No hace mucho, la ciencia y la medicina no eran tal y como la conocemos. Numerosas enfermedades campaban a sus anchas y los confinamientos y las cuarentenas, que hasta hace poco nos parecían algo de ciencia ficción, estaban a la orden del día.
Pero estar encerrado en casa también puede tener su lado positivo. Por ejemplo, deja mucho tiempo para pensar. Hacemos un repaso de algunas grandes ideas que surgieron de confinamientos o momentos de aislamiento y cambiaron nuestro mundo para siempre.
La cuarentena de Isaac Newton
En 1665 la Universidad de Cambridge (Inglaterra) cerraba sus puertas. El motivo: la Gran Peste de Londres, una epidemia de peste bubónica causada por la bacteria Yersenia pestis, que se transmitía a través de picaduras de pulgas que habían estado previamente en contacto con ratas infectadas.
Entre los estudiantes que hicieron las maletas estaba el joven Isaac Newton, que regresó a Woolsthorpe Manor, la finca que su familia tenía a unos 100 kilómetros al noroeste de la famosa localidad universitaria. Allí tuvo casi dos años para disfrutar de lo que más le gustaba: dedicar horas y horas a pensar y realizar experimentos sobre los temas más variopintos.
“Newton era un personaje decididamente raro, sumamente inteligente, pero solitario, triste, puntilloso hasta la paranoia, con fama de distraído (cuentan que había veces que, al sacar los pies de la cama por la mañana, se quedaba allí sentado varias horas, inmovilizado por el súbito aluvión de ideas que se amontonaban en su mente) y capaz de las excentricidades más fascinantes”, cuenta Bill Bryson en ‘Una breve historia de casi todo’.
Recluido en Woolsthorpe, investigó con diferentes prismas y desarrolló los principios de sus teorías sobre la óptica. Fue allí también donde, según contaba él mismo, vio caer la famosa manzana que le hizo plantearse cómo se mantienen en órbita los astros del universo. Y así empezó a investigar la gravedad.
Muchas de las teorías que Newton empezó a formular en aquellos años sentaron las bases de la física y la ciencia modernas. Sin embargo, no fueron compartidas con nadie hasta años después. Newton también tenía fama de extravagante en este sentido. En 1667, cuando la epidemia dejó de sumar muertos, reanudó sus estudios en la Universidad de Cambridge y poco después fue nombrado profesor.
Cuando Shakespeare escribió ‘El rey Lear’
Medio siglo antes, en 1603, otra gran plaga de peste había obligado a los ciudadanos de Londres a echar el cerrojo a sus casas. En aquella época no era raro que se produjesen con frecuencia, y en el verano de 1606 hubo otro brote.
A finales de ese mismo año se representó por primera vez la tragedia ‘El rey Lear’, de Shakespeare. La obra, una historia sobre el trono, las relaciones familiares y la ambición, es para muchos la más sombría del autor. Y no son pocos los historiadores que coinciden en que la escribió durante una de estas plagas de peste.
Shakespeare trabajaba como actor y escritor, y era también copropietario de una compañía teatral. Un negocio que no siempre resultaba rentable: aunque todavía no se sabía mucho sobre la enfermedad, sí se tenía claro que las aglomeraciones favorecían el contagio.
Una de las primeras acciones de los gobernantes en estas situaciones era prohibir los espectáculos y, por consiguiente, cerrar los teatros. Entre 1603 y 1613, el Globe y otros teatros de Londres permanecieron cerrados durante un total de 78 meses, más del 60% del tiempo. Por lo que no sería raro asumir que el autor dedicaba los meses de encierro a lo único que podía hacer: escribir.
La noche que nació Frankenstein
La historia de cómo nació uno de los personajes más famosos de la literatura nos sitúa en las montañas de Suiza y nos aleja de un contexto de plagas y enfermedades para transportarnos al año que no tuvo verano.
En 1815 entró en erupción el volcán Tambora en Indonesia. La explosión fue tan fuerte que los gases y cenizas arrojados a la atmósfera modificaron el clima de todo el hemisferio norte. Las temperaturas bajaron varios grados y se mantuvieron así durante tres años.
El frío siguió notándose en el verano de 1816, cuando un grupo de amigos, entre los que estaban los poetas Lord Byron y Percy B. Shelley, se refugiaron en la mansión Villa Diodati. Su idea inicial era disfrutar de unas vacaciones por el país, pero el mal tiempo los obligó a permanecer en el interior y buscar otras distracciones.
Una noche se marcaron un reto: cada uno escribiría una historia de terror. Varios de ellos terminaron sus textos enseguida. Sin embargo, la mujer de Percy B. Shelley, Mary, continuó escribiendo su relato durante los días que permanecieron en la villa. Y siguió dándole forma durante varios meses de frío más, hasta que se publicó en enero de 1818.
‘Frankenstein o el moderno Prometeo’ nació en unas vacaciones del año sin verano y se convirtió en una de las novelas más representativas del Romanticismo. Todo parece indicar también que las bases que explican nuestro conocimiento del universo lo hicieron en un mundo azotado por la peste.
Y no son las únicas ideas que surgieron de confinamientos o aislamientos: muchas otras son el resultado de estancias en la cárcel, enfermedades o largos viajes. Algo que tener en cuenta para mantener el ánimo y la creatividad bien altos durante este confinamiento.
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