Al ser humano le cuesta salirse del centro del mundo. A pesar de Copérnico y Galileo, a pesar de Darwin y muy a pesar de todos esos científicos no tan famosos que nos han señalado nuestro lugar en el cosmos, la tendencia general es pensar que somos privilegiados. No podemos evitar mirar, por encima del hombro, al resto de seres vivos.
Sin embargo, la ciencia sigue empeñada en bajarnos del pedestal (y otros como el pensador Harari en subirnos). Cada vez se descubren más culturas arraigadas entre las especies animales, formas de comunicación elaboradas, sexualidades complejas y, también, tecnologías. Sí, porque tecnología no es todo lo que lleve un microchip, tecnología también son la rueda o la palanca. Y los animales la han utilizado para conquistar sus pequeños reinos.
El martillo capuchino
A mediados del siglo XIX, algunos naturalistas ya habían descrito el uso de herramientas por parte de animales. Sin embargo, no sospechaban que este uso iba a ser tan avanzado como hoy se conoce.
En Brasil, los monos silbadores capuchinos usan piedras para abrir nueces. Podría parecer algo poco glamuroso, pero conlleva una serie de tecnologías y técnicas muy complejas. Tanto, que incluso existe la teoría de que los humanos pudieron copiar al mono para poder acceder al sabroso fruto del cajú (o anacardo).
Lo primero es recoger el fruto, que, en el árbol, parece de todo menos comestible. Se escogen los mejores y se ponen a secar para que la cubierta exterior (que segrega una sustancia corrosiva) se endurezca. Durante semanas, cada mono vigila su cosecha y va escogiendo los frutos que ya están listos para abrirlos a martillazos con una piedra.
El proceso de cascar la nuez requiere, a su vez, dos tipos de roca. Por un lado, una de grandes dimensiones y plana, en la que apoyar la nuez. Por otro, una roca de menor tamaño y gran dureza, preferiblemente de cuarzo, que cada mono escoge con sumo cuidado. Esta técnica se pasa de generación en generación dentro de cada comunidad, y las crías emplean sus primeros años perfeccionándola y aprendiendo a seleccionar la roca perfecta.
“Las nueces de cajú son autóctonas de un área concreta de Brasil. Es posible que los primeros humanos que llegaron aquí aprendiesen todo sobre este fruto, entonces desconocido, observando a los monos y su primitiva industria”, explica Michael Haslam, de la School of Archaeology en la Universidad de Oxford, quien ha liderado uno de las últimas investigaciones publicadas sobre los capuchinos brasileños.
La gran mina de SAL DE los elefantes
Es el mamífero más grande que camina sobre la tierra y necesita gran cantidad de sales en su dieta. Calcio, sodio y potasio son esenciales para mantener los músculos del elefante en plena forma durante las largas caminatas que completa cada día. ¿Y cómo consigue sales un elefante? Pues, depende. En Sri Lanka, por ejemplo, incluso se han llegado a señalar casos de incursiones en poblados con el objetivo de robar sal.
En la República Centroafricana, sin embargo, los elefantes de bosque, la especie de paquidermo más pequeña, se han dado a la minería. Allí, varios miles de ejemplares se pasan cada año por Dzanga Bai, un gran claro en medio de la selva en el que los elefantes se afanan para extraer las sales.
Según las investigaciones que Andrea Turkalo ha dirigido para la Universidad de Cornell (Nueva York) dentro del proyecto The Elephant Listening, un gran grupo de elefantes -que no todos- del parque nacional de Dzanga-Sangha ha desarrollado una especie de tecnología minera con una herramienta única: sus trompas.
Las sales necesarias se encuentran depositadas en el barro en el fondo de estanques poco profundos que forman las lluvias. Con la trompa, los elefantes bombean dicho lodo hasta la superficie del charco. Mientras la tierra vuelve a depositarse, buena parte de las sales quedan diluidas en el agua superficial. Ya solo queda servirse un buen trago de agua salada.
Escarabajos con navegador integrado
Las culturas locales de dos especies de mamíferos nos han dejado hasta ahora dos casos curiosos de tecnología animal. Pero el ADN también guarda sus secretos. El escarabajo pelotero, un insecto de pocos centímetros de tamaño, es capaz de recorrer más de 100 metros en una línea prácticamente recta. Su capacidad de orientación era envidiable, hasta que se descubrió que algunas especies llegan al mundo con una especie de GPS interno.
Investigadores de la Universidad de Lund, en Suecia, han descrito recientemente el complejo sistema de orientación de los escarabajos peloteros en Sudáfrica. Un primer estudio reveló que los escarabajos tomaban instantáneas mentales del cielo de forma regular mediante un característico movimiento circular. Tras escanear el cielo, eran capaces de calcular su posición en función de lo que observaban.
Un segundo estudio se hizo necesario cuando el equipo se dio cuenta de que había especímenes que hacían esto tanto de día como de noche. Así, se descubrió que contaban con dos tipos de receptores en sus ojos, unos para trabajar a pleno sol y otros capaces de ver la luz polarizada para la orientación nocturna.
Al parecer, su cerebro es capaz de calcular sin problemas la ruta a seguir y la posición con imágenes de los dos tipos, y da igual que en ellas salga el sol, la luna o la vía láctea.
La tecnología al servicio de la caza
La relación entre presas y depredadores rige el día a día del mundo animal. Tener éxito a la hora de cazar (o de escapar con vida) asegura la supervivencia de la especie, un objetivo para el que cualquier método es válido, incluso la ayuda de herramientas poco ortodoxas. Algo que también sucede bajo el mar.
Delfines y orcas han llamado la atención en los últimos años por sus elaboradas técnicas de caza. Sobre todo, porque son técnicas muy depuradas y adaptadas a las necesidades locales de cada población, lo cual implica un proceso de aprendizaje complejo, como el de los capuchinos con sus martillos.
En Shark Bay, en la costa oeste de Australia, los delfines nariz de botella han desarrollado un curioso comportamiento que les permite cazar lo que otros predadores no pueden. Su técnica consiste en cubrir su hocico y boca con esponjas marinas en forma de cesta, lo cual les permite capturar peces en el fondo marino o entre las rocas sin causarse heridas. Así, acceden a presas únicas por las que no tienen competidores.
Además, lo curioso de este comportamiento es que las madres de las manadas se lo enseñan solo a sus hijas. Los machos, por el contrario, lo aprenden con el tiempo por imitación y parece que nunca se lo transfieren a las nuevas generaciones. Aun así, las últimas investigaciones de la Universidad de Zúrich, en Suiza, señalan que más de un 60% de las hembras y casi la mitad de los machos de Shark Bay utilizan esta técnica.
Cuando en 1960, Jane Goodall describió la conducta de David Greybeard, un chimpancé que usaba largas hierbas para pescar termitas, poca gente, incluso dentro de la comunidad científica, quiso ver la evidencia. Desde entonces, se han descrito gorilas que miden distancias y construyen puentes para salvar obstáculos, las precisas técnicas de caza de las orcas o las hormigas que plantan y riegan sus propias granjas de hongos.
Y estos son solo un puñado de casos curiosos de las decenas que han salido a la luz en las últimas décadas. Parece que, miremos donde miremos, la naturaleza esconde inteligencia y tecnología. A pesar de todo, buena parte del mundo sigue pensando que son atributos exclusivamente humanos.
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