En 1941, una epidemia de tifus se extendió por el gueto de Varsovia (Polonia), donde millares de personas estaban atrapadas, hacinadas y muertas de hambre por el régimen nazi.
Entonces todos esperaban que las cosas empeoraran, pero en otoño la epidemia desapareció. En ese momento pareció un milagro. Hoy sabemos que el verdadero milagro del gueto de Varsovia fueron los esfuerzos de su gente.En noviembre de 1940, todos los judíos que residían en Varsovia, junto con miles de otros correligionarios de Alemania, fueron trasladados por la fuerza al gueto. Más de 450.000 personas fueron encerradas por los nazis en 3,4 kilómetros cuadrados rodeados por un alto muro de ladrillos y soldados armados. El agua y el jabón escaseaban y las raciones de comida no superaban las 200 calorías diarias. Se estima que 83.000 habitantes del gueto de Varsovia, entre 1940 y 1942, murieron de hambre y enfermedades.
En este infierno en la tierra hubo una emergencia sanitaria inducida (o no contrastada) por los nazis, provocada por la bacteria Rickettsia typhi. Las malas condiciones sanitarias y el hacinamiento hicieron que la enfermedad se propagara rápidamente. En poco tiempo, 100.000 personas se infectaron y 25.000 murieron.
Los registros de la época muestran que la epidemia de tifus surgió a principios de 1941 pero comenzó a desaparecer a finales de octubre del mismo año. En noviembre, la aparición de nuevos casos había disminuido en un 40%, pese a que el invierno suele ser la temporada alta para el tifus. Para arrojar luz sobre este episodio, un estudio publicado en ‘Science’, dirigido por el médico y matemático de la Universidad de Tel Aviv (Israel) Lewi Stone, ha combinado modelos matemáticos con información de los que sobrevivieron a la guerra.
La epidemia interrumpida del gueto de Varsovia
El tifus se transmite rápidamente por pulgas o piojos infectados, que viajan de persona a persona. La enfermedad causa fiebre alta, escalofríos, tos y dolores musculares severos. Es fatal en aproximadamente el 40% de los casos si no se trata. Según la OMS, las epidemias explosivas de tifus pueden surgir especialmente cuando las personas viven en condiciones de hacinamiento con escasa higiene.
Para comprender lo que realmente sucedió en el gueto de Varsovia, los investigadores utilizaron modelos matemáticos para mapear la propagación del tifus entre la población. Luego simularon la cantidad de nuevos casos que podrían haberse alcanzado con una epidemia descontrolada. Los modelos mostraron que se esperaba que el contagio se extendiera durante los meses de otoño e invierno y que afectara a casi todas las personas encerradas en el gueto.
Cuando los epidemiólogos hablan de la rapidez con la que se propaga una enfermedad, suelen mencionar el número reproductivo básico: R0. Es una estimación de cuántas personas puede infectar un individuo contagiado. Según la simulación de Stone y sus colegas, si R0 hubiera permanecido igual durante 1941, 300.000 personas en el gueto habrían contraído el tifus en el invierno de 1941-1942. En cambio, la epidemia terminó en noviembre de 1941.
Por lo general, los brotes epidémicos se agotan porque terminan las personas que se pueden infectar. Ya sea porque mueren o porque, una vez recuperados de la enfermedad, se vuelven inmunes. Pero más de 200.000 personas en el gueto de Varsovia no se infectaron nunca. La única explicación es que R0 cambió. Algo sucedió que doblegó la curva de la infección.
Doblegar la curva
Si todo esto nos suena familiar es porque es exactamente lo que estamos tratando de hacer con la COVID-19. En junio de 1941, el R0 del gueto de Varsovia había caído al 20% de su valor original. La epidemia alcanzó su punto máximo a mediados de agosto y desapareció en noviembre gracias a las medidas restrictivas adoptadas. Las mismas precauciones que estamos tomando nosotros: distanciamiento social, higiene personal y aislamiento de los infectados. De hecho, cuando no se tiene vacuna ni cura, estas medidas son las únicas válidas desde 1300.
Entre los reclusos del gueto de Varsovia había muchos médicos expertos. Junto con los líderes de la comunidad, impusieron el distanciamiento social y las cuarentenas para las personas infectadas. En la medida de lo posible en un gueto superpoblado. Además, promovieron la concienciación sobre la enfermedad y la importancia de la higiene. También lograron un mínimo de ‘colaboración’ de los nazis, quienes acordaron traer más comida, agua y jabón al gueto a cambio de más trabajo de sus habitantes. Gracias a la confianza total de la población, se evitaron así más de 100.000 infecciones y decenas de miles de muertos.
En el secreto del gueto de Varsovia, esos médicos incluso fundaron una escuela para formar nuevos expertos y enseñarles cómo controlar la infección. Esta es una prueba de que simples medidas de salud pública, el distanciamiento social y la buena higiene pueden combatir la propagación de enfermedades contagiosas. La información correcta para las personas es fundamental y la cooperación y las redes de seguridad social son igualmente importantes.
Cuando una epidemia es una excusa para la xenofobia
Desafortunadamente, muchas personas que sobrevivieron a la epidemia de tifus corrieron peor suerte poco después. De hecho, casi todos los habitantes del gueto de Varsovia fueron deportados en 1943 y asesinados en los campos de concentración. Los nazis afirmaron que de ese modo querían evitar «futuros brotes epidémicos». Este fragmento de historia, además de enseñarnos una lección de salud pública, también nos recuerda que las pandemias se utilizan con demasiada frecuencia como excusa para aniquilar a las minorías étnicas.
El tifus fue un punto clave en la propaganda que los nazis usaron para apoyar su programa de reclusión del pueblo judío en guetos y campos de concentración. Pero no fue la primera vez que en la historia. Durante la epidemia de peste bubónica en la Europa medieval, los cristianos comenzaron a culpar de la enfermedad a algunas comunidades judías que inicialmente se habían salvado de la infección.
A medida que la sífilis comenzó a propagarse, a partir del siglo XV, cada país europeo culpó a otro. Y así la enfermedad empezó a llamarse ‘mal napolitano’ fuera de Nápoles, ‘mal francés’ fuera de Francia, ‘mal polaco’ en Alemania y ‘mal alemán’ en Polonia. Tres siglos después, en Japón se convertiría en el ‘mal portugués’ y en Persia en el ‘mal turco’. También por eso, como enseña la historia de la erróneamente llamada ‘gripe española’, es necesario pensar con detenimiento antes de juntar el nombre de una enfermedad con el de un pueblo.
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