La mayoría apenas somos conscientes de la cantidad de datos que generamos al día. Simplemente haciendo uso del smartphone, le estamos dando a grandes compañías como Google o Apple información sobre a qué hora nos despertamos; qué red social usamos más, cuándo y con quién; desde dónde nos conectamos con más frecuencia; qué tipo de contenido buscamos en Internet; durante cuánto tiempo hacemos deporte, y los parques o gimnasios que usamos para ello; qué tipo de afiliación política tenemos; o cuáles son nuestras preferencias alimentarias, entre una infinidad de otros datos de los que apenas somos conscientes, como el número de veces que desbloqueamos la pantalla.
Estos y otros datos tienen cada vez más valor, y se han convertido en el nuevo oro. Por ello, muchas empresas de tecnología ya se lanzan hacia ellos con palas y picos virtuales. ¿Su objetivo? Extraer tantos datos de las personas, las empresas y las ciudades como sea posible para generar nuevos productos y servicios, modelos de negocio, o herramientas y procesos varios que poder monetizar. Debido al valor que tienen nuestros datos, posiblemente tengamos menos privacidad en el futuro, pero la cederemos de manera voluntaria. Así funciona el negocio de los datos.
No es gratis, mis servicios tienen como coste tus datos
¿Os imagináis acudir a un restaurante y cumplimentar un cuestionario personal para cenar gratis? Aunque es algo que no vemos en la actualidad, es posible que en el futuro algo así tenga sentido. Ya ocurre con otros servicios como el email, que grandes compañías ofrecen gratis, al coste de que le cedamos nuestros datos personales.
La empresa más conocida en esta materia es Google (aquí nos explican ellos mismos cómo lo hacen), pero lo cierto es que la cesión de datos por parte de los usuarios va desde blogs personales que informan de su política de cookies a grandes multinacionales con servicios de todo tipo.
Si los datos tiene cada vez más valor es porque son muy rentables. Pensemos en una empresa que tenga los datos de compra de millones de usuarios, como es Amazon. La compañía de Bezos es capaz de enviar anuncios dirigidos a una persona concreta, y estos tienen más posibilidad de compra que anuncios genéricos. Disponer de información de sus posibles compradores les ayuda a mejorar el proceso de venta.
Nuevos cambios en el mercado debido al análisis de datos
Hay varios anuncios en los medios dirigidos a los “buenos conductores”, o al menos a aquellos que no han perdido nunca un punto. «¿Por qué a mí, si tengo todos los puntos?» se pregunta el protagonista de un anuncio de vídeo justo antes de levantarse y salir de pantalla. Aunque arrancaron hace algunos años, los vehículos conectados van a hacer que este tipo de seguros basados en los puntos de los buenos conductores cobre relevancia.
Las compañías de seguros ya se basan en el análisis de datos para fijar sus precios. Dado que se sabe que los jóvenes causan más accidentes, el coste de su seguro suele ser mucho mayor que el siguiente grupo de riesgo. Varias compañías de seguros y algunos operadores de telefonía pretenden hacer uso de los sensores del vehículo conectado y ponderar en base al estilo de conducción el coste de este seguro personalizado.
¿El límite? No lo sabemos, pero el siguiente paso es variar el precio de los productos de un supermercado en base a la demanda hora a hora. Tiene sentido que aquellos productos que se demanden más a determinadas horas tengan un coste superior que aquellos que no lo hagan. De hecho las tiendas que abren 24 horas son más caras, precisamente porque saben que a determinadas horas del día (por la noche) no hay tanta oferta. Si a menor oferta el precio fijado sube, ¿por qué no iba a subir o bajar en base a la demanda? ¿Y por qué no hacerlo en tiempo real o en base a históricos?
Algo así sin duda modificará la experiencia de compra y nuestras costumbres con respecto a ella. Quizá hasta tengamos que bajar varias veces al día a comprar algo si queremos ahorrar.
La vivienda, la próxima mina de oro de los datos
Siri, Cortana y Google Now son asistentes virtuales que pretenden facilitarnos la vida en distintos escenarios. Es decir, servicios que podemos usar (recordemos, “gratis”) para mejorar la experiencia con el smartphone y el ordenador. Estos asistentes fueron la primera avanzadilla en reconocimiento de voz para comunicarse con las personas, y la base de otros sistemas como Alexa o Echo.
Tanto Alexa como Echo son dos herramientas (software y hardware) de Amazon que (y aunque es cierto que nos pueden ayudar mucho en el hogar) tienen como objetivo principal obtener datos sobre nuestra vivienda. El hogar es la próxima mina de oro de los datos. Veamos algunos ejemplos de usos viables tecnológicamente:
- Si Alexa detecta siempre las voces cerca de “ella” (es un cilindro que suele colocarse en espacios como el salón), sabrá que la vivienda es pequeña. Con esa información evitará que en los anuncios aparezcan muebles u objetos grandes que no cabrían.
- En base al número de voces, Alexa sabrá cuántas personas viven en el domicilio, así como cuándo tenemos visitas, información con la que puede dirigir anuncios.
- En función de la hora a la que detecte sonidos en el interior de la vivienda, Alexa sabe nuestros horarios, y cuándo la vivienda está o no ocupada. Eso le da información sobre nuestro ocio o lo caseros que somos.
Esta mecánica no es nueva. Colin Angle, CEO de iRobot, ya informó a Reuters que iba a vender los datos que su robot aspirador recogiese sobre los planos de las viviendas donde estaba aspirando. En otras palabras, ya no hace falta que te pirateen el aspirador para saber las dimensiones de tu vivienda porque en los T&C de Roomba, iRobot o Lola ya se refleja que tus datos pueden ser vendidos.
Cedemos nuestra privacidad a cambio de servicios, voluntariamente
El concepto de privacidad no es algo estático, y cambia a lo largo del tiempo y en función del lugar del mundo en que nos encontremos, como ya vimos cuando hablamos del momento en que todo el mundo lo grabe todo por la calle.
A mediados del siglo pasado, los americanos tenían miedo a que los rusos hubiesen pinchado sus teléfonos, y viceversa. Hoy día nos lanzamos alegremente a incluir micrófonos en nuestra vivienda para hacernos la vida más cómoda, y muchas veces no caemos en la cuenta que quien los suministra tiende a escuchar a través de ellos.
Lo cierto es que todos nosotros cedemos de manera voluntaria nuestros datos, muchas veces sin leernos los Términos y Condiciones del servicio. Nadie nos obliga a comprar a través de Amazon, enviar emails con Gmail o hacer uso del smartphone. Es algo que elegimos para tener una mejor calidad de vida, o eso esperamos. Como si de un trueque se tratase, la mayoría de nosotros estamos inmersos en decenas de intercambios similares con las marcas.
Cada vez cedemos más datos, y esto cambia nuestra percepción de los mismos. Hace unos años no se nos habría ocurrido mostrar nuestra contraseña a nadie, y hoy día hay gestores de contraseñas o antivirus como Avast que actúan como grandes repositorios de nuestras claves de acceso. ¿Por qué? Porque nos facilita el trabajo de recordarlas.
Del mismo modo que los tabúes sociales van cambiando a lo largo del tiempo debido a la tecnología, los conceptos de privacidad y seguridad también lo hacen. Nuestra privacidad se verá reducida de manera paulatina porque seremos nosotros mismos quienes se la otorguemos a otros: familiares y conocidos, grandes marcas, el ayuntamiento de la ciudad…
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