Los seres humanos tendemos a antropomorfizar (atribuir características humanas) a todo lo que vemos alrededor: vemos caras donde no las hay, un fenómeno llamado pareidolia; tendemos a asignar sentidos a las máquinas, a los animales (véase Disney), e incluso a las plantas; y usamos partes del cuerpo humano incluso para designar comportamientos, como «eres mi mano derecha» o «sé mis ojos».
Esta trasnominación o metonimia también ha “infectado” el mundo de la tecnología, donde usamos términos humanos, biológicos o de otros ámbitos para nombrar objetos, programas, usos y situaciones, como es el caso de la palabra en cursiva en este mismo párrafo. “Infección” es un término biológico. Conectores macho, virus, ecosistema digital… ¿por qué usamos términos biológicos para la tecnología?
La trasnominación es fácil entre dos elementos con rasgos comunes
Una de las trasnominaciones tecnológicas más antiguas usadas a día de hoy es el nombre en base a parámetro sexual que no poseen de los extremos de los cables. Así, tenemos un USB “macho” o un Jack de audio de 2.5 “hembra” porque asignamos a las puntas de los cables características sexuales en base a nuestros genitales.
Resulta evidente que uno no va a dejar embarazado a un televisor si le conecta a su toma HDMI “hembra” un conector HDMI “macho” como puede ser el del Chromecast. Tu televisor antiguo con la toma coaxial de la antena, o la pared y sus enchufes Schuko (abajo), no tienen ni sexo biológico (no están vivos ni son organismos) ni género social (porque carecen de identidad).
Es decir, no necesitan ser macho o hembra, y podríamos haber usado palabras como agujero o pincho para diferenciar este tipo de sistemas. Sin embargo, optamos por la trasnominación de lo femenino o lo masculino para adaptarlo a nuestros genitales, por su parecido obvio de hacia dentro y hacia afuera, respectivamente.
¿Y cuando no es ni lo uno ni lo otro, o tiene características de ambos? Hay varias alternativas. Por un lado, se puede usar el término biológico “hermafrodita”, «que tiene los dos sexos» según la RAE. Pero dado que este término está en discusión también podemos usar “machihembrado”.
En inglés tenemos más riqueza para nombrarlos, y el anclaje que se puede ver en la fotografía de abajo, y que se usa para conectar mecánicamente dos vagones de tren, puede ser llamado “androgynous” (andrógino), “genderless” (sin género), “sexless” (sin sexo), y de un modo menos polémico como “combo” (combinación).
Ponemos el anclaje de dos trenes porque es fácil de visualizar desde esa perspectiva “genderless”, pero podríamos haber usado como conector “hermafrodita” asimétrico de alta tecnología el sistema de acoplamiento de naves espaciales como la Soyuz de la URSS, la Salyut rusa o la Dragon de SpaceX.
Así adaptamos los términos biológicos al mundo de la tecnología
A pesar de que gran parte de la vida conocida está basada en la sexualidad, buena parte de las formas vivas no tienen nada que ver con este método de reproducción. Pero sí con otros conceptos, como “ecosistema”, que ha acabado por calar en el mundo de la tecnología con neologismos como “ecosistema” digital.
Los primeros ecosistemas estaban formados por las mismas cianobacterias que hoy queremos teletransportar a Marte. Los últimos están formados por startups tecnológicas, partners, componentes, marcas, sistemas operativos, APIs… Son un sistema lo suficientemente complejo como para conformar un hábitat (del griego ?????, y latinizado eco-) que no da lugar a una megaestructura viva a nivel global.
Y, sin embargo, la tecnología sí conforma a nivel mundial una estructura que palpita en cierta medida. Late por toda la Tierra. En el estudio Mapping the global Twitter heartbeat: The geography of Twitter, Leetaru et al. consolidó el “latido” de Twitter como concepto, aun a pesar de que la red social carece de un corazón que haga de bomba mecánica, y tampoco tiene un fluido que llevar de un lado a otro.
El concepto de “latencia” de red, que informa en milisegundos del tiempo que tarda una señal en ir y volver a un servidor, proviene del concepto biológico definido como el «tiempo que transcurre entre un estímulo y la respuesta que produce», de modo que también es un concepto trasnominado.
Las metonimias digitales que adaptamos a la biología
Precisamente hablando de respuesta, el sistema de adaptación de una palabra a un nuevo entorno es bidireccional. Del mismo modo que hemos llenado el mundo digital de conceptos biológicos (y no tan biológicos, como veremos a continuación), también hemos llenado nuestra vida de conceptos digitales.
Así, comparamos nuestro cerebro con un ordenador o “procesador” cuando tratamos de explicarlo en neurología, y decimos que estos tienen más o menos “memoria” en función de cómo de bien (o cuánto) almacenan aquello que hemos guardado previamente.
También usamos expresiones de ciborg como «me estoy quedando “sin batería”» tanto cuando es nuestro móvil el que se queda sin energía como cuando somos nosotros los que estamos cansados. Y, del mismo modo, decimos que estamos “conectados” cuando nuestros terminales tienen acceso a datos vía WiFi o 4G.
Otras trasnominaciones digitales lejos de la biología
La mayoría de nosotros, por desgracia, hemos oído hablar de los virus. Tanto de los virus biológicos como de los “virus” de ordenador. Y ni unos ni otros forman parte de la vida, aunque tienen un peso importante en ambos ecosistemas. Hay varios tipos de “virus” informáticos y, curiosamente, algunos de ellos tienen nombres metonímicos:
- “Gusanos”, que tienen la particularidad de duplicarse a sí mismos (las lombrices de tierra son hermafroditas);
- “Troyanos”, llamados así porque actúa igual que los aqueos, dánaos y argivos que se escondieron dentro del Caballo de Troya de la epopeya de Homero: pasando desapercibido y atacando cuando bajamos la guardia;
- “Bombas” lógicas, que, del mismo modo que las bombas físicas, actúan cuando son activadas por un estímulo.
Las “fuentes” de los datos y contenido tienen un peso importante en Internet y en cómo se construye la “red”, así como en el modo que tenemos de “navegar” por ella. Pero las fuentes, u orígenes de los datos, no tienen relación con los manantiales que les dan nombre y que hacen brotar agua del suelo, ni Internet es físicamente navegable o tiene forma de malla para atrapar peces. Sin embargo, usamos estos nombres porque encontramos relación entre ambos conceptos.
Hay cientos de ejemplos más de cómo el lenguaje es permeable, y de cómo la cultura previa acaba dando lugar a nombres tecnológicos o científicos. El nombre la partícula física “quark” proviene de un poema de Joyce, y la “zona ricitos de oro” que facilita la vida en el espacio de un cuento de hadas.
Los términos biológicos dan lugar, trasnominados, a conceptos digitales y tecnológicos; y el mundo digital a su vez acaba por nombrar otros conceptos que nada tienen que ver con él. El lenguaje, en la era de la información, ha cambiado más que nunca, y pretende seguir haciéndolo.
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