“De no ser por el cambio climático, no existiría Cacho Island”. Lo dice Javier Cacho, el único español vivo que puede presumir de tener una isla con su nombre. Desde hace unos días, el mapa del continente antártico cuenta con un topónimo más: el de este físico, explorador y escritor madrileño de 67 años a quien el Comité Científico para la Investigación en la Antártida (SCAR en sus siglas en inglés) ha reconocido su labor investigadora dándole el nombre de una isla.
Cacho Island, tal como figura en el Diccionario Geográfico Internacional, se encuentra exactamente en estas coordenadas: 62°46?05?S 61°14?38? W
Para situarnos: en el extremo noreste de la península Hall, en la isla de Snow, del archipiélago de las Shetland del Sur, en el océano Antártico. Está a 120 kilómetros de las heladas costas del continente blanco y a unos mil kilómetros de Ushuaia, la ciudad más al sur de Argentina.
Acerquemos un poco más la lupa: la isla de Cacho mide 750 metros de largo, 350 de ancho y está separada de la península Hall por un canal de entre 30 y 60 metros. Pero eso es ahora. Hasta hace unos años, se creía que el actual islote –de nada menos que 19 hectáreas- era el extremo de dicha península, que cierra por el norte la llamada ensenada de Ivaylo.
“Hace poco, se vio que uno de los brazos no era tal. El deshielo producido por el cambio climático ha permitido constatar que era una isla, separada de Hall por un estrecho de más de 30 metros de profundidad. No creo ni que lleve más de 20 años viéndose como la isla que es”, argumenta Cacho, que ya en 1986 participó en la Primera Expedición Científica Española a la Antártida. Desde entonces, ha llovido, helado y deshelado mucho. Y no le faltan anécdotas que contar a este explorador que ya tiene en mente embarcarse en una nueva aventura: la que le llevará a hollar su isla.
LA CONEXIÓN BÚLGARA
– ¿De quién fue la idea de darle su apellido a la isla?
De Christo Pimpirev, que es el director y fundador del Instituto Antártico Búlgaro. Los búlgaros ya se interesaron por la Antártida poco antes del desmantelamiento de la URSS, allá por 1988. Tras un intento fallido de asentarse en la Isla Alejandro I, terminaron por hacerlo en la bahía Sur de isla Livingston, a 2,7 kilómetros en zodiac de la base española Juan Carlos I, de la que fui jefe durante varios años. En aquellos tiempos, por parte de Bulgaria, no se puede decir que hubiera un gran respaldo económico oficial.
– ¿La cercanía geográfica propició la amistad?
Y bastante ayuda por nuestra parte. Los investigadores y estudiantes búlgaros que iban lo hacían al principio casi pagándoselo todo de su bolsillo. Su base estaba compuesta mayoritariamente por geólogos y montañeros con una gran espíritu de aventura. Compaginaban su trabajo científico con largas horas cantando. Siempre llevaban en su equipo un miembro que tocaba la guitarra. Por nuestra parte, nunca les faltó comida, un chorizo, un vino… En aquella etapa, un tanto romántica, fue cuando conocí a Pimpirev. Volví allí años más tarde y me impresionó constatar que los becarios de aquellos pioneros búlgaros me reconocían y me daban la mano emocionados.
«IRÉ A MI ISLA EN 2021»
– ¿Hay más españoles con topónimos en los mapas antárticos?
Con una isla, no. Sí hay varios accidentes geográficos con nombres españoles, como el pico Pepita Castellví, una de las más importantes investigadoras vivas del continente antártico. O la punta Ballester, en homenaje a Antoni Ballester, uno de los pioneros de las exploraciones españolas, ya fallecido, pero no es tan frecuente que te den una isla.
– ¿Tiene pensado ir a visitar sus terrenos?
¡Por supuesto! Quiero a ir a mi isla y poner la bandera de España en la campaña antártica de 2021 al 2022. Lo hemos retrasado un año por la crisis del coronavirus. Haré una expedición científica a título privado con varios amigos biólogos, geólogos, meteorólogos… Mi plan es recoger también a Pimpirev en su base y alquilar un velero pequeño para desplazarnos a la isla. No queda lejos. Isla Snow está a menos de 10 kilómetros de Livingston, donde se encuentran las bases española y búlgara, entre otras.
CAZADORES DE FOCAS
– La zona tuvo fama de ser frecuentada por cazadores de focas en el siglo XIX. ¿Espera encontrarlas en su isla?
Este año se cumple el bicentenario del primer avistamiento de la Antártida. Su descubridor, el navegante William Smith, que pronto se dedicaría al comercio de pieles, ya dijo que las costas de las islas antárticas estaban “adoquinadas con guineas de oro”. Una metáfora preciosa para referirse a las focas y su aprovechamiento económico. En pocos años se sucedieron las matanzas de estos animales por parte de decenas de depredadores. Se calcula que se cargaron cerca de dos millones de ejemplares. Por suerte, ahora están totalmente protegidas todas las especies antárticas y no sería de extrañar que haya focas en Cacho Island.
«LA ANTÁRTIDA ES DE TODOS»
– Durante años, Chile, Argentina y Reino Unido se han disputado la soberanía de las Shetland del Sur. ¿Siguen latentes estas reclamaciones territoriales?
Las reclamaciones territoriales empezaron a surgir a mediados del siglo XX. Las Shetland fueron reclamados por estos tres países. Luego se firmó el Tratado Antártico, en 1959, por el que se decidió que la Antártida no tuviese dueño. Los países congelaron sus reclamaciones, en el sentido de no recurrir a tribunales superiores, como el de La Haya, por ejemplo. Y los países que nos incorporamos con fecha posterior a la firma, como España, firmamos una cláusula por la que nunca haremos ningún tipo de reclamación territorial. La Antártida es de todos, y esperemos que siga siendo así muchos años.
– ¿Y no hay peligro de que algunos países se dediquen a la explotación pesquera o minera?
En 1991 se firmó el llamado Protocolo de Madrid, por el que durante 50 años hay una moratoria para la explotación de los recursos minerales de la Antártida. Cuando termine el plazo, en 2041, se someterá de nuevo a votación entre los países miembros. Y si uno solo se niega, se prorroga la moratoria. Está bastante asegurado el tema. En el tema pesquero también hay muchas restricciones y se trabaja para convertirla en una especie de santuario marino. Asimismo, desde las bases, trabajamos intensamente para evitar al máximo posible la contaminación. De hecho, cada campaña de investigación requiere un estudio de impacto ambiental.
LA EVOLUCIÓN DEL CONTINENTE BLANCO
– ¿Qué es lo que más se investiga en la actualidad?
Hay muchísimas materias objeto de estudio. Por ejemplo, me consta que ahora se investiga bastante el sedimento marino. Interesa saber cómo ha sido la evolución de la Antártida en los últimos 50 o 100 millones de años También proliferan los estudios biológicos, por ejemplo para saber cómo se adaptan las distintas especies en aguas al borde de la congelación. Y mucha astronomía. Los observatorios antárticos ofrecen la ventaja de no tener que construirlos en altas montañas para evitar las primeras capas de contaminación. Eso sí, te puedes pasar seis o siete meses allí encerrado, como ocurre en base Concordia, operada por Francia e Italia y situada en la zona del Antártico Australiano. Pero no hace falta mirar al cielo para ver qué ocurre en el espacio. Muchos astrofísicos miran al suelo, pues la Antártida es el lugar del mundo donde más meteoritos se recogen.
– ¿Por alguna razón especial?
Son muy fáciles de descubrir. Caen en el hielo o en la nieve y se hunden, pero luego, los vientos van dejando al descubierto una parte de ellos. Se encuentran meteoritos de incluso más de millón de años.
EL AGUJERO DE OZONO
– Dentro de la investigación sobre el cambio climático que se realiza en la Antártida, usted fue uno de los pioneros en llamar la atención acerca del agujero de ozono. E incluso escribió un libro al respecto, que es un clásico en la materia. ¿Cómo ha ido evolucionando este problema?
Se han cumplido nuestras previsiones. Estaba claro que este agujero en la capa de ozono tenía su origen en la emisión de numerosos gases de origen industrial, los clorofluorocarbonados (CFC). Son gases que tienen una larga permanencia en la atmósfera, de más de 100 años, y era necesario llamar la atención para que se redujera drásticamente su producción. Se habló con los gobiernos y los distintos lobbies industriales y hubo un compromiso real para su eliminación que ha dado sus frutos. De hecho, desde el año 2000 se está logrando reducir notablemente el agujero.
TURISMO Y CORONAVIRUS
– ¿Ha llegado el coronavirus a la Antártida?
Los chinos pusieron medios de prevención en sus bases nada más saber de su existencia. El problema en la Antártida puede ser grave, sobre todo si la COVID-19 llegara a las bases que funcionan permanentemente, incluso en pleno invierno austral. Imaginen un contagiado en una base donde permanecen aisladas unas 30 personas durante meses y muchas veces con temperaturas de 80 grados bajo cero, bajo las que no puede operar un avión. Las bases cuentan con personal sanitario, desde luego, pero no creo que pudieran dar abasto en un caso parecido.
– ¿Hay mucho turismo a en el continente blanco?
Cada vez más. Podríamos hablar de entre 50.000 o 60.000 turistas al año, concentrados en los meses de verano austral, frente a los aproximadamente 5000 investigadores que trabajan allí permanentemente. Es cierto que están bastante controlados. Es turismo de crucero, e incluso visitan algunas bases.
En Nobbot | Los secretos de la Antártida y el Ártico, a nuestros pies con IceBridge
Imágenes | Google Earth, Javier Cacho
Me alegra muchísimo que se reconozca el gran trabajo de Javier.
Coincidimos a la vuelta de unos de sus primeros viajes a la Antártida a raíz de la exposición que preparó el INTA sobre el agujero de la capa de Ozono. Trabajamos duro para difundir la exposición y su trabajo como investigador, sobre todo, entre colegios de Madrid.
Hace mucho tiempo que no coincidimos, lo último fue con el «campamento científico» que organizó en el INTA.
Un gran abrazo Javier.
Cuando he leido «Cacho Island» y español, he pensado que era un cachondo en cuanto ponerle el nombre, despues he seguido leyendo y vi que era su apellido.
Pero lo que molaria tener una montaña y llamarla «Pedazo Montain» o un valle como «Jartá Valley».