignados, ya sea estudiar física cuántica o pasarse ocho horas fundiendo metales en un horno. Si algo falla, este mundo casi perfecto cuenta con el soma, una droga sin efectos secundarios que calma cualquier duda, cualquier ánimo de criticar el sistema.
Así, las descargas eléctricas y otras sensaciones molestas son usadas para construir un mundo condicionado en el que no hay apenas errores. Y para que los seres humanos aborrezcan los libros y la naturaleza y solo deseen consumir lo que el sistema les pone ante sus ojos. El de Huxley es quizá un ejemplo extremo de condicionamiento, pero no por ello lejano a la realidad.
Dame una campana y moveré el mundo
El científico ruso Ivan Pavlov no estaba interesado en el condicionamiento. Lo suyo era estudiar el cerebro; y la saliva. De hecho, ganó un Nobel en 1904 por sus trabajos sobre la digestión. Sin embargo, sus estudios son el ejemplo más nombrado por los estudiosos del condicionamiento.
El experimento más conocido de Pavlov buscaba demostrar que los perros pensaban. Así, asoció un estímulo (la leyenda dice que una campana, pero parece ser que no fue así) a la comida. Al cabo de un tiempo, los perros empezaban a salivar en cuanto sentían el estímulo, aunque no hubiese comida de por medio.
Pavlov demostró que, efectivamente, los perros pensaban y, de paso, que se podían manipular sus deseos para influir en sus hábitos. Pero él no quería eso. Inmerso en la revolución bolchevique y los primeros años de la Unión Soviética, quería que los perros, y los seres humanos, fuesen libres.
¿Funciona el condicionamiento?
Bebés electrocutados para odiar los libros, perros manipulados para pensar solo en comida… podríamos pensar que todo esto queda muy lejos de nuestra realidad. Y, sin embargo, el condicionamiento está muy presente en nuestro día a día.
La propaganda política
La asociación de imágenes o estímulos negativos a determinados términos, informaciones o ideologías no es algo nuevo. La propaganda política de Hitler o Stalin no nos pilla por sorpresa, pero sus técnicas se siguen utilizando hoy en día. Con la ayuda (intencionada o no) de los medios de comunicación y las redes sociales, la política intenta usar el condicionamiento para influir en la población.
Un ejemplo reciente, como señala este artículo en The Atlantic, es la asociación del término refugiado con imágenes e informaciones ligadas al aumento del crimen. A través de datos infundados o simples rumores, se busca crear una percepción negativa de la masiva llegada de inmigrantes que buscan refugio en Europa.
En España, uno de los debates de Twitter de la semana pasada también se centraba en el condicionamiento en política a través de la imagen o, más concretamente, en el conocido como Efecto Kuleshov. En un vídeo de Europa Press sobre el minuto de silencio en memoria de Miguel Ángel Blanco celebrado en el Parlamento, los representantes de Podemos aparecían riéndose, mientras el resto de parlamentarios mostraban seriedad.
Hoy @europapress nos enseña el Efecto Kuleshov es decir montar una imagen de @Irene_Montero_ y @Pablo_Iglesias_ donde no corresponde ATENTOS pic.twitter.com/4VKxT0lpt7
— Miguel de Ce?vantes (@CervantesFAQs) 12 de julio de 2017
Desde la agencia enseguida corrigieron el vídeo y aseguraron que no había intencionalidad. Sea cierto o no, el debate dejó claro que los grupos políticos son muy conscientes de la utilización de este tipo de herramientas para influir y condicionar a la sociedad.
La publicidad
Al margen de la psicología, la publicidad es, probablemente, el campo donde más se ha experimentado con el condicionamiento. Un rostro agradable, un paisaje que transmite paz o una música que te hace sentir optimista son elementos indispensables en muchos anuncios a día de hoy.
Además, no solo se utiliza para crear sensaciones agradables alrededor a un producto, sino para asociar dicho producto a otros elementos de la marca, como un logo, un eslogan o una sintonía.
“Los publicistas buscan siempre crear una asociación entre el producto publicitado y otros estímulos como logos, diseños, patrones de colores o música, de forma que los consumidores sean capaces de reconocer el producto con un esfuerzo mínimo”, señala un paper publicado el año pasado en Business Dimensions por el doctor Daoud Ciddikie, de la universidad Jamia Millia Islamia de Nueva Delhi.
Entre los ejemplos nombrados en la investigación, destaca el de la M amarilla de McDonald’s. Casi como uno de los estímulos de Pavlov, la señal, visible desde gran distancia, activa el recuerdo de nuestro último Big Mac y puede, incluso, que nos haga insalivar.
Un cambio frágil
A nivel médico también se utiliza el condicionamiento. Como en La Naranja Mecánica de Kubrick, el uso de estímulos puede corregir hábitos negativos o adicciones. Los ámbitos de la economía o la educación tampoco son ajenos a estas técnicas. El castigo (sin recreo por copiar en el examen) no deja de ser una práctica de condicionamiento.
Sin embargo, su efectividad se ha puesto en duda en multitud de ocasiones, empezando por el propio Pavlov, quien se dio cuenta de que, para que el condicionamiento funcionase a la perfección, se debían mantener exactamente las mismas condiciones del experimento. Un ruido inesperado o un cambio de ubicación podían echar por tierra todos los esfuerzos anteriores.
Así, el principal problema de estas técnicas es mantener el cambio de comportamiento en el tiempo. Si se usa un método de condicionamiento, la persona aprende a comportarse de determinada manera para recibir una recompensa o evitar un castigo. Así, cuando ese estímulo desaparece, también se desvanece el comportamiento. Además, como señaló Pavlov hace más de cien años (y eso a pesar de que no estaba investigando estas teorías) todo lo que se aprende se puede desaprender.
¿Y la pulsera de descargas Pavlok? Pues, como cuenta la periodista de la BBC Tiffanie Wen, que probó la app el mes pasado, funciona a medias. Ella quería dejar de mirar el móvil en la cama, antes de dormir. Mientras se dio descargas, redujo su tiempo ante la pantalla. Eso sí, en cuanto abandonó la app, volvió a sus viejos hábitos. Solo las multas que le impuso su pareja consiguieron alejarla del smartphone. Pero eso ya es otra historia.
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