El mundo es hoy un lugar bastante menos pobre que en el pasado. Aun así, más del 10% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza. Vivir con menos 1,90 dólares al día significa en muchas ocasiones comer poco y mal, no tener acceso a agua potable o contar con pocas posibilidades de estudiar. Y también significa que el próximo gran genio de la humanidad podría no llegar a serlo.
La media, como siempre, esconde casos extremos. En muchos países de África y algunos asiáticos, la población que vive con menos de 1,90 dólares al día supera el 30% e incluso el 40%. Cada vez más estudios señalan que, en estas condiciones, el desarrollo intelectual y cognitivo se ve seriamente afectado. ¿Está la pobreza privándonos de un nuevo Einstein?
Hasta los años 60 no nos dimos cuenta
Las diferencias entre ricos y pobres no son algo precisamente nuevo. Llevan siglos generando debate alrededor de cuestiones como justicia o igualdad. Sin embargo, hasta hace poco no nos dimos cuenta de los efectos de la pobreza a medio y largo plazo. No sabíamos qué pasaba si un niño no tenía comida o acceso a medicamentos, más allá de las cuestiones obvias.
Sin embargo, en la década de los 60, un estudio dio la vuelta al mundo y nos abrió los ojos. El Instituto de Nutrición de Centro América y Panamá (INCAP) nació 1949 para estudiar las causas y los efectos de los problemas de desnutrición de la región centroamericana.
Entre 1959 y 1964, un grupo de científicos del INCAP centró sus esfuerzos en los niños de varios pueblos de Guatemala, todos con problemas de desnutrición salvo uno, en el que se desarrollaba un programa de suplementos nutricionales. Durante los cinco años, midieron la evolución de los niños, no solo físicamente, sino cognitivamente. Los resultados no dejaban lugar a duda: los niños que comían mejor no solo estaban más sanos, sino que leían y razonaban mejor.
Además, las mismas poblaciones se volvieron a estudiar en 1988 y en 2002, confirmando las hipótesis iniciales. Por ejemplo, las niñas que habían sido alimentadas correctamente habían completado más años de escuela que el resto. Y los niños con buena nutrición se habían convertido en adultos con trabajos mejor remunerados.
Desde entonces, multitud de estudios similares han proliferado en las zonas pobres del planeta. Además, cada vez se llevan a cabo más investigaciones de este tipo en los países ricos, donde, incluso los niños más pobres, no presentan los mismos efectos de desnutrición ni los mismos problemas en el sistema educativo.
Escanear el cerebro en busca de respuestas
Estas diferencias entre las poblaciones pobres de distintos países llevaron a la comunidad científica a cuestionarse si la (des)nutrición era el único factor que afectaba el desarrollo cognitivo de los niños. Problemas como la necesidad de abandonar la escuela para trabajar, el estrés o la depresión de los padres o la falta de motivación son factores también ligados a la pobreza. Y podían estar influyendo en el futuro de los menores.
Esas son las respuestas que busca Shahria Hafiz Kakon, quien dirige un ambicioso proyecto en los suburbios de Dhaka, la capital de Bangladesh, financiado por la fundación Bill & Melinda Gates. Bangladesh es, precisamente, uno de esos países que no representan la media. Allí, el 40% de los niños crece en situación de pobreza.
La organización del fundador de Microsoft se encontraba ya trabajando en la clínica de Kakon, investigando el impacto de las vacunas en los niños. Hace cinco años, decidieron empezar a escanear el cerebro de muchos de estos niños. Desde entonces, un equipo de investigadores liderado por Kakon ha llevado a cabo multitud de resonancias magnéticas y electroencefalogramas para identificar el desarrollo de determinadas regiones cerebrales.
“En Bangladesh, hacer estudios basados en imágenes del cerebro es algo muy novedoso”, explica Sharhria Hfiz Kakon, en un artículo publicado en Nature. Los resultados han sido menos novedosos. 130 de los niños analizados hasta el momento tenían menos materia gris de lo habitual y respondían peor a los estímulos visuales y sonoros.
Pero la respuesta (aún) no es concluyente
El estudio, sin embargo, acaba, como quien dice, de empezar, ya que aspira a prolongarse en el tiempo para descubrir qué causas concretas afectan al desarrollo cerebral de las personas; ya sean tipos de nutrientes concretos o la ausencia de algún otro tipo de motivación externa.
El equipo de Kakon cuenta con la colaboración de Charles Nelson, del laboratorio de neurociencia cognitiva del Hospital Infantil de Boston, Estados Unidos, también investigador de la Harvard Medical School. A principios de siglo, Nelson llevó a cabo un estudio similar en Rumanía.
El objeto de análisis del Bucharest Early Intervention Project fueron los niños de los orfanatos. Estaban bien alimentados y gozaban de buena salud. Sin embargo, su desarrollo cognitivo era mucho menor que el de niños similares criados por sus familias biológicas. Entonces se concluyó que la causa era la ausencia de estímulos, ya que los bebés se pasaban el día en cunas donde apenas tenían contacto con otros seres humanos.
El problema de su estudio, como el de todos los anteriores, es la falta de una base de datos amplia y exhaustiva con la que comparar los datos recabados. Es la ausencia de un estudio ambicioso que ponga en perspectiva las observaciones de cada caso concreto. A eso, precisamente, es a lo que aspira el proyecto de Bangladesh.
¿Está la pobreza robándonos al próximo Einstein? Probablemente. Pero puede que esa no sea su peor consecuencia, sino que millones de niños no adquieran un nivel de conocimiento suficiente que les ayude a romper ese círculo vicioso en el que sus familias llevan generaciones atrapadas.
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