Nuestro conocimiento sobre las leyes del universo es relativamente preciso, y por eso hoy día podemos adelantarnos a algunos descubrimientos y predecirlos de algún modo. De hecho, hay descubrimientos que están esperando a la tecnología adecuada, aunque nos gusta sospechar cómo serán.
Sin embargo, a lo largo de la historia la mayoría de los descubrimientos se han realizado por pura casualidad. Muchas veces buscando algo diferente o no buscando nada en absoluto. Son las serendipias, descubrimientos accidentales que lo cambiaron todo. Te contamos algunos.
La vulcanización del caucho
El caucho fue un descubrimiento sudamericano anterior anterior a la llegada de Colón al continente. En concreto, los olmecas lo usaban hacia 1500 a.C. para jugar a la pelota. Pero, incluso tras dos siglos en el continente europeo, el caucho no tuvo más uso que servir de impermeable a la empresa de textiles Macintosh.
Este material tuvo que volver a América y ponerse en manos de Charles Goodyear. Entre 1930 y 1939 gastó todo su dinero en experimentos para hacer al caucho insensible a los cambios de temperatura, dado que en invierno se cuarteaba y en verano se derretía.
Un día, trabajando en lo que él llamaba laboratorio, un trozo de caucho mezclado con azufre cayó sobre una cocina caliente. Había descubierto el proceso llamado vulcanización, al que llamó así por el dios romano del fuego. Es una de las serendipias más torpes que existe, aunque cobra validez por la perseverancia de Goodyear.
En 1844 recibió la patente, pero estuvo luchando para defenderla hasta 1860, momento en el que fallecía, aún pobre. Unos años más tarde, el primer automóvil salía de las cadenas de montaje con neumáticos de caucho vulcanizado, y el mundo empezó a rodar.
El gas mostaza y las serendipias que dan esperanzas
Durante la Segunda Guerra Mundial, el puerto italiano de Bari fue bombardeado por la Luftwaffe alemana, lo que hizo que el gas mostaza que llevaban los barcos (que en realidad no era un gas) se liberase sobre el agua. Cientos de marineros, huyendo de las llamas, se lanzaron a las aguas contaminadas.
Una vez atendidos, estos soldados presentaban una disminución alarmante en la cantidad de glóbulos blancos muy similar a la que presentaban algunas personas enfermas de leucemia. Tras este incidente, cientos de compuestos similares fueron probados en pacientes con cáncer.
Ninguno surgió efecto como cura, pero algunos presentaban propiedades que frenaban el crecimiento del tumor. Fue la primera prueba de que la enfermedad podría ser tratada algún día con éxito, y la chispa de la esperanza en la cura contra el cáncer.
El colorante morado y su importancia en la investigación microbiológica
Hasta 1856, la única forma de lograr colorante morado era usar pequeños caracoles del mar Mediterráneo a razón de 9.000 ejemplares para producir un gramo de tinte. No era un método demasiado efectivo, y su coste es el motivo por el que el color ha sido asociado a la realeza durante milenios.
Pero William Perkin cambiaría para siempre la percepción sobre este color. Mientras buscaba preparar quinina artificial para curar la malaria mediante un procedimiento nada científico (juntando átomos hasta dar con la cantidad correcta), dio sin querer con una sustancia negruzca que teñía el agua de morado.
Lo probó en una fábrica textil y resultó que también teñía la ropa. En aquel momento, Perkin le dio al mundo el malva y se hizo increíblemente rico en el proceso.
Solo gracias a ello pudo seguir investigando y consiguió el colorante de alquitrán de hulla, que un siglo más tarde ayudaría como agente de tinción en investigación microbiológica, descubriendo el bacilo de la tuberculosis y del cólera.
La fotografía o el precedente de Instagram
En 1838, L.J.M.Daguerre estaba realizando experimentos para fijar una imagen captada a través de una cámara oscura sobre unas placas pulidas de cobre que habían sido cubiertas con un fino baño de plata y expuestas a vapores de yodo. Aquellas imágenes tenían muy poco color y definición.
Pero, un día, Daguerre lavó una de aquellas placas con objeto de reutilizarla y la guardó en un armario en el que habían caído por accidente unas gotas de mercurio. Para su sorpresa, a la mañana siguiente, la imagen aparecía vívida (vívida de entonces, borrosa de ahora, entiéndase) sobre la capa de plata.
Había descubierto el daguerrotipo que daría la lugar a la fotografía. Hoy, millones de personas hacen fotos y las suben a Instagram sin saber quién esa persona que lo hizo posible. Es una de las serendipias más conocidas.
La piedra de Rosetta
Pocos objetos históricos son tan relevantes para entender la cultura como la piedra de Rosetta, que liberó la historia del Antiguo Egipto. Esta piedra contiene el mismo texto grabado en griego antiguo, escritura demótica y jeroglíficos antiguos, por lo que sirvió de punto de partida para entender estos últimos.
Hay dos versiones de la historia. En una, unos soldados franceses con traslado al fuerte de St. Julien se encontraron la piedra tirada en el suelo en 1799. La segunda historia, más probable, es que esos mismos soldados echaran abajo varios muros donde se encontraban los grabados para hacer sitio al futuro fuerte.
Lo que sí está claro es que, tras intentar leer los grabados, los franceses se dieron cuenta de la implicación cultural que tendría la piedra de Rosetta en el entendimiento del mundo antiguo. Sin embargo, no pudieron llevársela y, tras la victoria de las tropas inglesas, la piedra fue llevada a Londres y expuesta al público en 1802.
El óxido nitroso (o gas de la risa) y su lugar en los quirófanos modernos
Un día de 1844, Samuel Cooley y su amigo Horace Wells acudieron a una atracción pública en Hartford, Connecticut. La atracción consistía en inhalar gas de la risa, hoy conocido como óxido nitroso, para colocarse y hacer reír al público y a sí mismos.
Cooley inhaló el gas y, aunque no hay registros del motivo, se puso violento y empezó una pelea con varias de las personas, hasta tropezar y caer del escenario. Tras esto, se serenó y se sentó en su butaca, calmado. Tan calmado que alguien tuvo que señalarle que sangraba profusamente por una pierna.
Samuel Cooley no era consciente de la herida que se había hecho durante la caída y Wells, que era dentista, se percató rápidamente de cómo podía usar el gas de la risa en sus pacientes.
Hoy día, uno puede someterse a una operación quirúrgica de importancia sin fallecer de un ataque cardíaco gracias al descubrimiento del gas de la risa como anestésico.
Ha habido muchas más serendipias a lo largo de la historia: la gravedad, el descubrimiento de la quinina, numerosas sustancias químicas y elementos, las vacunas, la isomería trans y cis… Y probablemente haya en el futuro una cantidad todavía mayor de descubrimientos por casualidad.
Dicen los que la han estudiado que para la serendipia hace falta una mente preparada, ya que cosas curiosas están ocurriendo constantemente en todas partes. Lo que ocurre es que, para muchas, nadie se ha dado cuenta todavía.
En Nobbot | Estos cuatro descubrimientos están esperando a que encontremos la tecnología adecuada
Imágenes | iStock/Dziggyfoto, Mont BlancLavender on Water (CC BY-SA 2.0), Piedra de Rosetta (CC BY-SA 4.0), Wellcome Library (CC SA-BY 4.0)