En su inmenso cuello no hay lugar para las cuerdas vocales. Por lo tanto, las jirafas son mudas. Solo se comunican de forma no verbal, mediante señales y olores. Casi todos hemos escuchado esta historia. Sin embargo, es mentira.
Durante décadas, biólogos y zoólogos estaban de acuerdo en que las jirafas eran animales mudos por dos grandes razones. Una era que no disponían de un aparato fonador al uso. Y otra, la más importante, nunca nadie las había escuchado decir nada. Sin embargo, las jirafas sí que emiten sonidos para comunicarse: resoplan, tosen, roncan, sisean, gimen, gruñen y hasta emiten sonidos similares al de una flauta en función de la situación en la que se encuentren.
Por ejemplo, durante el cortejo, los machos emiten unos sonidos similares a un fuerte tosido. Y los resoplidos y los silbidos están asociados con señales de alerta. Las hembras llaman a sus crías mediante bramidos y estas responden con una especie de balidos. Además, durante la noche, las jirafas parecen mantener una especie de tarareo entre ejemplares de la misma manada en una frecuencia cercana a los infrasonidos, aunque todavía no se sabe muy bien cómo ni para qué lo hacen.
Estos no son los únicos animales que se creía por error que eran mudos. Cuanto más atención prestamos a los sonidos de naturaleza, más conversaciones percibimos, aunque no entendamos casi nada. Una investigación reciente de la Universidad de Zúrich (Suiza) ha descubierto que más de medio centenar de animales que considerábamos mudos, en realidad, pueden hablar. Y que la comunicación acústica de los vertebrados que respiran por la nariz pudo haber surgido en un ancestro común hace más de 400 millones de años.
Las voces de las tortugas y los tuátaras
El rugido de un león, el ladrido de un perro, el canto de una ballena y los trinos de un jilguero. La naturaleza tiene sonidos icónicos. Pero, ¿cómo suena la voz de una tortuga laúd, de una cecilia (un anfibio con cuerpo de reptil), un tuátara de Nueva Zelanda y un pez pulmonado sudamericano? Las laúdes no son las tortugas más ruidosas, pero sí emiten sonidos de baja intensidad. Como ellas, al menos otras 50 especies de tortugas se comunican de forma sonora. Las cecilias también son bastante silenciosas, pero no mudas. Sin embargo, las tuátaras, reptiles parecidos a las iguanas (aunque no están emparentadas) emiten sonidos de alta intensidad.
Estas son algunas de las nuevas voces de la naturaleza que han sido grabadas por grupo internacional de investigadores dirigido desde la Universidad de Zúrich. Su estudio, publicado en ‘Nature Communications’, analiza las grabaciones de 53 especies de cuatro grupos de vertebrados que, hasta ahora, se habían considerado mudos: 50 tortugas, un tuátara, una cecilia y un pez pulmonado de Sudamérica. Los nuevos datos ayudan a consolidar una hipótesis que hace tiempo que viene ganando apoyos: la comunicación sonora es algo mucho más habitual de lo que creíamos.
“Esta nueva información, unida a un amplio conjunto de datos recogido en la literatura científica que incluye 1800 especies diferentes […], muestra que la comunicación vocal no solo está muy extendida entre los vertebrados terrestres, sino también evidencia la presencia de habilidades sonoras en varios grupos que hasta ahora se consideraban no vocales”, explica Gabriel Jorgewich-Cohen, estudiante de doctorado en el Instituto Paleontológico y el Museo de la Universidad de Zúrich y autor principal del artículo científico.
Un único ancestro gritón
El bramido de una jirafa, el canto de un ruiseñor y el maullido de un gato se parecen poco entre sí. La gran variedad de sonidos y cantos presentes en la naturaleza, unida a que la morfología del aparato auditivo y su sensibilidad y la morfología del tracto vocal de las diferentes especies varían mucho entre los vertebrados, ha provocado que, durante años, se haya propuesto un origen convergente para la comunicación sonora. Es decir, diferentes ramas evolutivas siguieron el mismo camino para acabar desembocando en lo mismo, la producción de sonidos para comunicarse, solo porque era la mejor solución posible.
Sin embargo, los datos y las evidencias expuestos en el artículo desafían esta concepción. Para los investigadores, la hipótesis convergente no estaba teniendo en cuenta toda la información sobre los sistemas de comunicación sonora de los vertebrados. “Los resultados de nuestra investigación muestran ahora que la comunicación acústica no evolucionó varias veces en diversos clados [ramas del árbol evolutivo], sino que tiene un origen evolutivo común y muy antiguo”, explica Marcelo Sánchez-Villagra, líder de la investigación.
Analizando los 53 nuevos registros y los datos evolutivos disponibles de otras 1800 especies, los investigadores han llegado a la conclusión de que la comunicación acústica estaba ya presente en un antepasado común a todos los vertebrados terrestres con coanas (así se llaman las aperturas nasales posteriores), como los dinosaurios y los seres humanos, entre muchos otros. Fue hace más de 400 millones de años. “Hemos podido reconstruir la comunicación acústica como un rasgo compartido que es al menos tan antiguo como su último ancestro común que vivió hace aproximadamente 407 millones de años«, concluye Sánchez-Villagra.
¿Y quién fue este primer antepasado que un día decidió empezar a gritar para hacerse escuchar? Es probable que una especie de pez de aletas lobuladas (o sarcopterigio), aunque es muy difícil concretar algo así. Lo que parece claro es que, sin él, quizá hoy las jirafas serían mudas de verdad y los seres humanos estaríamos siempre callados.
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Imágenes | Unsplash/Wolfgang Hasselmann, Nature, Universidad de Zúrich