En febrero de 2014, el ingeniero indio Satya Nadella fue presentado a los empleados de Microsoft como CEO de la compañía. Flanqueando a Nadella estaban sus dos predecesores en el cargo, el fundador Bill Gates, una leyenda andante, y el incombustible Steve Ballmer. En 40 años de historia, nadie más ha llegado a lo más alto en la compañía de Windows.
Ahora, después de tres años y medio en el puesto, Nadella ha escrito un librito breve y muy directo de reflexiones: ‘Pulsa actualizar’. No se trata de unas memorias al uso, porque a Nadella todavía le queda todavía mucha tela por cortar y porque está tan lleno de preguntas sobre el futuro de la tecnología y de la compañía como de respuestas y reflexiones sobre el pasado.
En el libro, que está escrito en un lenguaje muy accesible y evita la jerga tecnológica y de negocios, Nadella hace confesiones esperables, aunque importantes para conocer la evolución última de Microsoft. Así, reconoce que, aunque él se había incorporado a la compañía en 1992, cuando tomó el mando se encontró con una multinacional desnortada que no acababa de asumir el giro a la nube, donde ya se veía ampliamente superada por Amazon, y que además luchaba sin mucha convicción con Apple y Google por liderar el negocio del software para smartphones, algo que obsesionó a Steve Ballmer en sus últimos tiempos en la firma y que le que llevó a la locura de gastar más de 5.000 millones de dólares para hacerse con Nokia, una empresa en claro declive.
Satya Nadella en Una empresa “enferma”
Fue una operación que nunca contó con el visto bueno de Nadella. De hecho, en un momento del libro, Nadella dice que la adquisición del histórico fabricante europeo de teléfonos móviles era un claro ejemplo de que Microsoft estaba perdiendo su “alma” y se pregunta por qué a esas alturas (2013) iba a necesitar el mundo un tercer SO móvil.
La empresa estaba enferma. Los empleados estaban cansados y frustrados. Estaban hartos de perder y de quedarse atrás a pesar de sus estupendos planes
El CEO de Microsoft habla en términos muy crudos del desánimo que se encontró cuando llegó a la dirección: “La empresa estaba enferma. Los empleados estaban cansados y frustrados. Estaban hartos de perder y de quedarse atrás a pesar de sus estupendos planes e ideas. Llegaron a Microsoft con grandes sueños, pero sentían que lo que realmente estaban haciendo era ocuparse de gestiones administrativas, rellenar impresos fiscales y discutir por nimiedades en las reuniones”. En fin, más claro imposible.
Frente al estilo marcial e histriónico de Steve Ballmer (un señor que para algunos pasará a la historia por su famoso “developers, developers, developers” o por su mofa del iPhone), en casi cuatro años al frente de Microsoft, Nadella ha introducido un estilo más compasivo y ha devuelto a la compañía al centro del escenario, volviendo a dar protagonismo al software, que es lo que Microsoft mejor sabe hacer.
Si Ballmer concebía el mercado tecnológico como un cruento campo de batalla donde uno tiene que perder para que el otro gane, Nadella no rehúsa competir, pero sabe que la búsqueda de alianzas -a veces con enemigos históricos como Apple, Linux o Google- será más beneficiosa para todos. El combativo Ballmer, que ha acabado bailando y dando gritos a pie de pista a los chicos de Los Angeles Clippers, el equipo profesional de baloncesto que compró nada más salir de Microsoft, ha sucedido un hombre de entendimiento o que al menos quiere ganar la batalla con un sonrisa, regalando rosas y dando mensajes de armonía al mundo.
Nadella habla de las dificultades para convencer a los directivos que había que dar un giro de 180 grados con el objetivo de asegurar su competitividad futura
Frente al vocerío comercial de Ballmer, Nadella, con pintas de intelectual a la europea, opone un perfil de hombre cerebral e ingenieril, que escucha más que habla y que es capaz de hacer referencias en sus charlas al filósofo Terry Eagleton, a un visionario como David Gelernter o un político como Ronald Reagan.
Nadella es un símbolo del poder blando que se ha impuesto también en el mundo de las grandes corporaciones. En todo caso, pese a tener estilos muy diferentes, las escasas palabras que Nadella dedica a Ballmer en el libro no suenan a reproche, y más bien son de agradecimiento por haber encontrado el momento de retirarse y propiciar el cambio.
En ‘Pulsa actualizar’, una traducción un tanto forzada del ‘Hit refresh’ que figura en la portada del libro en inglés, Nadella habla de las dificultades que ha tenido para convencer a los directivos de una empresa que ganaba -y sigue ganando- mucho dinero vendiendo licencias de software al modo tradicional de que había que dar un giro de 180 grados con el objetivo de asegurar su competitividad futura.
Microsoft debe ir renunciando a los ingresos de Windows, el software estrella durante décadas, porque el PC no deja de languidecer
Nadella cuenta lo difícil que es sacar de la zona de confort a un equipo formado por miles de empleados que ha muerto de éxito y que ahora debe salir a la intemperie de un negocio incierto, consistente en invertir miles de millones de dólares en centros de datos repartidos por todo el mundo para vender servicios desde plataformas como Azure, o que tiene que vender un programa como el Office bajo un esquema de pago por uso, o, peor aún, que va a tener que ir renunciando paulatinamente a los ingresos de Windows, el software estrella de la compañía durante décadas, porque las demandas de los clientes han cambiado y el PC no deja de languidecer.
Windows 10 y Kenia
Se puede decir que Nadella, como él mismo defiende en el libro, ha cambiado “el alma” de Microsoft, o por lo menos de la Microsoft de Steve Ballmer que se hizo poderosa en los tiempos de esplendor del PC. En el lanzamiento de Windows 10, la primera release de producto realmente importante de la era Nadella se ejemplifica el cambio de tercio. Él lo cuenta en el libro. Como en ocasiones precedentes, el equipo de marketing corporativo de la compañía se tomó su trabajo en serio y pensó para la ocasión en incendiar visualmente la mismísima Ópera de Sidney.
Sin embargo, Nadella desterró la grandilocuencia y aprovechó la ocasión para mostrar una Microsoft distinta, y convenció a todos de que Windows 10 tenía que ver la luz a nivel comercial en una remota aldea de Kenia. La idea era dar una imagen de la compañía como un factor de empoderamiento para todos los habitantes del planeta, y no sólo para los más ricos y poderosos. Al fin y al cabo, el propio Nadella es un producto de esa globalización que ha traído la tecnología.
En el libro, el CEO de Microsoft también habla del futuro que se empieza a vislumbrar con avances como la inteligencia artificial o la computación cuántica, donde su compañía ha hecho inversiones significativas.
Además, el directivo repasa su trayectoria vital y recuerda las dificultades por las que pasó él y su familia a su llegada a Estados Unidos, y también homenajea la figura inspiradora de sus padres. En un pasaje también muy personal, da cuenta de la pasión juvenil por el criquet, ese deporte tan difícil de entender para un español, pero que en la India es un fenómeno de masas. De hecho, Nadella deja caer que, de haber tenido una oportunidad en las ligas superiores de criquet de su país, ahora la historia de Microsoft y de la informática la estaría escribiendo otro.
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