Vivimos en un mundo de foodies y hashtags food porn. Instagram y Facebook rebosan fotos y vídeos de comidas deliciosas y recetas espectaculares. Pero la pasión por las imágenes de comida no es nueva. Las redes sociales son solo la punta del iceberg. Está en nuestros genes: comemos por los ojos (y la industria alimentaria y la publicidad llevan décadas sacándole partido).
El estilismo culinario y la fotografía gastronómica están a la orden del día. El también llamado food styling tiene que ver con mucho más que un par de filtros y una foto cenital de un plato japonés. Ha crecido como arte y se ha convertido en una profesión muy demandada en el sector alimentario. Ha desarrollado sus armas para captar el interés del consumidor y estimular su apetito con una simple mirada.
Comemos por los ojos
Para ello, la fotografía de comida se ha aprovechado de cierta información preprogramada en nuestro código genético. Lo de “comes por los ojos” seguro que lo hemos escuchado alguna vez. Y la ciencia ha confirmado lo que ya sabían nuestras abuelas. Investigadores de psiquiatría del Instituto Max Planck demostraron, ya en 2012, que una simple imagen de algo delicioso nos abría el apetito sin necesidad de percibir olores, texturas o sabores.
Desde entonces, diferentes estudios han obtenido resultados similares. Uno de ellos, publicado en Brain and Cognition en 2016, se atreve incluso a profundizar en las causas evolutivas de este comportamiento. Sostiene que los cerebros y la capacidad visual de la mayoría de animales se desarrollaron en un entorno de relativa escasez de alimentos. Como tal, aquellos que eran capaces de detectar comidas nutritivas y energéticas con mayor rapidez, triunfarían sobre los que no tenían esta capacidad.
Volviendo sobre el estudio del instituto Max Planck, el equipo de investigadores liderado por Axel Steiger probó que la imagen de comida aumenta la concentración sanguínea de ghrelina. Conocida como hormona del hambre, la ghrelina está relacionada con la regulación de la sensación de apetito.
“Los hallazgos de nuestro estudio demuestran que la liberación de ghrelina en la sangre para la regulación del consumo de alimentos también está controlada por factores externos. Nuestro cerebro procesa estos estímulos visuales y los procesos físicos que controlan nuestra percepción del apetito se desencadenan involuntariamente. Este mecanismo podría llevarnos a comer un pedazo de pastel solo dos horas después del desayuno”, asegura Petra Schüssler, coautora del estudio.
La cultura foodie es centenaria
Aparquemos por un momento las motivaciones que nos llevan a comer todo lo que luzca apetitoso. Desde que el ser humano empezó a pintar, empezó a dejar constancia de lo que se comía. Primero eran solo imágenes de naturaleza. Luego surgieron representaciones de banquetes. Ya en el Renacimiento italiano se empezaron a componer retratos exclusivos de comida. Poco después nacía, como tal, el género del bodegón, que gozaría de mucha aceptación durante varios siglos.
La comida representaba la vida diaria de las personas. Hablaba de los entresijos de sociedades enteras. La idea siguió estando de fondo en buena parte del arte del siglo XX, con Andy Warhol y su lata de sopa como uno de los ejemplos más conocidos. La fotografía no se quedó al margen de este fenómeno y muchos fotógrafos se dedicaron a plasmar comida desde los inicios de esta técnica en el siglo XIX.
“A partir de la década de los 90 [del siglo XX] hubo un auge de los cocineros celebrity, los programas de cocina en televisión y la cultura foodie […] Nombres como Jamie Oliver, Nigella Lawson, Mario Batali, o Gordon Ramsay se hicieron muy conocidos”, explica el fotógrafo gastronómico Sandro Desii. Y llegaron internet, las redes sociales, los hashtags y los instagrammers.
LAs reglas de los fotógrafos
El fenómeno foodie se ha convertido en tendencia gracias a las redes sociales y, en particular, a Instagram (no te pierdas estas cuentas). Incluso ha dado lugar a movimientos híbridos, como dorosha. Sus seguidores se dedican a sacar fotos de comida mediante drones o, al menos, a imitar los planos aéreos.
El estilismo culinario y la fotografía gastronómica se reivindican por encima de tendencias pasajeras. Buscan despertar todos los sentidos con una imagen y, sobre todo, el apetito. Así definen desde la agencia Best las reglas básicas para ser un buen fotógrafo culinario.
- Controla la cámara y el entorno. Los aspectos técnicos son clave, tanto del aparato como de la luz y la composición de la imagen. Aquí te explicamos las claves que todo fotógrafo debería manejar.
- La imagen tiene un estado de ánimo. Antes de hacer la foto, los estilistas y fotógrafos de comida piensan qué quieren conseguir y transmitir para luego definir el estilo.
- La importancia de los props. Así se conoce en el mundillo todos aquellos materiales que acompañan a la comida. Platos, tenedores o servilletas nunca deben restarles protagonismo a los alimentos centrales.
- Déjate guiar por las tendencias. La originalidad es importante, pero estar al día de las tendencias fotográficas lo es aún más en el mundo de la publicidad y el marketing. No es lo mismo hacer imágenes para una revista que se imprime que para un blog o para un catálogo de productos.
Y tres trucos extraños para terminar
Seguro que alguna vez lo hemos pensado. ¿Cómo consigue la publicidad que un plato luzca mejor que en la realidad? Existen multitud de trucos y muchos pasan, precisamente, por esconder esta realidad.
- La comida, cruda. Verduras y carnes pierden agua y tersura cuando se cocinan. Algo a evitar (sobre todo si hacemos fotos en alta resolución). Por eso, la gran mayoría de imágenes de comida contienen ingredientes crudos y decorados con sugerentes marcas de parrilla o pinturas doradas que no son reales.
- Las texturas tampoco son lo que parecen. ¿Cómo conseguir que los fideos de un plato de sopa se queden en la superficie? ¿O que los cereales no se hundan en el tazón de leche? Pegamentos y gelatinas están a la orden del día.
- Mantener la estructura. El orden y colocación de los alimentos en una fotografía es fundamental. El ejemplo más claro es el de las hamburguesas. En estas imágenes, todos los ingredientes están sujetos con palillos para que no se descoloquen. Y las semillas de sésamo del pan están colocadas una a una.
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