Nos hemos pasado un año suspirando por las vacunas. Y ahora que las tenemos sobre la mesa (en un tiempo récord, además) hemos descubierto que la luz al final del túnel viene cargada de dudas.
Las nuevas variantes del coronavirus tampoco han contribuido a aportar certezas. Si el virus cambia, ¿seguirán funcionando las vacunas? ¿Podrán las nuevas variantes del SARS-CoV-2 escapar a la inmunidad creada por las inyecciones? Dentro de la ciencia, sin embargo, el horizonte parece un poco más claro. La investigación huye de las verdades absolutas, pero eso no significa que no haya hechos probados a los que agarrarnos cuando se trata de entender la relación entre vacunas y mutaciones.
La vida es mutante
El material genético de cualquier ser vivo muta. Las mutaciones están en la misma esencia de la evolución. Cada vez que un ser vivo copia su material genético, hay probabilidades de que se produzca un error y se introduzcan cambios en el ADN. Estos cambios son las mutaciones. Algunas especies, como los seres humanos, mutamos lentamente porque contamos con una maquinaria genética capaz de corregir la mayoría de los errores en este proceso.
Los virus, en la frontera de la no vida, mutan mucho más rápido. El SARS-CoV-2 no es de los que más rápido lo hace, ya que tiene también un sistema simple de reparación de estos errores. Aun así, según la base de datos de Nextstrain, se han detectado ya cerca de 30 000 mutaciones desde el inicio de la pandemia. Es decir, cerca de 30 000 cambios respecto a la secuencia genética original (la que fue secuenciada en Wuhan hace un año).
Para conocer la evolución de este ejército de mutantes que recorre el mundo, muchos países tienen en marcha programas de secuenciación genética del virus. En España, por ejemplo, este esfuerzo lo coordina el Instituto de Salud Carlos III, aunque los datos están siendo también publicados por otras plataformas colaborativas, como Nextspain.
La mayoría de estas mutaciones terminan en nada y afectan de forma negativa al virus. La propia selección natural se encarga de borrarlas del planeta. Sin embargo, algunas mutaciones sí ‘mejoran’ el virus. Es decir, tal como señala Narcisa Martínez Quiles, profesora de inmunología de la Universidad Complutense de Madrid, lo pueden hacer más transmisible o más virulento, lo cual afecta directamente a su capacidad de seguir contagiando (que, al fin y al cabo, es para lo que vive el virus).
Mutaciones, variantes y cepas
Una sola mutación no suele tener la capacidad de alterar el funcionamiento del virus. Cuando un virus ha acumulado un grupo de mutaciones que lo diferencian del original, hablamos de variante. Estas variantes no tienen por qué conllevar cambios en la transmisibilidad o la virulencia del virus, como en la variante detectada en las granjas de visones danesas. Cuando se acumulan suficientes mutaciones como para alterar la biología del virus, hablamos de cepa. Nos referimos entonces a subgrupos que ya ni siquiera pueden considerarse el mismo virus.
De esta manera, por ahora, todos los nuevos linajes del coronavirus que ocupan los titulares en los últimos meses entrarían en el cajón de las variantes. Algunas de ellas, como la variante inglesa (SARS-CoV-2 VUI 202012/01) o la sudafricana (501Y.V2) parecen implicar mayores tasas de transmisibilidad. Esto, a la larga, sin medidas de control adecuadas, haría que el virus pueda infectar a más gente y tener más impacto en la sociedad.
La variante inglesa, por ejemplo, acumula 29 mutaciones en su ARN, algunas de ellas muy significativas, como señala el microbiólogo y divulgador Ignacio López-Goñi. Son tantas que se cree que no pueden haber surgido de forma aleatoria, acumulándose a lo largo del tiempo, sino por presión selectiva, lo que le ha otorgado aparentes ventajas adaptativas. Por ahora, de todas formas, no hay certezas, aunque algunos estudios (todavía en proceso de revisión) sí parecen confirmar que la variante inglesa es bastante más trasmisible que la variante original.
Mutaciones y vacunas: ¿cuál es la relación?
Dejando a un lado el temor a las nuevas cepas y las duras cifras que nos sigue dejando la pandemia, las protagonistas indiscutibles de este inicio de año han sido las vacunas. En un tiempo récord, disponemos de varias vacunas aprobadas (tres en la Unión Europea) y otros muchos prototipos que ofrecen resultados prometedores. Pero, si el coronavirus muta, ¿seguirán siendo efectivas?
Todas las vacunas persiguen el mismo objetivo: enseñar a nuestro sistema inmune a defenderse del virus. Para ello, sin embargo, recorren diferentes caminos. Las vacunas de ARN mensajero (ARNm), como las de Pzifer/Biontech y Moderna, que ya están siendo administradas en España, tienen como objetivo la proteína S, la llave del virus para entrar en nuestras células. Las vacunas de ARNm permiten a algunas células humanas producir esa misma proteína para que sea reconocida por el sistema inmune. Así, cuando el virus ataque, nuestras defensas estarán preparadas.
Las basadas en adenovirus, como la de Oxford-AstraZeneca, también autorizada en la Unión Europea, la de Johnson & Johnson o la Sputnik V, también persiguen enseñar a nuestro cuerpo a reconocer la proteína S. Para ello, contienen virus inofensivos (adenovirus) con el gen que codifica la proteína S.
De los otros tipos de vacunas en marcha, algunas, como la de Novamax, también centran sus esfuerzos en la proteína S y otras están basadas en coronavirus inactivos, tal como explica en detalle Ignacio López-Goñi. Una vez entendido (superficialmente) el funcionamiento de las vacunas, es momento de preguntarse: ¿seguirán funcionando ante las nuevas variantes?
La respuesta es que depende. Todas estas vacunas ayudan a que nuestro sistema inmune sea capaz de detectar diferentes partes de la proteína S al mismo tiempo. Si se produce una mutación que afecta a esta proteína, es poco probable que la cambie por completo. Además, las vacunas también activan la llamada inmunidad celular. Es decir, es probable que las nuevas variantes no pasen desapercibidas ante nuestro sistema inmune.
Es poco probable que en el futuro a corto plazo aparezca una variante del virus frente a la cual no estemos protegidos con las vacunas actuales, como señala Martínez Quiles. Pero eso no significa que sea imposible.
Hasta ahora, el caso que más dudas ha levantado es el de la efectividad de la vacuna de AstraZeneca frente a la variante sudafricana. Según un estudio todavía no revisado, el nivel de protección frente a casos leves y moderados podría ser inferior del esperado. Esto ha llevado a Sudáfrica a paralizar la campaña de vacunación con el medicamento de AstraZeneca por precaución. Sin embargo, el estudio está plagado de dudas y el caso está lejos de estar confirmado.
En cuanto al resto de candidatos y mutaciones, las farmacéuticas detrás de las principales vacunas están probando su efectividad frente a las nuevas variantes y, por ahora, parece que funcionan. Sin embargo, los resultados definitivos no podrán conocerse hasta que pase el tiempo.
Si algo nos ha enseñado el coronavirus es que nada es imposible. Tanto la Organización Mundial de la Salud como las instituciones referentes en epidemiología y virología llaman a seguir de cerca la evolución de las variantes y su impacto en la inmunidad.
Por ahora, podemos seguir confiando en la efectividad de las vacunas. Los datos que llegan desde Israel, el país más avanzado en la campaña de inmunización, invitan al optimismo. Las hospitalizaciones entre la población vacunada han caído un 60% en solo tres semanas. Los contagios sintomáticos se han despoblado un 94%.
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Imágenes | Innovative Genomics, Wikimedia Commons/NIAID, Arne Museler
Un artículo muy interesante y que se debe tener muy en cuenta. Esperemos que poco a poco se vayan solucionando todas estas dificultades para poder hacer frente a la pandemia del coronavirus… Un saludo 🙂