Si nos alejamos lo suficiente de una gran ciudad vemos su boina de contaminación. Y, a veces, en las cercanías de algunas fábricas podemos incluso oler los agentes contaminantes.
Pero, por lo general, la contaminación atmosférica no se siente. Es un enemigo invisible que tiene efectos serios en la calidad de vida y en la salud a largo plazo. Xavier Querol, investigador del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA) del CSIC, es uno de los mayores expertos europeos en polución del aire.
Este doctor en ciencias geológicas, asesor del programa Clean Air for Europe de la Unión Europea y miembro del comité científico sobre calidad del aire de la Organización Mundial de la Salud (OMS) es también una de las voces expertas que ha pedido con insistencia que se tenga en cuenta el papel de los aerosoles en la transmisión de la COVID-19.
– Es uno de los firmantes de la carta que en julio pide a la OMS que tenga en cuenta las evidencias que se empiezan a acumular de que el coronavirus se transmite por aerosoles.
En marzo nos juntamos 36 investigadores y acordamos revisar el conocimiento científico sobre la transmisión de la enfermedad por aerosoles. Existen tres grandes tipos de transmisión reconocidos. La primera son las macrogotas, de 200-300 micras de diámetro, tres veces el de un cabello humano. Se expulsan cuando se habla, se canta, se estornuda o se tose.
La segunda es por contacto mediante objetos que han sido contaminados. Y la tercera son los aerosoles. Por cada gota de 300 micras, emitimos unas 500 gotas de pequeño tamaño, aerosoles inferiores a 10 micras. En ambientes interiores mal ventilados esas partículas permanecen bastante tiempo en suspensión y pueden contagiar.
«A los epidemiólogos y a la medicina clínica quizá les falta la visión de la física y la química atmosférica para entender cómo se transmite la enfermedad»
– ¿Qué evidencias existen alrededor del papel de los aerosoles?
Hay estudios que dicen que la COVID-19 se contagia más por macrogotas. Otros señalan el papel de los aerosoles. Algunos miembros de nuestro grupo han hecho revisiones de publicaciones y señalan que hasta un 70% de los contagios podría producirse por aerosoles. Cuantitativamente existe debate, pero no hay duda de que el contagio por aerosoles puede producirse. Sea un 70% o un 5%, creemos que, si lo podemos evitar, mejor.
Los griegos decían que en un río nunca te bañas en la misma agua. Pero si al río le pones una presa, la cosa cambia. Las ventanas cerradas son presas para el aire. Si no hay ventilación, el aire no se renueva.
Nosotros hicimos una revisión del conocimiento científico en marzo y otra en junio y se la pasamos a la OMS. Pensamos que a los epidemiólogos y a la medicina clínica quizá les falta la visión de la física y la química atmosférica para entender cómo se transmite la enfermedad.
– ¿Qué casos concretos han demostrado con más claridad el papel de los aerosoles?
Hay artículos muy conocidos que demuestran en cámaras la infectividad de los aerosoles. Estas partículas aguantan un mínimo de entre una y tres horas en suspensión y con infectividad activa. Hubo un congreso de budistas en el que se produjeron 17 contagios a partir de un enfermo. Esas infecciones solo podían explicarse por aerosoles. Hay estudios en oficinas que también lo han demostrado.
El último estudio importante ha sido publicado por la Universidad de Harvard (Estados Unidos). Analiza el aire en una sala con enfermos de COVID-19 y detecta que a cinco metros de los pacientes existe una gran cantidad de aerosoles en suspensión con infectividad. Creo que hay que hacer un esfuerzo por entender, no lo que uno ya sabe en su campo, sino lo que nos están diciendo desde otros campos de conocimiento.
– Si finalmente el rol de los aerosoles es tan importante, ¿cómo deberían cambiar las medidas higiénicas y de protección?
No deberían modificarse, pero sí ampliarse. De forma paralela a la investigación, hemos publicado también un artículo en ‘Environment International’ en el que señalamos qué vías existen para reducir la exposición por aerosoles. La más importante es la ventilación, renovar el ambiente con aire del exterior. Con un coste relativamente bajo se pueden tomar una serie de medidas sencillas para evitar el riesgo de contagio por aerosoles, sea elevado o no.
De hecho, en muchos lugares ya se le da importancia a la ventilación. Por ejemplo, la asociación estadounidense de ingenieros de calefacción, refrigeración y aire acondicionado (ASHRAE) ya dice que en espacios públicos es conveniente que haya entre 8 y 12 litros de ventilación de aire por segundo y persona. El tiempo nos dirá si los aerosoles son importantes o no. Pero mientras tanto pueden tomarse medidas sencillas que reduzcan los contagios.
«Todo apunta a que la transmisión por aerosol es importante. Pero esto no quiere decir que haya que dejar de lavarse las manos, no respetar la distanciar o dejar de usar mascarilla en el exterior»
– Entonces, ahora mismo, se da por seguro que se puede producir contagio por aerosoles. Lo que se está debatiendo es su peso real.
Exactamente. De todas formas, el informe de la OMS de febrero de 2020 sobre las infecciones de China señalaba ya que el 80% de los contagios se habían producido en interiores, con más de una hora de exposición y en entornos familiares o reuniones de amigos. Son ambientes en los que no se suelen usar mascarillas. Varios casos analizados en España también señalan que la mayoría de contagios se producen en interiores.
Todo apunta a que la transmisión por aerosol es importante. Pero esto no quiere decir que haya que dejar de lavarse las manos, no respetar la distanciar o dejar de usar mascarilla en el exterior. Si estás en un exterior bien ventilado pero una persona contagiada te habla a pocos metros, también existe riesgo de infección.
– Ha mencionado el debate existente alrededor de los aerosoles en varias ocasiones. ¿Por qué es tan difícil alcanzar un consenso científico en este punto?
En parte es porque cuesta cambiar las ideas. Además, es difícil probar a ciencia cierta y con detalle el papel de cada una de las vías de transmisión en los contagios. En la mayoría de los casos es casi imposible.
«Los colegios deben ventilar las aulas todo lo posible, reducir el tiempo de clases, ventilar al menos entre horas y dar clases en el exterior en la medida de lo posible»
– No se puede viajar al pasado, pero, ¿deberíamos habernos puesto la mascarilla mucho antes?
Sí, seguramente sí. De hecho, se exigió el uso de mascarillas en algunos espacios cerrados como transportes públicos antes de que se obligase a todo el mundo.
– Una de las consecuencias de la importancia de los aerosoles es que lo de la distancia de dos metros se vuelve insuficiente. ¿En qué situación deja esto a los colegios y otros centros educativos?
Es importante mantener la distancia además de ventilar. En concreto, en las escuelas, lo de mantener dos metros de separación entre los alumnos es muy difícil. Los colegios deben ventilar las aulas todo lo posible, tanto de forma natural o, si existe, con ventilación forzada. Otras medidas pueden ser reducir el tiempo de clases, ventilar al menos entre horas o dar clases en el exterior en la medida de lo posible.
– Otro de los hechos sobre el que parece que se han ido acumulando evidencias en los últimos meses es la relación entre el virus y las partículas contaminantes en suspensión. ¿Existe algún tipo de correlación entre la incidencia de la pandemia y la polución?
Ha habido estudios que han detectado el ARN del virus en filtros atmosféricos. Pero esto no quiere decir que el virus sea infeccioso o que esté en una concentración peligrosa. Sin embargo, sí ha habido un estudio clave de la Universidad de Harvard sobre este tema. La contaminación atmosférica es carcinogénica y puede producir asma, pero, sobre todo, agrava enfermedades existentes del sistema cardiovascular y respiratorio.
El estudio Harvard analiza 3.200 condados de Estados Unidos y concluye que aquellos que han tenido una contaminación más elevada durante años sufren más incidencia de la COVID-19. Lo más probable es que la polución haya afectado las defensas del sistema cardiorrespiratorio. Pasa con muchas otras enfermedades y no es extraño que suceda con esta.
«La situación vivida en el confinamiento nos ha capacitado más para aguantar y comprender la imposición de algunas medidas»
– Ahora que nos enfrentamos ya a la segunda ola de la pandemia, ¿la disminución de los niveles de contaminación atmosférica debería ser una medida a tener en cuenta?
Creo que los ciudadanos hemos meditado más durante el confinamiento y hemos tenido más ganas de pasear y de salir de casa. Nos hemos dado cuenta de que con menos coches la ciudad es más agradable. Durante unos meses los niveles de contaminación bajaron mucho, sobre todo de dióxido de nitrógeno, un químico muy ligado al tráfico. Por último, esta situación nos ha capacitado más para aguantar y comprender la imposición de algunas medidas.
La contaminación solo bajó de forma puntual porque bajó la actividad, era lo esperable. Pero creo que hay una serie de ventajas en la situación que podemos aprovechar de cara al futuro.
– Como señala, el confinamiento nos permitió experimentar cómo serían nuestras ciudades con un aire más limpio. ¿Aprenderemos algo positivo de ello?
Tenemos la suerte de formar parte de la Unión Europea y para muchos aspectos relacionados con el medioambiente nos beneficiamos del tirón de los países nórdicos. Ellos impulsan las directivas y la legislación europea contribuye a mejorar la situación ambiental en nuestro país.
En el pasado imperaba el concepto del humo o hambre. Fum o fam, como se dice en catalán. Si no había humo en las fábricas significaba que no había trabajo y, por lo tanto, habría hambre. Poco a poco ha surgido el concepto de sostenibilidad y ha quedado claro que se puede reducir el hambre sin humo. Pero, cuando tenemos crisis económicas, se vuelve al fum o fam, se relajan las regulaciones ambientales en aras del desarrollo.
«Las crisis anteriores las han pagado la clase obrera y el medioambiente. Ahora parece que se quiere intentar que eso no sea así. Pero veremos en qué queda»
– Lo hemos visto como parte de las medidas de recuperación económica durante la pandemia.
Creo que en España el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico tiene en mente que la transición hacia las renovables no debe posponerse. Tiene claro que es algo con lo que también se pueden crear puestos de trabajo. Las crisis anteriores las han pagado la clase obrera y el medioambiente. Ahora parece que se quiere intentar que eso no sea así. Pero veremos en qué queda.
Respecto a lo que sucede en otros países, es inevitable en cierto sentido. En mayor o menor medida habrá quien relaje la legislación ambiental para incentivar el crecimiento económico. Pero se puede coger otro camino. Es posible impulsar la transición a las renovables, por ejemplo, revitalizando de paso zonas deprimidas económicamente.
El desarrollo no es incompatible con el cuidado del medioambiente. No lo está siendo en Alemania, ni en Francia, ni en el norte de Italia. No tiene por qué serlo aquí.
– Es el coordinador del Proyecto AIRUSE. Según vuestro estudio, ¿cuáles son las fuentes principales de contaminación del aire en las ciudades?
El tráfico es la fuente principal. Es responsable de hasta el 70% de las emisiones de dióxido de nitrógeno. También es responsable de alrededor del 30% de las partículas en suspensión, que es el contaminante más dañino. Pero aquí hay otras fuentes relevantes como la construcción, la industria y la agricultura y la ganadería. De hecho, el uso de purines, que libera mucho amoniaco, ligado a la agricultura ha sido responsable de algunos de los grandes episodios de contaminación del aire de ciudades como París o Barcelona.
«Los efectos en la salud de la contaminación son, sobre todo, a largo plazo. La relación causa-efecto no es evidente y hace que le restemos importancia»
– ¿Este trabajo, reconocido como de lo mejor a nivel urbanístico en su día, se ha concretado en algún tipo de medida?
Nuestro estudio se hizo en colaboración con cinco ciudades de Europa [Atenas, Barcelona, Milán, Florencia y Oporto], sus gobiernos regionales y los ministerios responsables. Algunas medidas propuestas, como promover zonas de bajas emisiones, implantar peajes, mejorar la gestión de las plazas de aparcamiento o tener en cuenta la distribución urbana de mercancías, se están teniendo en cuenta en todas ellas.
– Ocho millones de muertes al año relacionadas directamente con la mala calidad del aire, según la OMS. ¿Por qué no reaccionamos con la misma contundencia que con la COVID-19?
La contaminación atmosférica es una pandemia silenciosa. Cuando una persona muestra síntomas de COVID-19, el problema se asocia rápidamente con el virus y las personas nos asustamos. Si bebemos agua o ingerimos comida con mal sabor, enseguida la expulsamos. Es decir, hay algunas señales de alarma que nos indican el problema. Pero con la contaminación atmosférica es diferente.
Los efectos en la salud de la contaminación son, sobre todo, a largo plazo. Es la exposición prolongada la que tiene un efecto serio sobre la salud. La relación causa-efecto no es evidente y hace que le restemos importancia. Se trata de un problema similar al que existía con el tabaco.
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Imágenes | Xavier Querol, Unsplash/Kristen Morith, David Lee