Aunque aparentemente abstracto e inmaterial, lo que comúnmente llamamos Internet existe de forma concreta: está hecho de gigantescos servidores, centros de datos y, sobre todo, cables. Estos constituyen el sistema nervioso central del planeta, lo que conecta los ordenadores de todo el mundo.
Las distancias más amplias son anuladas por largos cables submarinos, unos 300 en total, que acercan a los 7.500 millones de habitantes de la Tierra y transmiten el 99% de los datos mundiales. Con el creciente aumento de tráfico (desde Cisco estiman que aumentará en un 24% en 2021), también debe crecer la capacidad de los cables, de modo que los grandes operadores están invirtiendo en primera persona para potenciar la infraestructura mundial.
El ‘pulpo gigante’ de Google
A partir de 2019, Google pondrá en marcha la instalación de tres nuevos cables submarinos para las comunicaciones intercontinentales con fibra óptica. El primer cable, llamado Curie – un tributo a la científica Marie Curie – está destinado a conectar Chile con la ciudad de Los Ángeles, y es el primer caso de una empresa privada que se encarga de la gestión integral de la colocación de un cable intercontinental.
El segundo cable, Havfrue, será construido por el consorcio homónimo y conectará los EE.UU. con Dinamarca, mientras que el tercero será parte del sistema Hong Kong-Guam Cable (HK-G), que interconecta el hub de comunicación submarina de Asia. Con este trío de cables, Google también podrá extender sus ofertas cloud a cinco nuevas regiones: Holanda, Montreal, Los Ángeles, Finlandia y Hong Kong.
Google ya contribuyó a la colocación de tres cables submarinos intercontinentales y esta nueva inversión aspira a mejorar de forma sustancial una red que ya es la más grande del mundo y que gestiona el 25% del tráfico total, según datos de la propia compañía. En 2016, se inició la colocación de 12.800 kilómetros de fibra entre Los Ángeles y Hong Kong, con una capacidad estimada de 120 Tbps. El Pacific Light Cable Network (PLCN) nació de la colaboración entre Google y Facebook, que también está interesado en gestionar directamente la red de cables.
ESPAÑA, centro neurálgico del futuro
En este entramado, España tiene «algo» que ver. El año pasado llegó a las costas vascas el cable submarino Marea, el primero que conecta directamente Estados Unidos y el sur de Europa. Marea tiene una extensión de 6.600 kilómetros y conecta Virginia Beach (Virginia) con Sopelana (País Vasco), está compuesto por ocho pares de cable de fibra óptica que permiten transmitir 160 terabytes por segundo (Tbps).
Las empresas que se han encargado de su puesta en marcha son Microsoft y Facebook, mientras que la española Telxius se ocupará de su gestión y operación. Marea no sólo enlazará Estados Unidos y España, ya que se vinculará con un corredor de fibra ya existente en Europa que une los principales centros de conexión como París, Fráncfort, Amsterdam y Londres.
De este modo, España se vuelve un hub crucial de las comunicaciones entre las dos orillas del Océano Atlantico, pero no sólo por su situación geográfica nuestro país será el punto de conexión entre EE.UU, Latinoamérica, Europa y África, sino también para el almacenamiento de datos.
Desde Latinoamérica, en 2019, llegará el cable submarino EllaLink que unirá Brasil y España, conectando centros de datos en Madrid y São Paulo. Con 9.200 km de largo y una capacidad de 72 Tbps, debería reducir el tiempo de transmisión de datos en un 40%.
Finalmente, el nuevo cable submarino de fibra óptica Orval, de la compañía Islalink y el operador Algérie Télécome, unirá las ciudades de Orán (Argelia) y Valencia con una extensión de 560 kilómetros. Lo más probable es que en los próximos años los datos procedentes de África encuentren almacenamiento en España.
La larga historia de los cables submarinos
La historia de los cables submarinos no es reciente. El primer cable para la transmisión telegráfica entre Viejo y Nuevo Mundo fue colocado en 1854 por la Atlantic Telegraph Company, entre la isla canadiense de Terranova e Irlanda. La primera transmisión tuvo lugar cuatro años más tarde, pero la conexión se detuvo casi de inmediato. Para lograr una conexión transatlántica estable, se tuvo que esperar hasta 1866, cuando unas señales eléctricas en código Morse venían interpretadas por hábiles telegrafistas.
La señal digital se transmite actualmente por cables con una estructura muy compleja: un núcleo hecho de fibra óptica está rodeado por varias capas de material, incluida una funda de cobre, que se utiliza para transportar la electricidad necesaria para que los repetidores de señal funcionen. De hecho, se requieren alrededor de 150 repetidores para un cable transatlántico.
El resultado final es una estructura de diámetro relativamente pequeño, que varía dependiendo de la profundidad de colocación: en las zonas donde se encuentra una fauna marina capaz de morder los cables o donde puedan estar sujetos a tensiones físicas de otro tipo, el diámetro asciende a unos diez centímetros; mientras que en áreas donde el cable se coloca en profundidad, donde estos riesgos son menores, el espesor disminuye a menos de dos centímetros.
Más económico y eficiente
Los costes de estas instalaciones han disminuido mucho a lo largo de los años. Los primeros cables transatlánticos expresamente diseñados para el transporte de datos a través de Internet fueron creados y colocados a principios de la década de los 2000, por compañías como AT&T y Level 3, con costes que rozaban los dos mil millones de dólares. Para el tendido se utilizaban/utilizan buques especiales.
Con las tecnologías actuales, los costes se han reducido considerablemente y ahora estamos en el orden de unos pocos cientos de millones de dólares. Los repetidores de señal son las estructuras que más mantenimiento necesitan, más o menos cada 25 años. Por tanto, la fibra óptica ha demostrado ser una inversión muy rentable, ya que para aumentar su capacidad de transporte de datos, simplemente hay que cambiar la tecnología puesta en los bordes del sistema, manteniendo operativo el mismo cable.
Es por ello que todos los grandes operadores de la comunicación mueven ficha. Por ejemplo, en la segunda mitad de este año, debería entrar en funcionamientos un nuevo cable submarino de fibra óptica de 1.900 kilómetros que unirá los departamentos franceses de ultramar de Guayana, Martinica y Guadalupe, en el cual el grupo Orange invertirá 35 millones de euros.
La fibra es mucho más ventajosa que el satélite, tanto por su capacidad de transporte de datos, como por la velocidad de transmisión. En el mejor de los casos, un bit, para pasar por un satélite de telecomunicaciones, tarda casi un cuarto de segundo; en cambio, el mismo dato cruza el Océano Atlántico en poco más de dos centésimas de segundo a través del cable Marea.
Con el actual desarrollo tecnológico, y como demuestran las enormes inversiones de los grandes players del sector, el futuro de Internet no está en el espacio sino en el fondo del mar.
Imágenes | iStock – Google
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