Tradicionalmente, los seres humanos reducimos los sentidos a cinco (gusto, audición, vista, olfato y tacto), pero tenemos más (equilibrio, termocepción…) e iremos ampliándolos aún más. Así, en pocos años, los sentidos tendrán su propio mercado en expansión, al que podremos acudir para comprar nuevas funcionalidades. No solo mejores ojos y oídos, sino sentidos completamente nuevos que no existen ni siquiera en el mundo animal.
Iremos a una tienda física para comprarlos, e implantarlos con mayor o menor facilidad y grado de invasión, o bien a un mercado virtual (Market Sense) para bajarnos la última actualización o una nueva aplicación para nuestros implantes. ¿No te lo crees? Pues ya está pasando, ya puedes comprar un sentido extra.
Magnetorrecepción, el primer sentido a la venta
Imagina que tienes que elegir entre cambiar de teléfono móvil o implantarte un sentido nuevo. ¿Qué harías?
Lejos de estar reservado a unos pocos, hoy día puedes hacerte con el sentido de la magnetorrecepción por 425 dólares americanos. Es decir, puedes saber en todo momento tu orientación con respecto al norte. Este sentido se implanta en el pecho haciendo uso de cuatro piercings (no es invasivo) y lo comercializa la Cyborg Nest, una empresa que pretende acelerar la transformación cyborg.
Este nuevo sentido, que nos ayuda a orientarnos, cuesta menos que el abono transporte anual. Aunque no parece un sentido muy útil (no somos palomas), abre la puerta a la comercialización de sentidos más refinados.
Lo cierto es que ya hay complejos sentidos humanos comercializados, como son los de la vista o el oído. Desde gafas a implantes cocleares, estos gadgets son restitutivos: tratan de devolver un sentido perdido o parcialmente perdido, pero humano. Aunque ya que estamos instalando hardware en el cuerpo, ¿por qué conformarnos con los limitados sentidos humanos?
¿No nos volveremos locos al instalarnos nuevos sentidos?
La misma empresa está hoy trabajando en otros dos sentidos nuevos: la retropercepción, o el percibir lo que hay detrás de ti; y la oreja infrasónica, para poder escuchar por debajo de los 20 Hz. Tras estos vendrán otros como la visión nocturna, la vista a varios kilómetros o la visión infravioleta. E incluso saldremos del reino animal en busca de nuevos sentidos inventados. Bajo esta perspectiva, alguien podría preguntarse: ¿No nos volveremos locos?
Lo cierto es que no. David Eagleman demostró que el cerebro es una máquina multipropósito a la que le da igual qué tipo de señales le lleguen. Pasado un tiempo, si esas señales tienen una estructura consistente, el cerebro las sabrá interpretar. Para demostrarlo, hizo varios experimentos.
En uno de ellos una persona recibía vibraciones en su espalda, tomaba en función de eso una decisión rojo-verde en una tablet, y volvía a recibir una vibración. Sin tener ni idea de lo que hacía a nivel consciente, el cerebro del voluntario desentrañó la estructura de placer y molestia en base a los datos recibidos mediante la vibración y los botones pulsados. De modo totalmente inconsciente, la persona aprendió a ejecutar (con éxito) órdenes de compra-venta en mercados bursátiles. Cuando lo hacía bien, la vibración de recompensa era ligeramente diferente a la vibración de castigo.
No hay animal que tenga un sentido de los mercados de capitales, y mucho menos que lo perciba como una vibración en la espalda. Pero Eagleman demostró que el cerebro solo necesitaba una manera de percibir esos datos para desarrollar un nuevo sentido. Si alguien se pregunta por qué ampliarse (luego entraremos en esta cuestión), una respuesta podría ser porque tenemos un sistema nervioso que lo permite. Filtra toda la sensórica irrelevante para centrarse en lo que importa.
Pensemos en el tacto. Tenemos cerca de dos metros cuadrados de piel en el cuerpo, pero no estamos permanentemente sintiéndolos (nos volveríamos locos). En lugar de eso, el cerebro discrimina cuándo prestar atención y en qué zonas. Con los nuevos sentidos ocurrirá lo mismo: permanecerán latentes, registrando datos, hasta que los necesitemos. Momento en el que seremos conscientes de que están ahí.
Neil Harbisson, uno de los fundadores de Cyborg Nest, tuvo una experiencia similar cuando se percibió a sí mismo soñando con colores en forma de vibración (tiene una antena implantada en el cerebro que le permite registrar los colores a modo de vibración). El sueño requería una estructura en color, y Harbisson enseñó a su cerebro, que nació sin la capacidad de procesar el color, a comprenderlo mediante vibraciones.
¿Para qué querría nadie un sentido más?
Muchos lectores, probablemente la mayoría, se pregunten de qué podría servirnos un sentido más. Después de todo, ya tenemos bastantes y tampoco es que nos vaya mal con ellos.
Dando un salto hacia atrás, hace quince años la gente se preguntaba para qué querríamos llevar una pantalla con nosotros todo el tiempo (smartphones), y hace 50 de qué nos serviría una pantalla conectada en casa (ordenador personal) si ya teníamos la televisión. La respuesta es hoy la misma que entonces: los nuevos sentidos abren nuevas posibilidades.
Pensemos en un problema cualquiera del día a día. Uno común, como es la posibilidad de perder las llaves de casa. Ya existen llaves electrónicas que, mediante tecnología NFC implantada, abre puertas. Basta un pequeño chip implantado en la muñeca para no necesitar llaves, siendo imposible perderlas.
Pero perder las llaves es tan solo una molestia, y tener ese tipo de llave un capricho. Pensemos en algo más grave, como es perder la vida. Un accidente de coche, un terremoto o una vivienda llena de humo de un incendio. Aunque poco frecuentes para el grueso de la población, los cuerpos de rescate lidian día a día con este tipo de sucesos. ¿Y si dotásemos a estos cuerpos -literalmente- de sentidos mejorados?
Imagina que te encuentras atrapado al fondo de una vivienda cubierta de humo o en el extremo de un valle devastado por un incendio gigantesco. ¿Qué bombero quieres que te atienda, el humano convencional o un bombero cuya visión térmica ayude a encontrarte en la vivienda y a detectar puntos fríos en el valle donde poder replegarse a salvo? Por mi parte elijo al bombero cyborg.
En el caso de los terremotos, se sabe que muchos animales son capaces de detectar señales previas que a los humanos se nos escapan. Imagina sentir en tu piel o sobre alguno de tus músculos que se avecina un terremoto, y así poder esconderte. Imagina que el cuerpo de zapadores que limpia los escombros del edificio que se te ha caído encima es capaz de escuchar tus latidos a través de los cascotes.
La pregunta es: ¿ayudaría este tipo de sentidos a evitar pérdidas humanas? Dado que la respuesta es que sí, y que la vida humana es lo más valioso que poseemos, no es de extrañar que pronto nos lancemos en masa a mercados de sentidos.
Hardware y software, mercados de sentidos
Como hemos visto, la venta de sentidos ya existe, aunque por lo general hablamos de sentidos entendidos como necesidades discriminatorias: tuvimos algo que hemos perdido o carecemos de algo que otros tienen. Los implantes y prótesis modernos corresponden a estas necesidades.
Sin embargo, pronto habrá un mercado importante para sentidos extra o mejorados (senseware). Empezará de forma modesta a través de objetos sobre la piel, como ya ha hecho The North Sense de Cyborg Nest, pero todo indica que poco a poco estos dispositivos irán penetrando en nuestro cuerpo para corregirlos o mejorarlos de maneras asombrosas.
Especialmente cuando exista un agravio comparativo entre alguien que tenga un sentido extra y alguien que no lo tenga. Veámoslo desde el punto de vista de Recursos Humanos en una empresa de capital riesgo en el mercado de valores:
¿A qué analista de datos contrato? ¿Al que tiene una conexión de banda ancha directa a un procesador junto a su córtex y es capaz de percibir los latidos del mercado de valores como quien sabe si tiene hambre o no; o al que necesita una pantalla y tablas Excel para entender la información, generalmente con horas de retraso y con elevada posibilidad de error?
Si el humano ampliado sale a cuenta, Recursos Humanos le elegirá a él frente a otro candidato.
El mercado de hardware de los sentidos
Todo empieza con dispositivos sobre nuestro cuerpo, y no tiene por qué ser algo invasivo que entre dentro de nuestros huesos. Los primeros pasos será llevar los wearables a otros sistemas como tatuajes o calcomanías sobre la piel, ropa o piercings.
El hardware es necesario para incluir sensores (unidades de detección) y actuadores. Al menos hasta que sepamos cómo hackear el cerebro.
Comparémoslo con los teléfonos móviles. A medida que se han ido haciendo más y más complejos han ido incluyendo sensores para recabar datos: sensor de temperatura, sensor fotoeléctrico, barómetros, sensores de presión táctil, acelerómetros y otros. Pero también les hemos ido añadiendo actuadores o dispositivos de salida: pantalla, retroiluminación, altavoz, vibrador…
Implantado sobre el ser humano, este hardware no tiene por qué quedarse ahí. Imaginemos en un futuro un sentido que, mediante una pequeña varilla colocada a modo de pendiente en la oreja, sepamos si existe una elevada concentración de CO2 en la habitación. U otro caso en el que sepamos nuestra posición relativa en el interior de un edificio porque se retransmite a nuestro ojo biónico como si estuviésemos inmersos en un videojuego.
El mercado del software de los sentidos
Del mismo modo que el mercado de las apps modernas, a los implantes en nuestro cuerpo les acompañará una determinada lógica o aplicación. Un software que controle los actuadores y que interactúe con nuestro cuerpo para hacer de ese sentido un sentido útil.
A diferencia del hardware, el software será más versátil. Pensemos en el ojo biónico mencionado antes. Por hardware podemos usar ese ojo para ver en la oscuridad o para hacer zoom siempre que los componentes mecánicos nos lo permitan. Pero a nivel de software podemos superponer cualquier imagen en nuestra visión que no estará limitada por el hardware.
En esta forma habrá un importante mercado del software, pero no se detendrá ahí. También se usarán aplicaciones que hackeen en cierta medida los componentes de hardware básicos para darles un servicio diferente a aquel para el que fueron diseñados.
Un precedente de esto es el flash del teléfono móvil, que nunca fue inventado para hacer de linterna. O la vibración, que no estaba diseñada para sincronizar nuestra respiración y hacer de metrónomo. O el acelerómetro, que no fue construido para realizar llamadas de emergencia eCall en caso de frenada brusca y detención total. Frente a un mismo hardware se puede implementar todo un mercado software que aumente las capacidades de los dispositivos implantados, generando sentidos virtuales.
A pesar de que todo esto suena a ciencia ficción, la verdad es así de sorprendente. La magnetorrecepción ya se comercializa, y con éxito. Tras ella vendrán otros sentidos más o menos inútiles pero accesibles al bolsillo. Y en un par de años empezarán surgir ideas realmente revolucionarias que usaremos en nuestro día a día del mismo modo que usamos nuestra nariz para oler y nuestra piel para saber la temperatura ambiente.
El Sense Market aparecerá un día cualquiera del mismo modo que lo hizo el App Market. Una vez aquí solo nos queda preguntar al lector si tiene alguna idea de negocio en base a la ampliación de la sensórica humana. Si es así, estamos deseando oírla.
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