La pantalla donde lees este artículo. La ciudad, el país, el continente donde vives. Una bola de roca y agua que gira alrededor de otra bola, más grande, de gases ardiendo. Un sistema solar en una esquina de una galaxia, en uno de los brazos la Vía Láctea, girando alrededor de un agujero negro supermasivo. Una más de los 100 000 millones de galaxias en el universo. Cada una con sus miles de millones de estrellas, con sus planetas, sus continentes y, quizá también, sus ciudades y sus pantallas. Pero ¿qué es la Vía Láctea exactamente?
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¿Qué es la Vía Láctea?
“En la periferia brillante de una galaxia mediana, en medio de un mar oscuro donde flota nuestro mundo”. La canción de Maria Arnal i Marcel Bage?s consigue convertir en poesía lo minúsculo de nuestra existencia en el universo. Unos versos que resumen siglos de ciencia que nos ayudan a entender qué es la Vía Láctea y qué lugar ocupan en ella el Sol, la Tierra y el resto de planetas. Así que vamos con los detalles. Pero, antes, la canción.
La Vía Láctea es una galaxia, una de las más de 100 000 millones que se estima que existen, según los datos del telescopio Hubble. Las galaxias no son más que gigantescas concentraciones de estrellas y planetas, gas, polvo y materia oscura. Estos elementos permanecen unidos gracias a la fuerza de la gravedad y tienen una forma y una estructura más o menos definidas. Según los últimos estudios, se estima que las primeras galaxias empezaron a formarse ‘solo’ 400 millones de años después del Big Bang. Desde entonces, son las piezas centrales de la estructura del universo.
La nuestra, la Vía Láctea, parece ser una galaxia de lo más normal. Tiene forma de espiral (como unos dos tercios de las galaxias conocidas), su centro lo forma un agujero negro supermasivo y está compuesta por más de 100 000 millones de estrellas de todo tipo. De hecho, todas las estrellas que vemos de noche (y si estamos en un sitio sin contaminación lumínica, son muchas) pertenecen a la Vía Láctea.
Además de galaxias en espiral, existen galaxias con forma de elipse, galaxias lenticulares (a medio camino entre elípticas y en espiral) y galaxias irregulares, sin una forma que encaje en los tres tipos anteriores. También existen galaxias satélite que orbitan alrededor de una galaxia de mayor tamaño. Las nubes de Magallanes, visibles a simple vista desde el hemisferio sur terrestre, son las dos galaxias satélite más conocidas de la Vía Láctea. Y hay galaxias muy activas y otras que se están descomponiendo, como esta, la NGC 1947 capturada por el telescopio Hubble, a 45 millones de años luz de distancia.
Cómo se formó nuestra galaxia
La Vía Láctea es una galaxia en espiral, un disco con brazos de unos 100 000 años luz de diámetro, pero ‘apenas’ 1000 años luz de grosor. Junto con otras galaxias, forman parte de un grupo local, conocido como supercluster de Virgo. Es la segunda galaxia más grande de este grupo, solo por detrás de Andrómeda (visible también en el cielo nocturno). Según datos de la misión Gaia de la ESA, la Vía Láctea empezó a formarse hace unos 13 000 millones de años, no mucho después del Big Bang. En aquellos días, se creó la parte central de nuestra galaxia.
Sin embargo, el disco exterior, donde está el Sol, no empezó a formarse hasta unos 2000 millones de años más tarde. Se cree que surgió después de que la Vía Láctea colisionase con otras dos galaxias menores, llamadas Gaia-Enceladus y Sequoia, cuyos restos fueron encontrados también por la misión Gaia. El Sol, una estrella de tercera generación, y sus planetas tardarían todavía otros 6000 millones de años en nacer.
Partes de la Vía Láctea
La Vía Láctea, como la mayoría de galaxias, se divide en tres partes bien diferenciadas:
- Bulbo. Es el núcleo galáctico y, como tal, está situado en el centro de la Vía Láctea. A unos 26 000 años luz de la Tierra. Es la zona de toda la galaxia con mayor densidad de estrella.
- Disco. Rodea el núcleo y es la parte de la Vía Láctea que más gas contiene. Por lo tanto, es donde más nuevas estrellas se están formando. Al tratarse de una galaxia en espiral, el disco de la Vía Láctea está formado por dos brazos principales (Escudo-Centauro y Perseo) y dos secundarios más pequeños (Sagitario y Norma). Estos tienen a su veces otros brazos locales, como el brazo de Orión, donde está el sistema solar, que pertenece al brazo de Sagitario.
- Halo. Esta estructura tiene forma de esfera y envuelve la galaxia. Apenas tiene estrellas ni nubes de gas, pero a cambio presenta grandes concentraciones de materia oscura. Nadie la ha visto, pero su existencia se ha deducido a partir de anomalías en la rotación galáctica.
Cómo ver nuestra galaxia desde la Tierra
Desde la Tierra podemos ver muchas galaxias. Las de Andrómeda y las nubes de Magallanes, nombradas antes, pueden verse a simple vista si tenemos un cielo nocturno libre de contaminación lumínica. Con unos simples prismáticos, podremos apreciar muchos más detalles. Pero desde aquí no solo podemos ver galaxias ajenas, sino que podemos ver también nuestra propia Vía Láctea. Esta es visible durante todo el año como una banda de luz en la que se concentran multitud de estrellas, pero la mejor época para verla desde el hemisferio norte es de marzo a septiembre.
Entre esos meses, el centro galáctico es visible en el firmamento. Para verlo en todo su esplendor es necesario contar con la máxima oscuridad posible. Así, el mejor momento suele ser entre la medianoche y las cinco de la mañana en noches sin luna (y sin nubes), y siempre situarse en lugares con la menor contaminación lumínica posible. Una vez allí, solo tendremos que dirigir nuestra mirada al sur (su posición irá variando entre sureste y suroeste en función del momento del año).
¿Por qué se llama Vía Láctea?
Lo de la contaminación lumínica es algo reciente. Hoy, la Vía Láctea ha desaparecido de las noches de la mayoría de nuestros pueblos y ciudades. Sin embargo, durante la mayor parte de la historia, nuestra galaxia ocupaba un lugar central en el firmamento, junto a muchos otros objetos que hoy solo son visibles desde lugares apartados y lo suficientemente oscuros. Por eso, todos los nombres de astros y constelaciones que han llegado a nuestros días hunden sus raíces en la historia de la humanidad.
El nombre de Vía Láctea se lo debemos a los griegos. Según su mitología, Zeus quería que su hijo Hércules, nacido de una mujer humana, se volviese inmortal. Para ello, lo coloca en el pecho de Hera mientras ella dormía, para que así el bebé pudiese beber la leche de la diosa. Pero Hera se despierta, se da cuenta de que está amamantando a un bebé que no conoce y lo aparta de su pecho. En ese momento, parte de la leche se derrama y se produce una banda de luz que cruza el firmamento: la Vía Láctea.
Los griegos la llamaban en realidad el círculo lácteo, pero el término fue integrado por la cultura romana como via lactea, en latín, y así ha llegado a nuestros días. Sin embargo, esta no es la única historia de nuestra galaxia. En China se conoce por el nombre de río plateado, mientras en Asia Central es el camino de paja, los pueblos nórdicos la conocen como la calle del invierno y en finés recibe el nombre del camino de los pájaros.
Fueron muchos los que a lo largo de los tiempos miraron hacia arriba y se preguntaron qué era aquello que veían. Cada pueblo y cada mitología contó una historia diferente para darle sentido al firmamento. Los primeros astrónomos griegos, persas, chinos y árabes buscaron también una explicación más científica a aquel brillo blanquecino. Algunos incluso propusieron que estaba formado de otras estrellas. Pero no fue hasta que Galileo apuntó su primer telescopio hacia el cielo que pudimos confirmar que aquella luz era en realidad el resplandor de miles de estrellas lejanas que nos acompañaban en el inmenso vacío del universo.
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Imágenes | Unsplash/Denis Degioanni, eberhard, ESA/Hubble