La gente se vuelve adicta al tabaco, al alcohol, a los videojuegos, al móvil, pero, aunque siga siendo una adicción y todas ellas puedan resultar peligrosas, la mía es algo distinta. Lo es hasta el punto de que, al menos eso creo, es buena para mí: soy adicto a las charlas de TED.
Divulgación científica, política, economía, arte, psicología… Hay vídeos de TED capaces de atraer la atención de cualquier tipo de persona y, de todos los vistos hasta ahora, pocos decepcionan, pero para entender por qué elijo las charlas de TED para ocupar mi tiempo libre en vez de cualquier otro tipo de contenido audiovisual, hay que ir un poco más allá de su lema.
¿Qué es TED?
Nacida como una organización sin ánimo de lucro en 1984, la frase característica de TED (sigla formada con las palabras Technology, Entertainment, Design) es “ideas worth spreading” (ideas que vale la pena difundir). Con ello en mente, el arquitecto Richard Saul Wurman, primero, y el creador de Business 2.0, Chris Anderson, después, llevan adelante un sistema de conferencias a las que un congreso anual se les quedó pequeño pronto.
Pese a su consolidada trayectoria, a mí el concepto TED, como probablemente a muchos de vosotros, me llega muchos años después de su nacimiento gracias a la negativa de las cadenas de llevar las charlas a televisión y verse obligados a tomar una alternativa: la de crear una página en la que las charlas puedan verse a través de Internet.
Desde el nacimiento de su página en 2006, se han subido más de 1.000 charlas y los visionados alcanzan cifras que se acercan a los 500 millones. Nada que ver con el récord de visitas del vídeo de Adele en YouTube (2.000 millones), pero más que significativo teniendo en cuenta que aquí hablamos de otro tipo de contenido divulgativo.
TED ataca directo a nuestro cerebro
Pero, ¿cómo? ¿Cómo alcanzar semejantes cifras a base de hablar de conceptos técnicos que a la mayoría de personas se le escapan? ¿Cómo conseguir llamar la atención con temas sobre los que aparentemente no estábamos interesados? ¿Cómo llegar al hito de crear adicción?
La clave, según los científicos que ya han estudiado este caso, está en el formato de las conferencias. De nada importa que en el escenario esté Bono o Bill Clinton, más allá del tirón que pueda tener para dar a conocer el vídeo y convertirlo en viral, la clave está en los conferenciantes, sea cual sea su nombre y apellido.
¿La razón? A nuestro cerebro le encanta ver a alguien hablando con entusiasmo, escucharles hablar sobre un tema que aman y conocen a la perfección; es, de hecho, incluso contagioso. Precisamente por eso, podemos discernir entre un buen y un mal líder, por cómo son capaces de transmitir ideas que realmente les importan.
Las reglas de una conferencia exitosa
Pero más allá de esa importancia son las reglas de TED las que marcan que un vídeo pueda convertirse en viral. Para empezar, todas las charlas deben mantenerse en un margen de alrededor de 18 minutos. Es el tiempo con el que se ha demostrado que un discurso puede llegar a cambiar una nación -el I have a dream de Martin Luther King, sin ir más lejos- y es el número de minutos clave para que el cerebro no se canse y pierda el foco.
Además, el conferenciante está obligado a ganarse al público desde el minuto uno, y para ello debe recurrir de una forma u otra a dos formas de llamar nuestra atención: con historias o mediante la sorpresa.
Nos encantan las historias, sobre todo si son anécdotas personales, despiertan nuestro interés y ese cotilla que todos llevamos dentro, pero en su esencia sirven de bandeja de plata a la ilustración de casos o ideas concretas. Así, nuestro cerebro puede relacionar lo que está escuchando con el tema principal de la conferencia.
Historias y sorpresas
El truco de la sorpresa, de ofrecer algo nuevo capaz de dejar atónito al público, está estrechamente relacionado con la carga de dopamina que genera nuestro cerebro ante algo capaz de dejarnos con la boca abierta. Enfrentados a esa sensación, al estar ante algo que llame nuestra atención de una forma especial, no sólo nos vemos obligados a mantenernos centrados en la charla para intentar mantener ese flujo de dopamina, también está demostrado que recordaremos mejor lo allí expuesto.
El caso más esclarecedor sobre ese último punto en relación a las conferencias de TED se lo debemos a Bill Gates. Y es que, en un discurso sobre la Malaria en África y sobre cómo los mosquitos transportaban el virus de un niño a otro, el creador de Microsoft abrió un bote con mosquitos dentro de la sala dejando al público atónito y, a su vez, alcanzando otro nivel de concienciación que no habría sido posible sólo con palabras.
Si antes comentaba que mi adicción a TED no me preocupa en absoluto es porque, más allá de la fuente de conocimiento que supone y la forma en la que sus charlas pueden resultar inspiradoras, representan una de las mejores mezclas entre entretenimiento y divulgación que puedes encontrar de forma gratuita en Internet.
Mucho más que divulgación científica
El visionado de sus conferencias es totalmente gratuito y puede accederse a ellas desde su web, desde YouTube o desde las aplicaciones oficiales para iOS y Android. Además, son una herramienta más que recomendable para mejorar nuestro inglés.
Bajo el nombre de Open Translation Project, un grupo de voluntarios se encarga de traducir las charlas de TED a más de cien idiomas, entre ellos el español, por lo que, gracias a sus subtítulos, el visionado de sus conferencias se amplía del grupo anglosajón hasta las casi 5.000 millones de personas de nuestro planeta que no hablan inglés.
Las charlas que tenéis repartidas por el texto, muchas de ellas convertidas en virales con relativa facilidad, son el perfecto ejemplo de cómo este tipo de contenidos pueden convertirse en el nuevo objeto de deseo de Internet. Una muestra más de que los vídeos sobre gatos o YouTubers haciendo el cabra no son los únicos capaz de arrastrar masas y que, en definitiva, otro tipo de Internet es posible.