Los murciélagos son uno de los grandes reservorios de virus con potencial para infectar a los seres humanos. La rabia, el ébola, el SARS de 2002 y, probablemente, el nuevo coronavirus tienen su origen en estos animales.
Detrás hay numerosas razones, que van desde sus hábitos hasta su sistema inmunológico. Sin olvidar, claro está, una cuestión estadística. Los murciélagos conforman una cuarta parte de todas las especies de mamíferos del planeta.
Hacemos un repaso de las características que convierten a los únicos mamíferos capaces de volar en auténticos reservorios de virus.
Un buen sistema inmunológico
Los murciélagos tienen un sistema inmunológico especialmente fuerte, lo que hace que solo los virus con capacidad de evolucionar rápidamente puedan competir contra él. Cuando un virus que se ha adaptado para competir contra este animal se transmite a otro con un sistema inmunológico más débil (como, por ejemplo, los humanos) no encuentra problemas para abrirse paso e infectarlo.
Esta realidad hace que los murciélagos sean laboratorios de virus potencialmente peligrosos para otras especies. Algo que los científicos llevan alertando desde hace años y que se ha relacionado con los virus Ébola, Marburg, Hendra, Nipah y muchos otros.
La mayoría de estos virus tienen como material genético una o varias moléculas de ARN (ácido ribonucleico). Por lo general, son más versátiles y tienen más capacidad de adaptarse a condiciones ambientales cambiantes que los que tienen material genético basado en ADN (ácido desoxiribonucleico).
Cuestión de estadística
La inmunidad de los murciélagos no es la única razón por la que científicos e investigadores han seguido el rastro de estos mamíferos durante años, alertando de la probabilidad de contagios por nuevos virus. Los números también tienen mucho que decir.
Hay más de 1.200 especies de murciélagos en el mundo, que representan cerca de una cuarta parte de todas las especies de mamíferos que existen. Viven en todos los continentes, excepto en la Antártida, y lo hacen cerca de los seres humanos.
Un estudio realizado por científicos de la Universidad de Glasgow (Escocia) y publicado en la revista ‘PNAS’ relaciona, además, el número de especies que existe dentro de un grupo con las probabilidades de que los nuevos virus que nos afectan surjan en ellos. Es decir, que cuantas más especies de murciélagos haya, más posibilidades hay de que desarrollen diferentes virus que puedan saltar a las personas.
Algo significativo teniendo en cuenta que el grupo que más especies tiene (incluso más que los murciélagos) son los roedores. “Hay una explicación numérica bastante racional de lo que pueden parecer patrones sorprendentes”, señala Daniel Streicker, coautor del estudio, según la revista ‘Nature’. Y llama a centrar los esfuerzos para identificar amenazas de enfermedades de origen animal en las regiones con alta biodiversidad, en lugar de en grupos específicos de animales.
Cuevas y frutas: sus propios hábitos
Son muchos, muy diferentes y capaces de portar numerosos virus sin enfermarse. Pero, además, los propios hábitos de los murciélagos pueden favorecer la transmisión. En primer lugar, debemos tener en cuenta que suelen habitar en colonias, a menudo hacinados. Algunas cuevas dan cobijo a millones y millones de ejemplares, lo que facilita la propagación de los virus.
Su alimentación también juega un papel fundamental. Algunos murciélagos frugívoros (es decir, los que se alimentan de fruta), solo ingieren el jugo de la fruta y escupen el resto mientras vuelan. Esta fruta masticada puede ser una potencial fuente de infección.
Es importante tener en cuenta también su capacidad de volar, que les permite abarcar grandes territorios. Y, por último, el hecho de que pueden vivir más de 30 años. Algo que multiplica las posibilidades de transmisión, sobre todo de enfermedades crónicas o persistentes.
Un gran porcentaje de las infecciones emergentes de las últimas décadas han sido zoonosis. Es decir, enfermedades infecciosas causadas por bacterias, virus, hongos o parásitos que se transmiten de los animales a los humanos. Al analizarlas, es interesante cambiar nuestro punto de vista y entender que a menudo es el ser humano el que interfiere en la vida de los animales (y raramente al revés).
Más allá de los wet markets
Tras constatarse que un nuevo virus empezaba a circular por el mundo hace unos meses, muchas miradas se dirigieron a los mercados húmedos de Asia. Espacios en los que se venden productos frescos, entre ellos gran cantidad de animales salvajes (y algunos exóticos y hasta en peligro de extinción).
En los últimos años, numerosos científicos habían señalado estos lugares como potenciales fuentes de pandemias. Y es que en ellos se acumulan muchos animales en muy poco espacio, que se destinan, en gran medida, al consumo humano. Entre ellos, murciélagos (y otros animales que pueden convertirse en intermediarios entre estos y los humanos).
Pero la realidad no empieza y acaba ahí: la caza o la destrucción de algunos hábitats son otros ejemplos de nuestra interferencia en la vida salvaje. A día de hoy, todavía no se sabe con exactitud qué animal es el transmisor inicial del virus SARS-CoV-2, pero ha vuelto a abrirse el debate sobre la necesidad de prohibir el tráfico de vida silvestre y respetar los animales salvajes.
Entre ellos, los murciélagos. Animales que resultan fundamentales en muchos ecosistemas del mundo, ya que polinizan flores y sirven para regular las poblaciones de insectos. Entre otras tantas cosas.
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