¿Cuántas veces, en el último mes, os han enviado a vuestra cuenta de WhatsApp un vídeo en que una persona se resbala/cae/rompe la crisma? ¿800.000 más o menos? Hay una tendencia que no sólo no pasa de moda sino que cada vez parece que nos gusta más. El género se define por un contenido lleno de fails y nos muestra, básicamente eso, gente equivocándose con unas consecuencias que siempre nos resultan divertidas. ¿Por qué nos encantan?
Ya en tiempos de mi abuela
No nos confundamos. Esto de los fails no es cosa de ahora. De toda la vida, nuestras anécdotas favoritas, las historias que nos contaban de pequeños y las que compartíamos con nuestros amigos tenían ese contenido. Una persona que emprende X aventura y que falla estrepitosamente.
Claro está, la llegada de la televisión encumbró el fenómeno. Si no sois muy jóvenes, os acordaréis de un programa que se llamaba ‘Vídeos de primera‘. Se emitió en La1 durante la década de los 90 y hay que ver lo que nos reíamos con él. La gente grababa a su familia, sus vecinos, sus mascotas… haciendo la cosa más ordinaria y, de repente, se caían, se pegaban un tortazo, les pillaba la vaquilla del pueblo… Tanto era el gusto por verlo que era un concurso en el que el ganador de la semana se llamaba un millón de pelas (6.000 euros para el que ya no se acuerde de qué era eso).
En realidad, no es que los españoles hubiéramos descubierto la pólvora, ni mucho menos. El espacio era una versión del americano ‘America’s Funniest Home Videos’. De hecho, en la actualidad, la proliferación de este tipo de formatos en televisión conserva su buena salud. Y es normal: son baratos de producir, de temáticas variadas, sorprenden, y, por supuesto, nos hacen reír a todo lo que da. Ahora mismo, ‘Vergüenza ajena‘ es un éxito televisivo que triunfa desde 2011 y que tiene también su adaptación a nuestro país.
YouTube, la videoteca de nuestro tiempo
Pero claro, nada comparable con el fenómeno que se vive en YouTube. El gran videoclub de nuestro tiempo no se podía resistir a tener una colección de innumerables (y no es una palabra usada porque sí) vídeos en los que fails de todo tipo torturan a sus protagonistas con los millones de visionados que les han hecho mundialmente famosos. Su éxito encaja perfectamente con los nuevos modelos de consumo que Internet ha popularizado.
Tenemos piezas cortas, que se consumen con una pasmosa inmediatez. Tenemos una historia, la narrativa siempre es importante porque hace que nos enganchemos a esa anécdota. El relato existe en todo tipo de mensaje humanos. Es la forma que nos permite empatizar, conectar y entender. Pero al mismo, tiempo, muy importante, el fail no está guionizado (o no debería). Lo cual permite que sea fresco, dinámico y chispeante. Tenemos una estructura rompedora: un gancho que va subiendo la expectación, que genera ese «ya verás ahora» y que rompe de forma explosiva… Aunque lo vamos intuyendo, no sabemos cómo y cuándo va a pasar: «Sí, ése se va a quemar el pelo pero ¿cómo va a suceder?» Expectativa, al fin y al cabo. Todas estas características lo convierten en viral.
Así, las cuentas que nos presentan ya no simples fails unos seguidos de otros, sino auténticos fails compilation, ordenados por temáticas como «lo mejor del mes» «fails de deportes», «fails de chicas», «fails de bodas», tienen la productividad por bandera y alcanzan un éxito absoluto con sus mil y una ocurrencias locas.
Fails, ¿por qué nos gustan tanto?
Llegamos a la gran pregunta ¿por qué nos gusta ver que una persona se cae, se parte un diente o se abre la cabeza? Está claro que conseguimos una satisfacción de todo ello porque no sólo nos reímos, sino que somos capaces de ver el mismo vídeo un centenar de veces sin aburrirnos.
Hemos de decir que no todos obtenemos el mismo grado de satisfacción cuando vemos estos contenidos. Se mezcla una especie de risa con, a veces, un bastante de lástima, una sensación contradictoria que nos explota en el cerebro. Divertirnos con el dolor ajeno. Eso es tan humano, tan cotidiano, nos define tanto como especie. ¿Por qué? Algunos especialistas (porque, por supuesto, esto los estudian los sicólogos) aseguran que hay un componente muy relacionado con el tema evolutivo. Ver como positivo que otro es más torpe que tú y, por tanto, que tú tienes más opciones de sobrevivir que él, es algo tatuado en nuestra forma de ser, en lo que nos hace humanos y nos ha permitido crecer y mejorar.
Existen muchas otras causas. Algunos de estos vídeos acaban incluso siendo educativos. «Niño, no te subas al tejado», «¿por qué?» «Porque te puede pasar como a este tipo». Entonces le pones el vídeo de ese señor que se pasó de listo haciendo acrobacias y se partió una pierna. El niño inmediatamente, comprende el peligro porque, como también nos decían mucho antes de Internet: una imagen vale más que mil palabras.
Al margen de la broma, el párrafo anterior tiene una frase a analizar «pasarse de listo». Y es que algunos de nuestros fails favoritos parten de una situación de supuesta superioridad, de un gran valor, de tremendo postureo que, claro que sí, guapi, nos encanta ver cómo acaba mal: el que se chulea en su tabla de surf y se cae; el que se va a tirar desde un acantilado súper alto y se resbala, el que quiere levantar una pesa de taitantos kilos y se desloma. Los hay de muchos tipos porque la grandeza del fail es que éste puede sobrevenir en cualquier momento, incluso mientras lees este artículo. ¿Recordáis ese vídeo en el que un chico abre su iPhone 6 acabadito de comprar para mostrárselo a una reportera que cubría el lanzamiento del teléfono? Los nervios por mostrar tan preciado premio le traicionaron y lanzó al suelo el móvil sin estrenar. La viralidad del vídeo tuvo mucho que ver una «envidia insana» por no ser uno de los primeros en conseguir ese último modelo. O precisamente, por no soportar a la que gente que se mata por conseguir ese último modelo…
El fail tiene además ese punto tierno, en el que nos sentimos identificados con una torpeza que igual nadie lo sabe pero nos persigue a diario: cuando se nos cae el café en la ropa, cuando pisamos un charco (o algo peor), cuando no encontramos ese papel fundamental. El vídeo de la caída de Edgar, con más de 50 millones de reproducciones, que sigue triunfando en la red desde hace diez años, nos muestra a un niño que se cae al cruzar el río. ¿Acaso no somos todos un poco Edgar en el momento más inoportuno?
Lo contario: el win
Pero ya está bien de reírnos de las desgracias ajenas, hombre. También existe un fenómeno contrario al fail: el win, la jugada ganadora. El win suele partir de la misma situación que un fail: una puesta en escena peligrosa, un experimento estrafalario, una aventura de riesgo pero, sorprendentemente, acaba bien. No hay caída, no hay dolor. Todo se soluciona. Somos muy del final feliz y nos encantan los héroes.
Por supuesto, el win es más win cuanto más arriesgada sea la escena. No vale una simple pirueta, un saltito sin más. Tiene que haber peligro de los gordos y una tremenda sensación de amenaza que se formula con el «ayayay» tan universal. El éxito del win radica en que por un pelo, no se ha convertido en un fail. Por una vez, triunfa el bien y todos aplaudimos. Bueno, todos, no. Siempre hay alguien que prefiere el fail, claro está. Y vosotros, ¿sois de win o de fail?
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