Aunque se puede decir que ningún país del mundo está haciendo lo suficiente para garantizar un futuro sostenible, algunos han tomado la delantera en la lucha para frenar el cambio climático. Y con muy buenos resultados. Es el caso de Uruguay, cuya apuesta por las renovables está a la altura de países como Dinamarca, Alemania o Lituania.
Uruguay tiene 3,5 millones de habitantes y una extensión de 176.000 kilómetros cuadrados, aproximadamente un tercio de España. El milagro energético uruguayo tiene su origen en el viento. Muchos parajes que se ven desde cualquier carretera que parte de la capital, Montevideo, lo atestiguan. Están salpicados de aerogeneradores de más de 100 metros de altura que se yerguen sobre praderas repletas de ganado.
Líder mundial según los informes internacionales
Según el último informe del Consejo Mundial de la Energía (IEA, por sus siglas en inglés), elaborado con datos de 2018, Uruguay es el cuarto país del mundo en porcentaje de energías renovables (viento y solar) sobre el total de la generación eléctrica. Sólo queda por detrás de Dinamarca, Lituania y Luxemburgo. Y muy por delante de España, Reino Unido, Bélgica, Holanda o Chile.
En concreto, en Uruguay el 38% de toda la generación de energía eléctrica provino del viento y del sol. Y dentro de estas renovables, algo más de un 90% salió de parques eólicos.
Otro informe pone incluso a Uruguay en una posición más ventajosa. Se trata del último ranking del REN21, una comunidad internacional formada por expertos e investigadores de instituciones públicas y privadas.
Pues bien, en ese ranking Uruguay ocupa el segundo lugar del mundo en producción de energías renovables, solo por detrás de Dinamarca. En ese estudio se destaca que el 36% de la producción energética del país corresponde a eólica y solar. En España la cifra que quedaba en algo más de un 20%.
La iniciativa de José Mujica
Los expertos dicen que el gran cambio en el modelo energético de Uruguay se produjo durante la presidencia de José Mujica, entre 2010 y 2015. Es decir, que el país latinoamericano lleva ya una década aplicando un plan para aprovechar “los buenos vientos” de los que disfruta.
Durante los años 90, Uruguay era una nación muy dependiente del carbono. Aunque no recurría a la energía nuclear, hasta un 27% de las exportaciones por aquellas fechas eran de petróleo. Y a principios de siglo un nuevo gaseoducto empezaba a suministrar gas procedente de Argentina.
Sin embargo, a partir de 2010, con la llegada a la presidencia del idiosincrático y campechano José Mujica, las cosas cambiaron y se impuso la diversificación energética. Las renovables entraron en escena y el país les dedicó una inversión en los cinco años siguientes de 7.000 millones de dólares, nada menos que un 15% de su PIB anual. Esto equivale a cinco veces la media de Latinoamérica y a tres veces lo que recomienda el economista especializado en cambio climático Nicholas Stern.
La combinación virtuosa de viento y agua
En Uruguay, como en la isla canaria de El Hierro, el sistema de generación eólico muestra todas sus bondades cuando se combina con el hidroeléctrico. Es decir, cuando no sopla el viento, la electricidad proviene del agua que se deja escapar de las presas, que antes fue llevada allí por el excedente energético de los aerogeneradores.
En 2016, los parques eólicos del país habían rebajado la factura energética entre 500 y 600 millones de dólares, la mitad de lo que cuesta un año normal y un tercio de la factura a pagar en una temporada de sequía.
En consecuencia, Uruguay puede encadenar días en que no requiere energía más allá de la que le proporcionan las renovables. Con sus aerogeneradores puede iluminar en ciertos momentos la casi totalidad de sus hogares, oficinas, instalaciones del gobierno, hospitales o estadios de fútbol.
Además, gracias al círculo virtuoso de agua y viento, Uruguay ha podido reducir su vulnerabilidad a las sequías, que antes disparaban los costes energéticos del país cuando llegaban.
Modelo atractivo para los inversores
Pero la reducción de la dependencia del carbono en Uruguay no habría sido posible sin un modelo económico atractivo y sobre todo predecible. En 2015 Ramón Méndez era director nacional de energía de Uruguay y también se había convertido en un experto mundial por su trabajo en materia de renovables. Según Méndez, el país austral en ese momento ya había reducido drásticamente su huella de carbono sin recurrir a subsidios públicos ni elevar demasiado la factura de los consumidores.
En los últimos años los inversores extranjeros han entrado en este negocio seducidos sobre todo por unos costes de mantenimiento bajos y por un precio fijo para la energía que está garantizado durante 20 años. Y eso, en los tiempos de incertidumbre que corren, no suena nada mal.
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