Gracias a la apertura que permite Internet, muchos gobiernos de ciudades (municipales), unos pocos regionales (autonómicos) y un par de nacionales están empezando a abrir una fase de transición hacia una democracia más directa. En ella, delegan parte del proceso de decisión a la ciudadanía, pero manteniendo la responsabilidad sobre dichas decisiones. Una transición que nos lleva… ¿adónde, exactamente?
Para resolverlo, hablamos con Alberto Ortiz de Zarate, experto en la apertura de gobiernos, datos abiertos y ciudades; y que ha conocido el sistema de gobierno desde prismas diferentes. Evidentemente, es un ciudadano (y por tanto usuario de la administración), pero también ha trabajado para la misma como funcionario y como cargo público. Incluso ha convertido el estudio y fomento del cambio político actual en su modus vivendi con un rol de consultoría.
Su mejor recorte biográfico lo encontramos en la web de Alorza, la empresa focalizada en la transformación de gobiernos y administraciones (ahí es nada) en su transición hacia el gobierno abierto: “Especialista en el CAMBIO, con mayúsculas. Pionero en la apertura de datos públicos y en las políticas de Gobierno abierto. Veterano de la atención ciudadana multicanal. He sido cargo público, funcionario y consultor; ahora pongo mi experiencia al servicio de proyectos que mejoren la vida de las personas”.
Gobierno abierto es una meta con dos grandes fines: aumentar la efectividad de la acción de gobierno y generar un contexto social más responsable
-Suena muy bien, pero ¿qué es exactamente eso del gobierno abierto? ¿Cómo se lo explico a mi abuela, que pasó de una república a una dictadura y luego a una monarquía parlamentaria, y viene de un mundo analógico?
Bueno, gobierno abierto es, antes todo, una etiqueta, una expresión corta para aludir a un movimiento cambiante y que no nos hemos inventado de cero. Por lo tanto, quizá no necesites usar esas palabras para explicárselo a tu abuela.
Para mí, gobierno abierto es una meta, un horizonte de posibilidad hacia el que los gobiernos y las administraciones deben caminar por un terreno sin senderos claros. Esa meta tiene que ver con dos grandes fines: aumentar la efectividad de la acción de gobierno –medida en términos de valor público– y generar un contexto social más corresponsable, donde la ciudadanía ocupe un lugar más prominente en la concepción y ejecución de las políticas públicas. A medida que avanzamos en esa doble dirección (gobernanza mejor y más colaborativa), aumenta también la legitimidad de lo público.
Para ello, las diferentes concepciones de gobierno abierto hacen hincapié en tres aspectos: abrir la administración al escrutinio social, compartir las decisiones e implicar a la sociedad en la producción de lo común.
Insisto en la primera idea: esto es un camino que avanza hacia un horizonte que nunca alcanzaremos en su totalidad y que debemos recorrer de la mano agentes de la política, la administración y la ciudadanía. También es verdad que, mucho antes, nos aburriremos de esta etiqueta y saltaremos a otra, espero que para reformular con nueva energía metas similares.
el gobierno abierto como concepto
-En tus trabajos hablas de gobierno abierto desde tres pilares: transparencia, participación y colaboración. Desde fuera puede sonar utópico (e irrealizable). ¿Nos bajas estos conceptos a tierra?
Uso esos tres pilares porque son los más comúnmente aceptados, pero podría haber optado por los cuatro de la Alianza para el Gobierno Abierto o por otras formulaciones existentes. En todo caso, me atendré a ellos.
Transparencia. Una transparencia efectiva implica que la ciudadanía se forma juicio a partir de información veraz y completa. Para conseguirlo, no basta sólo con dar acceso a la información y abrir datos, sino que también hay que rendir cuentas de los planes y programas e implicar a la ciudadanía de forma que ejerza una auditoría social.
Participación. Una palabra demasiado manida que ya no sabemos qué significa. Yo pongo el acento en la deliberación pública orientada a un análisis compartido de necesidades y en el codiseño de políticas, proyectos y servicios. Hay que destacar que se puede producir con distintos grados de intensidad, desde una mera consulta de opinión hasta una real delegación de poder.
los datos abiertos pueden tener una segunda vida más allá de la administración, con otros agentes que los utilicen para investigar, comunicar, crear nuevos servicios, auditar el trabajo público…
Colaboración. La sitúo en el campo del hacer, de la ejecución. Por lo tanto, se refiere a la incorporación de agentes internos y externos a la producción del bien común. Podemos crear una sociedad más amable, cuidadora y sostenible si activamos la acción de las personas y las organizaciones en ámbitos locales y no tan locales.
-Por lo tanto, un gobierno abierto es un sistema más permeable y flexible que el gobierno que todos conocemos hoy día.
Desde luego. Me parece buen resumen. Más permeable implica que es transparente y que dialoga con los agentes sociales. Más flexible implica que innova y modifica sus políticas para adaptarse a lo que sus destinatarios requieren.
la organización de los datos
-La colaboración pasa sí o sí por la apertura de datos. Se habla mucho sobre ello, pero, ¿en qué consiste esto? ¿Cómo se abren los datos? ¿A través de un portal web?
Yo no lo diría así. El hecho de organizar bien la información en el interior de las administraciones, con un enfoque de datos, permite contar con un activo valiosísimo. ¿Valioso para qué? En primer lugar, para el trabajo interno de la administración, para una buena toma de decisiones, para ahorrar tiempos y costes en la gestión diaria.
Una vez que tengo datos valiosos, abrir datos es muy simple. Primero filtramos aquello que no se puede publicar, con el criterio de la protección de datos personales y algún otro menos relevante. A continuación, montamos un catálogo donde rodeamos cada dato –cada fichero– de un contexto explicativo: quién abre, cada cuánto, en qué formatos, con qué licencia, etc. Y ya está. Obviamente, hará falta dar acceso al catálogo desde algún punto, al que podemos llamar portal web.
La potencia de estos datos abiertos radica en que son datos que ya han sido usados en la Administración de la ciudad, pero que ahora pueden vivir una segunda vida en manos de diferentes agentes que los quieren para investigar, comunicar, crear nuevos servicios, auditar el trabajo público, tomar mejores decisiones, lo que sea. Por poner un ejemplo, si Google consigue decirnos cómo está el tráfico en cada momento, es porque accede a datos públicos.
-El gobierno abierto de la ciudad y la recogida, proceso y uso de los datos es imposible sin tecnología, en concreto las TIC o NTIC. ¿Qué rol juegan en él?
La transparencia es fuertemente dependiente del uso de internet. No es posible compartir toda esta información sin hacerlo de manera electrónica. La participación y la colaboración, en cambio, aunque pueden beneficiarse de la tecnología y de la gran conversación en internet, no deberían contemplarse desde un punto de vista tan cercano a lo tecnológico. Un proceso participativo complejo y rico va a necesitar que personas con variados conocimientos e intereses se sienten juntas para deliberar y crear.
Casi todos mostramos unos grados de analfabetismo digital preocupantes. Usamos internet, pero no hemos reflexionado sobre este uso, ni hemos aprendido prácticas para que sea provechoso
Una forma obvia de decirlo es que la tecnología debe entenderse como una herramienta al servicio de los fines que propone el gobierno abierto. Y aunque sea algo tan obvio, parece que lo olvidamos a cada paso.
-La gente, ¿participa más online o de manera presencial en este gobierno abierto de su ciudad?
La gente, en general, no participa en el gobierno abierto, no participa mucho en las propuestas que le llegan desde palacio. Participa en sus cosas y en sus entornos. Cuando queremos mover a la participación desde la esfera institucional, debemos prever un excelente diseño del proceso y dotarnos de recursos adecuados. No es nada fácil de conseguir.
Por eso se le da tanta relevancia a la participación online. Votar algo online es bastante sencillo de conseguir al tiempo que absolutamente inútil, a menos que se incorpore como un elemento más en un diseño participativo complejo.
-Como mi abuela, todavía hay una ciudadanía analógica para las que los gobiernos han de ir a buscarles en el mundo AFK (fuera del teclado) a por sus opiniones y datos. ¿Cómo se conjugan ambos mundos? Hace tiempo explicaste ese porcentaje rondaba el 50% de la población. ¿Ahora?
Todos somos ciudadanía analógica. Insisto en la idea de la tecnología como complemento y no como base en un proceso participativo.
Ahora bien, la transparencia, la reutilización de datos abiertos, el conocimiento compartido, son fenómenos muy sustentados en internet y en algunas tecnologías.
Lo mismo que he dicho “todos somos ciudadanía analógica”, podría haber dicho que «todos somos ciudadanía digital«. Casi todos. Mi madre usa WhatsApp continuamente. Al tiempo, casi todos mostramos unos grados de analfabetismo digital preocupantes. Usamos internet, pero no hemos reflexionado sobre este uso, ni hemos aprendido prácticas para que sea provechoso.
ciudadanos más participativos
-Hace tiempo, casi diez años, decías que la gente se está volviendo participativa en su ciudad, pero en materias que le tocan cerca. ¿Sigue la tendencia? ¿En qué participa la gente?
Sí, lo he mencionado más arriba. El deporte escolar, por decir un ejemplo, no existiría sin la colaboración de madres y padres que se ocupan de los aspectos más cercanos, al tiempo que es utópico plantearse que la ciudadanía vaya a entrar a comentar párrafo a párrafo las propuestas legislativas.
Sin embargo, no tenemos por qué conformarnos con esta situación. La educación debería proponer más prácticas participativas en entorno escolar, para cumplir con su misión de fábrica de ciudadanía. Otra idea importante es la de provocar situaciones ricas y cercanas donde merezca la pena participar.
Un ejemplo de esto último sería las “superilles” o supermanzanas de Barcelona. Una vez que se ha definido el espacio público del interior de nueve manzanas como una superficie donde sus habitantes han de decidir el equipamiento y el uso, se ha generado un entorno en el que la mayoría de implicados quieren tener voz. Esa cercanía a la toma de decisiones se puede provocar por diseño y da lugar a procesos mucho más ricos.
La educación debería proponer más prácticas participativas en el entorno escolar, para cumplir con su misión de fábrica de ciudadanía
-¿La ciudadanía prefiere participar de manera activa o que se usen sus datos siendo ellos sujetos pasivos en su cesión? Hay cierta polémica en la recogida de datos.
A la toma de datos de los ciudadanos sin que ellos sean conscientes no se puede llamar participación. Entiendo que recoger datos de movimiento, redes sociales o los que sean puede tener su utilidad para una mejor toma de decisiones, pero yo sacaría estas prácticas del ámbito del gobierno abierto. Son otra cosa. Buena parte de las prácticas de smart city presentan una orientación recentralizadora y poco colaborativa. Conviene no mezclar.
-Partiendo del anonimato y el derecho a la intimidad aparecen opiniones polarizadas: desde el paranoico «No quiero que me espíen» al ingenuo «No pasa nada por dar cualquier dato personal». ¿Cómo se convence al ciudadano para que done o ceda sus datos a la administración o incluso a empresas de cara a una mejor prestación de servicio?
No se le convence. Cada cual sabrá qué quiere hacer. Lo cierto es que a la mayoría de la gente le es indiferente esta paranoia –incluso en los casos en que no debería serles tan indiferente– a condición de disfrutar de los servicios más populares. El problema es que la Administración no tiene servicios con esa popularidad.
-Los datos que genera el ciudadano, ¿son propiedad del ciudadano?
Pasa palabra. No sé si la pregunta da en el blanco. Imaginamos que digo que sí. ¿Qué consecuencias trae esto? No tantas. Simplemente, habría que disponer de una casilla para que el ciudadano ceda voluntariamente sus datos para usos concretos, como ya sucede ahora mismo.
Más que la propiedad, lo interesante sería que cada vez más ciudadanos sepan usar datos y que puedan hacerlo tanto con sus datos personales como con los conjuntos de datos.
smart cities y datos
–Hay ciudades (ahora las llaman smart cities) que hacen un muy buen uso de esos datos, pero las mejoras no se transmiten a la ciudadanía. ¿La comunicación es un tema pendiente?
Niego la mayor. ¿Qué ciudades hacen un uso tan inteligente de los datos? Alguna buena práctica hay, pero sobre todo lo que encontramos es una burbuja que se pinchará en cualquier momento. Una vez que baje el hip, veremos qué buenas prácticas subsisten, seguramente la mayoría en el ámbito de la eficiencia en el consumo de recursos.
¿Qué ciudades hacen un uso tan inteligente de los datos? Alguna buena práctica hay, pero lo que encontramos es una burbuja que se pinchará en cualquier momento
Y, sí, la comunicación es un tema pendiente y manifiestamente mejorable. Sin duda. Al tiempo que tampoco conseguiremos un cambio tan grande como algunos quisieran a partir de una comunicación óptima. La mayor parte de la ciudadanía lo que más desea es que le dejen en paz, le resuelvan los problemas y que no tenga que pensar en la Administración. Una buena administración, en muchos temas, es aquella que no se hace notar.
-Como los ciudadanos estamos un poco a oscuras, ¿podrías ponernos algún ejemplo de administraciones que hayan usado los datos de los ciudadanos.
El Ayuntamiento de Donostia-San Sebastián acaba de dotarse de una Unidad Municipal de Información que pretende reunir toda la información que produce en un repositorio común, a partir del cual se podrá explotar para una mejor toma de decisiones. Así, a la hora de plantear, por ejemplo, medidas de movilidad, la persona responsable tomará en cuenta la información demográfica, medioambiental, la agenda cultural o las preferencias expresadas en procesos de participación ya realizados.
ciudadanos y gobierno
-Saliendonos un poco del pilar de los datos abiertos, esta frase la has pronunciado en más de una ocasión: «No hay un buen gobierno sin buenos ciudadanos, y no hay buenos ciudadanos sin un buen gobierno». ¿Es el smart citizen? ¿Qué hace hoy Jose, de 45 años y dueño de una panadería, para acercarse a este rol que se está abriendo?
Necesitamos hacer crecer la conciencia de que cada uno contribuimos al bien común. Tanto en nuestra actividad habitual como en otras a las que podemos sumarnos de manera voluntaria. Nuestras acciones tienen consecuencias sociales, medioambientales, culturales, de las que podemos ser más conscientes. No es necesario esperar a que el gobierno nos convoque para gobernar nosotros mismos.
-En esta línea, una de las mayores críticas al gobierno abierto es que los ciudadanos no tienen por qué saber de todo, y que por tanto no deben opinar sobre todo porque no son expertos.
Depende mucho de qué objeto tenga un proceso participativo concreto. Depende mucho también de la metodología adoptada. Por ejemplo, los miembros de un tribunal popular tampoco saben de leyes y, sin embargo, consiguen llegar a un veredicto.
en la gestión de lo público surgen conflictos, que muchas veces no pueden resolverse de manera totalmente participativa, por la polarización social que causan o porque hay cosas que nunca queremos que nos toquen cerca de casa
En una toma de decisiones compleja y colaborativa deberíamos contar con miradas diversas, cuya legitimidad proviene de dos fuentes: el conocimiento y la afección. Me explico. Por una parte, deben poder participar diferentes enfoques de quienes saben, del mundo experto en las distintas materias que rodean un problema. Por otra parte, deben poder participar aquellas personas que se vean o se sientan afectadas.
-¿Hay límites al gobierno abierto, líneas rojas que el ciudadano no pueda cruzar? ¿Qué actor marca esos límites?
Claro que las hay. Basta con hacer una comparativa de los límites que se han marcado otras sociedades para que nos topemos con alguna que nos parezca que ha ido demasiado lejos. La privacidad, la seguridad, la autoría, son derechos que compiten con la apertura. El derecho a no participar es, al menos, tan vigente como el derecho a participar.
Vuelvo a la idea de un horizonte hacia el que avanzamos diferentes actores de la mano. Por el camino, nos equivocaremos y aprenderemos.
Sin ponerme tan filosófico, hay que reconocer además que en la gestión de lo público surgen conflictos, lo que los anglos llaman wicked problems, que muchas veces no pueden resolverse de manera totalmente participativa, por la polarización social que causan, o simplemente porque hay cosas que nunca queremos que nos toquen cerca de casa –NIMBY: not in my back yard. La democracia representativa sirve para esto. A veces, la mejor forma de velar por los principios constitucionales es dejar la solución en manos del cargo que ha sido investido de esa responsabilidad y que deberá tratar de refrendarla en las siguientes elecciones.
-Y, por contra, ¿hay áreas donde el ciudadano sea indispensable y conocer su opinión sea casi obligatoria para el gobierno de su ciudad?
Desde luego. La primera se refiere a las necesidades. La manera de construir una agenda política sensata consiste en entender y priorizar las necesidades existentes a nivel local y global, para lo cual se necesita deliberación abierta. También es necesario contar con los destinatarios y expertos para el diseño de las soluciones, para su ejecución y para la rendición de cuentas.
Considero indispensable el aporte ciudadano siempre. Otra cosa es qué aporte y con qué método.
Dicho de otra forma, considero indispensable el aporte ciudadano SIEMPRE. Otra cosa es qué aporte y con qué método. Para un mero conocimiento de la opinión pública agregada, las encuestas son fantásticas. Para un codiseño, en cambio, hay que dedicar tiempo y recursos. En definitiva, para mí, el debate ya no es si el ciudadano puede o no quedar fuera del círculo de las políticas públicas, sino cómo hacerlo en cada caso concreto.
-Ahora me voy al otro pilar: la transparencia. Incluso en ciudades muy orientadas al gobierno abierto, la transparencia aparece como una pestaña aislada dentro del portal web. Parece que no esté integrada en el proceso de gobernanza. ¿Es otro tema pendiente, o los portales de transparencia actuales son funcionales?
La clave de la transparencia no son los portales de transparencia, sino la producción de una rendición de cuentas y su puesta en común con los segmentos de destinatarios interesados. Entre tanto, seguramente es mejor tener un portal de transparencia que no tenerlo. Estamos en la primera infancia del gobierno abierto.
-Volvemos a los datos y cerramos con futurólogos como Noah Harari, quienes proponen una política mucho más abierta de la que somos capaces de soñar. Abierta hasta el punto de que los algoritmos extrapolarán nuestros votos sobre distintos temas (en lugar de tener que ir a votar) porque nos conocerán perfectamente. Es más, hoy día Facebook puede predecir mejor que tu pareja cuándo harás clic en me gusta. ¿Se puede usar esta tecnología en las ciudades?
Eso no es más que un perfeccionamiento de los métodos sociométricos, de las encuestas de opinión. Sirven para lo que sirven, pero no pueden suplir a la inteligencia compartida que se produce en un buen proceso participativo. Por otra parte, ¿tenemos preguntas interesantes que hacer a esos lagos de datos? No muchas, de momento.
No obstante, la clave de esos sueños futuristas no es qué seremos capaces de hacer, sino en manos de quiénes estará ese poder. ¿En qué estamos pensando? ¿En un panóptico desde el cual un alcalde bienhechor gestiona la ciudad? ¿O en un conocimiento compartido y distribuido para que cada cual pueda ser un agente local por el bien común? La respuesta a esta pregunta es importantísima.
mirar hacia el futuro
-¿1984 y Gran Hermano, el paraíso de la gestión municipal, o un absurdo que nunca llegará a ser?
Permíteme que sea escéptico. Somos muy malos adivinando el futuro. Fíjate que, en Blade Runner, el protagonista se ve obligado a telefonear desde un bar porque nadie había previsto que en breve tendríamos teléfonos móviles. Por si acaso, no apoyemos inversiones multimillonarias en cacharrería tecnológica. Paso a paso, y con posibilidad de desandar caminos que no conducen a ninguna parte.
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