En abril de 2010, la erupción del volcán Eyjafjallajökull lanzó a la atmósfera una gran nube de humo que cubrió parte del norte de Europa y obligó a cerrar el espacio aéreo durante días.
El episodio recordó a los islandeses varias cosas. La primera, la fuerza de su naturaleza. La segunda, la necesidad de garantizar un sistema productivo local, capaz de abastecer a los habitantes de la isla en caso de verse incomunicados con el resto de los países. Algo para lo que cuentan con un aliado inesperado: los propios volcanes.
En 2017 la isla produjo 1.300 toneladas de pepino y 1.800 toneladas de tomates, la gran mayoría en invernaderos impulsados por energía geotérmica. Todo ello a pesar de que pasan gran parte del año con temperaturas medias de cero grados y menos de cinco horas de luz solar.
Tierra de hielo y fuego
Islandia es conocida como la tierra de hielo y fuego, y lo cierto es que es una isla de contrastes. En poco más de 100.000 kilómetros cuadrados hay glaciares y puntos que permanecen nevados los 365 días al año, pero también otros en los que aguas termales brotan a 40 o 50 grados Celsius, o incluso a más temperatura. Todo el país está salpicado de estas fuentes, a las que los islandeses (y cada vez más, los turistas) acuden para sacudirse el frío.
La energía geotérmica de Islandia es producida por la actividad volcánica en el subsuelo. Sirve para proporcionar electricidad, calefacción y agua caliente a la isla. Y, desde hace siglos, para favorecer la agricultura. “Al plantar cultivos en tierras directamente calentadas por vapor geotérmico, los primeros agricultores pudieron extender las temporadas de cultivo de patata y granos unos meses más en los fríos inviernos de Islandia”, explican Gina Butrico y David Howard Kaplan en su trabajo ‘Greenhouse Agriculture in the Icelandic Food System’.
Se cree que los granjeros islandeses fueron de los primeros en utilizar energía geotérmica en agricultura. Hay registros de esta actividad desde la década de 1800, en los que se señala que lo hacían para alargar la temporada de cultivo. De no contar con esta fuente de calor sería muy complicado cultivar durante la mayor parte del año por las bajas temperaturas (aunque la corriente del Golfo favorece a Islandia con un clima más templado que el de otras zonas en su misma latitud), las pocas horas de luz durante el invierno y el impacto de fenómenos meteorológicos como la lluvia o la nieve.
iluminación y co2 en los invernaderos
En el siglo XX los islandeses comenzaron a sacar aún más partido a esta ventaja de la misma forma que otros países más templados: con invernaderos. Los primeros datan de 1924 y eran estructuras de metal recubiertas de plástico. Hoy, un siglo después, la mayoría son de cristal y funcionan como máquinas casi perfectas, con un consumo de recursos muy optimizado.
Tras solventar el problema de la temperatura, los agricultores islandeses hicieron frente a otro: la falta de luz natural. Comenzaron a incluir iluminación artificial alimentada por energía geotérmica. Y, una vez hecho esto, a enriquecer los invernaderos con CO2 procedente, también, de la planta geotermal de Hædarendi. Estos cambios se han traducido en un importante incremento de la producción. “La superficie total de los invernaderos de Islandia ha disminuido a pesar de un aumento en la producción total. Esto se debe al mayor uso de iluminación artificial y CO2 en el sector de invernaderos”, señalan desde Orkustofnun, la autoridad energética nacional islandesa.
La mayoría de los invernaderos de Islandia están en la parte sur de la isla, donde se concentran tanto la mayor parte de la población de Islandia como la mayoría de las fuentes geotérmicas. En ellos se cultivan principalmente pepinos, tomates, pimientos, fresas y flores, como rosas. La gran mayoría se destinan al consumo local, aunque existen planes para enviar algunos alimentos, como los pepinos, a Dinamarca.
Sostenibilidad y autosuficiencia
En estos cultivos los islandeses ven una posibilidad para hacer crecer su mercado local, ganar en sostenibilidad y lograr autosuficiencia. “Los islandeses tienen una visión general positiva de los alimentos de origen local. Según un estudio de 2016, más del 70% de los consumidores islandeses piensan que la comida local es saludable y segura y más del 80% está satisfecho con la calidad de su compra”, señalan Gina Butrico y David Howard Kaplan.
Entra en juego, también, la sostenibilidad: de no producirse allí, la mayoría de los vegetales que llegarían a Islandia procederían del sur de Europa y pasarían por un largo proceso de producción, envasado y envío.
Por último, está la necesidad de autoabastecerse, algo que se ha convertido en una prioridad para los islandeses tras la erupción del volcán en 2010 y su crisis económica en 2008. Por lo pronto, en 2017 fueron capaces de producir varias toneladas de vegetales, cantidad suficiente para satisfacer las demandas de su población, que apenas alcanza las 350.000 personas.
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Imágenes | Unsplash/Jametlene Reskp, Orkustofnun, Unsplash/Jeff Sheldon