Los museos de todo el mundo, tras semanas desiertos, ven ya más cerca la ansiada vuelta a la (nueva) normalidad. Tomadas las medidas de seguridad y conservación preventiva para proteger las colecciones e instalaciones, ¿qué ha pasado con los otros dos vectores imprescindibles para que los museos existan, sus profesionales y los visitantes? ¿Qué han hecho las cúpulas gerenciales de los museos para mantener el puesto de trabajo de su personal y para mantener el servicio público que venían ofreciendo a la sociedad?
Una crisis sanitaria, social y económica como la que estamos sufriendo podría ser la palanca de cambio para corregir determinados derroteros por los que circulaban los museos en los últimos años. La pandemia es una oportunidad que no habría que desaprovechar para devolvernos unos museos más justos, sostenibles y sociales.
Trabajadores de museos en peligro
Sobre el impacto que ha tenido entre los profesionales de los museos, hay un caso que ilustra claramente la fragilidad del ecosistema museístico. En España, una institución tan relevante como la Fundació Joan Miró de Barcelona aplicó un Expediente de Regulación Temporal de Empleo a sus 57 trabajadores.
Por otra parte, la tradicional política de externalización de servicios, algunos tan esenciales e incuestionables para cumplir con la misión de los museos como los educativos, nos devuelven la cara más indeseable de los museos. Si la vida de los profesionales que trabajan con esas condiciones laborales ya era precaria antes de la aparición del coronavirus, ahora lo es más. El MoMA de Nueva York despidió a todos los profesionales de educación que habían prestado sus servicios como autónomos o freelance.
Aunque no sea prudente generalizar a partir de dos casos concretos, por muy relevantes que sean, lo cierto es que son valiosas pistas que dejan al descubierto el peligroso camino emprendido por algunos museos.
La estrategia de las pantallas
En cuanto a la solución para seguir ofreciendo sus servicios culturales, la virtualización ha sido la estrategia de urgencia. Como es natural, la respuesta ha sido desigual. Es justo poner en valor el buen trabajo de algunos pocos museos, que ya permitían visitar virtualmente sus salas permanentes y sus exposiciones temporales según la fórmula 24/7/365. El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza de Madrid está entre ese selecto y reducidísimo grupo.
Lo virtual no es más que un sucedáneo de lo físico, pero benditos los sucedáneos digitales que permiten disfrutar de una exposición temporal que hace años cerró, expulsando de la ecuación al adjetivo temporal: las muestras virtuales no tienen fecha de caducidad.
Una oportunidad para repensar los museos
No cabe duda de que los museos reabrirán sus puertas, poniéndose a punto con las necesarias adaptaciones que decreten las autoridades sanitarias. Como tampoco se duda de que los visitantes volverán a visitarlos. Ahí no está el desafío.
La pandemia debería servir para dar un vuelco al modelo pirotécnico que venía imponiéndose hasta ahora, un modelo donde sobra el ruido y faltan las nueces, el del imperio de lo cuantitativo por encima de la cualitativo. Como reclamaba Juan José Millás, la visita a un museo no es una forma de consumo, es una forma de vida.
Un giro que nos podría devolver museos más justos, sostenibles y sociales. Aquí se proponen algunas pistas:
Museos más justos. Una gran oportunidad para corregir determinados ‘modus operandi’ y evitar la creación de trabajo precario. Muchos museos han fomentado la externalización de algunos servicios, una cultura subcontratada que les ha permitido contar con una fuerza de trabajo sin preocuparse por sus condiciones laborales.
Museos más sostenibles. Una gran oportunidad para reajustar uno de los instrumentos de acción de los museos, la exposición temporal. Más vale programar una buena muestra, trabajada a fuego lento, sustentada en una buena investigación y en colaboración con otras instituciones (gastos compartidos e itinerancia asegurada), que proponer cinco irrelevantes.
Museos más sociales. Una gran oportunidad para tener museos que aseguren la plena accesibilidad. Debería hacerse caso al refrán “Más vale un museo que acoge que ciento que expulsan”.
No son propuestas novedosas o radicales. En muchos museos de los etiquetados como “pequeños” o “medianos”, como el Museo Nacional de Escultura (Valladolid), la Rede Museística Provincial de Lugo, Vilamuseu (La Vila Joiosa, Alicante), el Museo de Almería o el Museu Episcopal de Vic (Barcelona), acostumbrados a la economía de guerra y con lazos muy estrechos con la sociedad a la que sirven, ya se tomó este camino para lograr ser museos justos, sostenibles y sociales. Solo hace falta mirar hacia ellos y consultar excelentes brújulas como el plan Museos + Sociales impulsado en 2015 por la Secretaría de Estado de Cultura del Ministerio de Cultura de España.
Santos M. Mateos Rusillo, Historiador del Arte. Profesor del departamento de Comunicación (Facultat d’Empresa i Comunicació), Universitat de Vic – Universitat Central de Catalunya
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.