«El fracaso de la estrategia de Suecia contra el coronavirus». «¿Tenía Suecia razón?». «Suecia esquiva las restricciones y persigue la inmunidad de grupo».
Los titulares, aunque inventados, podrían ser reales. Inmersos en una búsqueda constante de ganadores y perdedores de la pandemia, a menudo caemos en blancos y negros. Pero en una situación cambiante, inestable, global y, en gran medida, desconocida, no existe una única salida. La pandemia saca a relucir fortalezas y debilidades de nuestras sociedades que ni siquiera conocíamos. Y seguirá haciéndolo en el futuro. Mientras existan lugares afectados por la epidemia, nadie podrá cantar victoria.
“Esta crisis se va a prolongar durante mucho tiempo. Y va a ser dura”, aseguraba el primer ministro sueco Stefgan Löfven al principio de la pandemia de COVID-19. Ahí, al menos, no se equivocaba.
Con esas palabras, pronunciadas el 6 de abril de 2020, Löfven pasaba a detallar la estrategia de Suecia contra el coronavirus y cogía por sorpresa a buena parte del mundo y, en particular, a sus vecinos nórdicos. Nada de confinamiento, ni de cierres de colegios ni de hostelería. Fomento del teletrabajo, responsabilidad individual y protección de los más vulnerables. ¿Les ha salido bien? Demasiado pronto para decirlo, pero así es como Suecia ha decidido seguir un camino diferente para lidiar contra la COVID-19.
Suecia, la OMS y el confinamiento
Cuando el 11 de marzo de 2020 la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró que el mundo se enfrentaba oficialmente a una pandemia, a casi todos los países les pilló desprevenidos. La situación en China y los contagios disparados en Italia y España no fueron señal de alarma suficiente. Por inexplicable que parezca, los errores se repitieron a nivel global y un gran número de países subestimaron la amenaza.
Como consecuencia, durante marzo, abril y mayo el mundo se confinó. Buena parte de la población permaneció en sus casas, los negocios y las escuelas echaron el cierre y solo se mantuvieron en funcionamiento los servicios esenciales en todos aquellos países en donde la incidencia de la pandemia era mayor. En todos, salvo en Suecia.
El confinamiento fue, en realidad, una medida extrema. Un plan de emergencia para controlar una situación de contagios desbocada. De hecho, la OMS lo ha vuelto a repetir estos días: confinar a la población es un último recurso, no una manera efectiva de luchar contra la enfermedad.
Fuese como fuese, lo cierto es que en marzo Suecia optó por un camino diferente al de la mayoría de países europeos. Los datos no eran buenos. De hecho, llegó a estar entre los países más afectados por la pandemia en número de contagios y número de muertes por cada 100 000 habitantes. Es más, según el análisis de mortalidad de la Universidad Johns Hopkins, Suecia es a día de hoy el decimoquinto país del mundo en la tabla de mortalidad (España es el noveno).
En aquellos días, las decisiones del Gobierno sueco parecieron arriesgadas. Las críticas arreciaron. Aunque este nunca fue el objetivo oficial de las autoridades, se llegó a decir que Suecia estaba buscando la inmunidad de grupo (lograr el suficiente número de contagios como para romper la cadena epidemiológica para siempre) a costa de exponer a toda la población a un riesgo elevado.
La estrategia sueca y la inmunidad
Durante las últimas semanas, las autoridades sanitarias suecas han estado debatiendo si implementar restricciones más duras en Estocolmo ante el aumento de casos. De acuerdo con el último informe disponible, la región de la capital registra una incidencia acumulada por cada siete días de 53 casos por cada 100 000 habitantes (en España, Madrid y Navarra se ha superado ampliamente los 500). Además, el 4,5% de los test PCR son positivos, un porcentaje superior al 3% que utiliza la OMS para estimar que la epidemia está bajo control.
Sin embargo, por regla general, la estrategia sueca contra la COVID-19 se ha mantenido inalterada desde el mes de abril. Está prohibido visitar residencias de la tercera edad y hospitales, así como las reuniones de más de 50 personas en lugares públicos. Además, rigen una serie de medidas de aforos y distancias para los locales de hostelería y el transporte público.
Por lo demás, el país ha apelado desde el principio a la responsabilidad individual y ha apostado por una comunicación clara que no generase un exceso de preocupación entre la población. El objetivo final ha sido en todo momento mantener el país abierto e intentar incorporar una serie de medidas sencillas en la rutina de los suecos.
La inmunidad de grupo no se ha conseguido. Solo el 6% de los suecos han pasado la enfermedad (se estima que es necesario al menos un 60%). Y, además, ni siquiera está claro hasta qué punto se genera una inmunidad duradera frente a la COVID-19. Pero las autoridades resaltan que han conseguido prepararse mejor para las próximas olas pandémicas que ya están en camino.
¿Ha funcionado la estrategia contra la COVID-19?
Los datos de la primera ola de la pandemia hablan por sí solos. Suecia, con sus 10 millones de habitantes repartidos en un territorio un poco más pequeño que el de España, llegó a ocupar los primeros puestos en tasas de contagios y mortalidad. La estrategia no funcionó para frenar el nuevo virus y, además, tiene un importante punto negro: el 70% de los más de 5500 fallecidos en Suecia se registró en las residencias de ancianos.
Este último dato le ha valido críticas importantes al Gobierno y, en particular, a Anders Tegnell, epidemiólogo jefe del país. De hecho, con el paso del tiempo el apoyo al Ejecutivo socialdemócrata de Löfven se ha ido debilitando. Aun así, las autoridades sanitarias defienden la estrategia elegida.
“Al principio, se hablaba mucho sobre sostenibilidad, y creo que es algo que hemos logrado mantener. Y también ser resistentes a las soluciones rápidas para darnos cuenta de que esto no va a ser fácil, no va a ser algo a corto plazo, no se va a solucionar con una sola medida”, señala Tegnell en una entrevista reciente con el ‘Financial Times’ en la que reconoce errores, pero mantiene la eficacia de la estrategia. “Es una enfermedad que tendremos que gestionar durante mucho tiempo. Necesitamos crear sistemas para hacerlo”.
En el momento de esa entrevista, a principios de septiembre, Suecia tenía las tasas de contagio más bajas de Europa, mientras países como España sufrían ya el impacto de la segunda ola. Hoy, los contagios vuelven a crecer en Suecia y están al nivel del resto de países de su entorno, según los datos de la OMS.
A nivel económico, el estado nórdico ha logrado mantener el desempleo bajo control al no imponer medidas de confinamiento estricto. Con todo, su economía se contrajo un 8,6% entre abril y junio (un 11,9% a nivel europeo) y cerrará el año cayendo alrededor de un 5%, si la situación no cambia. Al ser un país pequeño, su dependencia del comercio internacional (prácticamente parado durante tres meses) es elevada.
Suecia no tiene peores indicadores que otros países que apostaron por un confinamiento estricto, como España, Italia, Francia o Reino Unido. Sin embargo, tampoco ha logrado controlar la situación como otros estados que no cerraron su economía a cal y canto, como Corea del Sur o Vietnam. ¿Ha funcionado su estrategia? Quizá la pregunta más importante sea: ¿funcionará para lo que viene ahora?
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