Es verano en la campiña sueca. Brilla el sol, la temperatura es agradable y los manteles de cuadros salpican los verdes prados. El día es perfecto para un picnic. De hecho, es un momento perfecto para compartir una apestosa lata de arenque fermentado durante seis meses.
Lo de apestoso es literal. El olor del gas que sale de la lata es difícilmente soportable. Sin embargo, el surströmming (arenque agrio en sueco) es considerado un auténtico manjar entre los nórdicos. En sus diferentes versiones, del marinado agridulce danés al fermentado explosivo finlandés, este pescado azul habitual en el mar Báltico es un plato recurrente en las mesas del norte europeo. Pero volvamos a Suecia y a lo de apestoso.
En la ciudad de Malmö, al sur del país, hay un museo que le rinde homenaje al surströmming. Y al cuy o coballa asada típica de Perú. Y al casu marzu o queso podrido tradicional de Cerdeña. O al hákarl, otra delicatessen nórdica consistente en tiburón curado durante meses bajo tierra y que, dicen los islandeses, solo puede deglutirse junto a un buen trago de brennivín, un tipo de aguardiente.
Este lugar es el museo de la comida (y la bebida) asquerosa. El DFM o Disgusting Food Museum busca hacer reflexionar sobre la parte adquirida del sentido del gusto. Todos aquellos sabores que, de una u otra forma, son culturales. El museo lleva al visitante a dar la vuelta al mundo de plato en plato aparentemente asqueroso y viscoso, pero sabroso.
El museo de la comida asquerosa
Malmö es una ciudad mediana en el extremo sur de Suecia. Situada a orillas del estrecho de Øresund, está conectada con la capital de Dinamarca, Copenhage, por uno de los puentes más espectaculares de Europa. De hecho, la localidad tiene mucha más relación con el país vecino que con el resto de urbes suecas. Allí fue donde Samuel West y Andreas Ahrens decidieron que debía iniciar su recorrido por la comida asquerosa.
West es el responsable de la idea extravagante. Todo empezó con otro proyecto peculiar. En 2016 abría en Helsinborg, también en Suecia, el Museo del Fracaso (del que ya hablamos aquí). Su objetivo con este primer museo era reforzar la idea de que fallar es básico para aprender e innovar. Que muchos grandes proyectos empezaron con grandes fracasos.
Dos años después, se dio cuenta de que con el sentido del gusto nos pasaba algo muy distinto a con el fracaso. Nos atrapaba y nos paralizaba. Nos impedía probar cosas nuevas. ¿Cómo íbamos a comer menos carne e ingerir otras fuentes de proteínas (como los insectos) si un simple queso apestoso nos echaba para atrás?, se preguntaba en esta entrevista con ‘The New Yorker’. La semilla olorosa de un nuevo museo empezaba a germinar.
En 2018, West y su amigo Ahrens se pusieron manos a la obra con la selección. Investigaron y probaron más de 400 platos, comidas que podían resultar asquerosas tanto por sus propiedades (textura, olor, apariencia o sabor) como por su proceso de producción. Así fue como el foie gras (el hígado hipertrofiado de un pato o ganso sobrealimentado a la fuerza) se ganó un hueco en la exposición.
Un huevo, un feto y una fruta con olor a calcetín sudado
Tras el proceso de estudio, West y Ahrens acabaron seleccionando algo más de 80 comidas que conforman la exposición fija del museo. Son platos de todo el mundo. Algunos son obsequios de la madre naturaleza. Otros son realmente rebuscados. Desde el Sudeste Asiático, el museo nos muestra un buen ejemplo de cada uno.
El durián o durión es una fruta. Tiene una cáscara espinosa y un alto valor alimenticio. En Tailandia, Indonesia y Malasia es una codiciada fuente de proteínas, grasas y azúcares. Aunque en Tailandia también prohíben subirse con ellas a transportes públicos y entrar a determinados espacios cerrados. El motivo es que, además de todas sus virtudes, emana un aroma particular. Apesta. Los que lo han sufrido dicen que es una mezcla de cebolla podrida y calcetín sudado.
No lejos de Tailandia, en los vecinos Vietnam, Camboya y Filipinas, se consume otro de los manjares singulares del museo. Este no sabe ni huele mal. Pero su aspecto, su textura y su proceso de elaboración no invitan a probarlo. El balut no es otra cosa que un huevo de pato fertilizado y cocido. El romper la cáscara, el feto de la cría se revela en todo su esplendor, con sus plumas y su pico ya formados. El sabor, para quien se atreve, dicen que es bueno.
Arenque fermentado y chinches hediondas
La exposición permite probar todos los platos. Algunos se preparan a diario, otros están envasados o en proceso de fermentación. Y, claro, llega un punto que el recorrido tira de orgullo sueco. Con un rótulo que señala “la comida más apestosa del mundo”, las latas de arenque fermentado ocupan un lugar central en el museo.
El surströmming ha dado horas y horas de vídeos de YouTube, miles de arcadas en directo y, aseguran desde el museo, más de una vomitona. El proceso de elaboración de este plato es sencillo. El arenque se pesca y se deja fermentar entre uno y dos meses en un barril. A continuación, se mete en una lata donde debe permanecer entre seis meses y un año. En ese tiempo, termina de fermentar y genera tanto gas que la lata cilíndrica acaba abombándose.
Es ese gas el que, al abrir la lata, provoca la sensación más desagradable. Se trata de una mezcla de dióxido de carbono y otros compuestos químicos como el ácido propílico, el sulfuro de hidrógeno (huele a huevo podrido), el ácido butírico (con un olor similar a la mantequilla rancia) y el ácido acético. La experiencia, como puede verse en el siguiente vídeo de Ibai Llanos, es inolvidable.
La lista de platos peculiares del museo es larga. Las chinches hediondas secas que se comen en Zimbabue, el pastel de moscas compactadas conocido como kunga, las langostas fritas de Israel (el único insecto kosher) o el zumo de rana peruano son algunas de las joyas de la exposición.
Pueden parecer comidas asquerosas, pero son muy apreciadas en sus lugares de origen. El museo de Malmö invita a los visitantes a desafiar su noción de qué está rico y qué no. El estómago de vaca cocido, el cartílago de la oreja del cerdo aderezado con pimentón, las lampreas cocinadas en sangre, las crestas de gallo guisadas y los tentáculos repletos de ventosas de un ser viscoso de ocho patas seguro que tienen algo que decir. Y no nos ha hecho falta ir a Suecia.
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