En la era de la conexión permanente y del ‘turbocapitalismo’, la gran rebeldía consiste en ir despacio. En decir «basta» ante ese bombardeo constante de whatsapps, correos electrónicos y notificaciones de las redes sociales que reclaman nuestra atención a cada minuto. Un chorreo de mensajes que pretenden ser asuntos urgentes e inaplazables, cuando, en realidad, no son más que ‘ruido digital’. Se impone la slow tech.
En su libro ‘Minimalismo digital’, Carl Newport, profesor de la Universidad de Georgetown (Estados Unidos) y una especie de Marie Kondo del mundo tecnológico, critica a los gigantes del “capitalismo de la atención de Silicon Valley”. Y hace un repaso de los estragos de la distracción permanente que causan el móvil o las redes sociales, que muchas veces acaba en adicción. En un trabajo publicado este año, que ha aparecido con el título ‘Céntrate’, Newport asegura que nuestro cerebro no es bueno cambiando de forma constante de contexto y se agota. Y que ese ir y venir por aplicaciones y conversaciones reduce bastante nuestra capacidad cognitiva.
Problemas cognitivos en los menores
En esta línea, el neurocientífico francés Michel Desmurget advierte del efecto nocivo de esta hiperactividad digital en las mentes en formación. Desmurget analizó en un extenso libro, publicado en plena pandemia de COVID-19, los peligros de las pantallas para niños y adolescentes. En ese trabajo, titulado con mucha intención ‘La fábrica de cretinos digitales’, aseguraba que se han identificado efectos negativos sobre el funcionamiento cognitivo de los niños con solo 30 minutos al día de pantallas.
“Todos los pilares centrales de la inteligencia humana se ven afectados: lenguaje, concentración, memoria o cultura (definida como un corpus de conocimiento que nos ayuda a organizar y comprender el mundo). Y, por supuesto, el rendimiento escolar”, avisaba Desmurget .
Por su parte, en su último libro, ‘A world without email’, que todavía no está traducido al español, Newport pone la lupa sobre el “viejo” y omnipresente correo electrónico. Y advierte de los peligros que tienen las cadenas interminables de mensajes de ida y vuelta en nuestros buzones, que nos obligan a seguir el hilo de la conversación para estar informados todo el tiempo. Y propone, para evitar una tarea tan extenuante (y muchas veces improductiva), encuentros regulares cara a cara en la oficina. Porque cinco minutos de charla presencial pueden ahorrarnos cientos de mensajes electrónicos sin procesar.
La terapia de choque de Carl Newport
No todo está perdido. Podemos sanear nuestra vida digital y recuperar el control de la situación, según los expertos. De hecho, el propio Newport sugiere una terapia de choque cuyo primer paso es pasar 30 días alejados de la tecnología que no sea necesaria de verdad. Y para llenar ese tiempo nos aconseja paseos con los amigos, leer libros y contemplar las nubes (las del cielo, y no las de internet, se entiende).
Por supuesto, Newport le declara la guerra al ‘me gusta’ y aconseja eliminar las redes sociales de los teléfonos móviles y evitar el llamado ‘picoteo digital’. Y prescribe para ello tener dispositivos (como el portátil o el smartphone) cada vez más monofuncionales. En fin, una propuesta bien desafiante y a contracorriente.
El movimiento ‘slow technology’
Son manifestaciones, en cualquier caso, deudoras o derivadas de la ‘slow technology’ o ‘slow tech’. Un movimiento que propone ‘recetas’ para hacer más soportable un entorno digital enloquecido y pasado de revoluciones. Y que tiene su origen en el movimiento slow, que tuvo su manifiesto fundacional en el libro del escritor escocés Carl Honoré ‘Elogio de la lentitud’, publicado por primera vez en 2005.
Más allá de las ‘prescripciones’ de expertos como Newport, de vez en cuando el propio mundo de la tecnología reacciona a la propia fatiga digital que causa. Lo hace con herramientas también digitales que ponen coto a la intrusión permanente del correo electrónico, las plataformas de colaboración (como Teams y Slack), las redes sociales y la mensajería instantánea. Se podría decir que son desarrollos slow tech que se preocupan por el bienestar mental de los usuarios y que no han sido concebidos para ahogarlos por exceso de estímulos, sino para revivirlos y primar lo importante.
Pony Messenger y Minus
Una de ellas es el servicio de correo electrónico lento Pony Messenger, que en 2019 empezó a desarrollar Dmitry Minkovsky. Este experimento sirve el correo electrónico solo una vez al día (el usuario elige si lo manda y lo recibe por la mañana, por la tarde o por la noche). Minkovsky no es un predicador del movimiento slow tech, sino un emprendedor que quiere ganar dinero (quizá a través de la publicidad). Y que está convencido de que su invento, que tanto se asemeja mucho al servicio de correo físico de toda la vida, tiene un hueco en el mercado.
Aunque es consciente de que Pony Messenger no será tan popular como una red social al uso. De hecho, la herramienta, que está disponible en las tiendas de aplicaciones de Apple y Google, requiere que tanto el emisor como el receptor de los mensajes la tengan instalada.
También hay redes sociales que van de frente contra la lógica empresarial de las redes convencionales, interesadas en generar estímulos e interacciones constantemente entre sus usuarios. Y, de esa forma, información de ellos para vender a los anunciantes. Es el caso de Minus, que se presenta como “la red social finita”.
Minus tiene la peculiaridad de que sus miembros solo pueden publicar 100 posts o contenidos durante toda su vida. Además, los promotores presumen de que no hay likes ni “ruidosas notificaciones”. Y que la única métrica que exhibe la herramienta es la del número de entradas que todavía le faltan por publicar a sus usuarios. Minus es una muestra de las posibilidades de las slow tech y también es pura rebeldía en los tiempos de saturación digital que corren.
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