Parece casi de juguete. Observado bajo la lente de un telescopio sencillo, Saturno brilla como un pequeño colgante en el firmamento, algo amarillento y diminuto, con un grueso anillo a su alrededor. Pero, cuando lo miramos más de cerca, la cosa cambia. El sexto planeta del sistema solar es una inmensa bola de gas orbitada por polvo y hielo, y varios mundos gélidos que podrían albergar vida.
Las grandes lunas de Saturno, junto a las de Júpiter, son el lugar de nuestro sistema solar donde se cree que es más probable encontrar signos de vida alienígena. En Encélado, el sexto satélite de mayor tamaño de Saturno, se ha confirmado la presencia abundante de fósforo, el último de los seis ingredientes esenciales para la vida que faltaban en la luna saturnina. Era la pieza que faltaba. ¿Significa eso que bajo el hielo de su superficie, en su inmenso océano subterráneo, nadan seres extraños o se alza una civilización submarina? No exactamente.
Somos polvo de estrellas
De Carl Sagan a Jocelyn Bell, muchos investigadores y divulgadores han recurrido a esta frase para explicar lo que somos: polvo de estrellas. Las primeras estrellas del universo solo estaban formadas por hidrógeno y helio. Era todo lo que había. Pero en el interior de estos inmensos reactores nucleares se puso en marcha la fábrica de la química. Poco a poco, a lo largo de millones de años, fueron surgiendo el berilio, el carbono, el oxígeno y el resto de la tabla periódica.
Con cada supernova, con cada explosión de estrellas, todos esos elementos se esparcían por el universo para ir formando otras estrellas y otros planetas. Algunos de estos cuerpos estaban a la distancia idónea de sus soles como para permitir que se pusieran en marcha otro tipo de reacciones, como en las que la Tierra dieron lugar a la vida. Y así, comprimiendo 13 700 millones de años en un par de párrafos, llegamos al presente.
Estamos hechos de polvo de estrellas. Pero no de cualquier polvo. La vida en la Tierra, la única vida que conocemos, tiene seis elementos químicos esenciales. Son el carbono, el hidrógeno, el nitrógeno, el oxígeno, el fósforo y el azufre. Están presentes en todos los seres vivos que conocemos, por lo que se los conoce como los ingredientes para la vida (o CHONPS, por sus iniciales en inglés). Estos elementos dan forma a todas las biomoléculas que constituyen los seres vivos, como, por ejemplo, el ADN, las proteínas, los lípidos o las vitaminas. También forman otras biomoléculas inorgánicas que están presentes en los seres vivos y fuera de ellos, como el agua.
Todo lo que somos hoy, todos nuestros logros y todos nuestros fracasos, se lo debemos a estos seis elementos químicos que una vez estuvieron en el interior de una estrella. Y si han llegado hasta aquí para cubrir de vida una roca cualquiera en el exterior de la Vía Láctea, ¿por qué no podrían haber llegado a otros astros y haber puesto en marcha los mismos procesos? ¿Podría estar la maquinaria de la vida funcionando a pleno rendimiento en otros cuerpos celestes? La posibilidad está ahí, y allí donde estén los seis ingredientes mágicos es lógico pensar que las probabilidades serán más altas.
Bajo el manto helado de Encélado
Las lunas de Saturno no siempre han llamado la atención de los buscadores de vida extraterrestre. Pero todo cambió en 2005 con la visita de Cassini. A principios de ese año, la sonda de la Agencia Espacial Europea y la NASA, que ya había estado de paso por Júpiter y las grandes lunas de Saturno, se acercó por primera vez a Encélado. Descubrió que este satélite tenía su propio campo magnético que, aunque débil, le permitía mantener una atmósfera significativa. Además, parecía guardar un inmenso océano subterráneo a kilómetros de profundidad. Lo más curioso es que ese océano, de vez en cuando, brotaba hasta la superficie en la forma de potentes géiseres.
Tras estos hallazgos, se tomó la decisión de que Cassini tenía que volver a Encélado y analizar el material que brotaba de esos géiseres. Volvió en 2008, 2009, 2014 y en 2015, en dos ocasiones, antes del fin de la misión. Durante estos acercamientos recogió muestras de los géiseres de Encélado, cuyo material iba dejando un rastro que formaba el anillo E de Saturno. Los datos de esas muestras siguen siendo analizados y, desde entonces, no han dejado de darnos sorpresas.
La presencia de sales es muy destacada, lo que indica que Encélado tiene un océano salado bajo su superficie. Además, hay mucho vapor de agua (oxígeno e hidrógeno), y trazas de nitrógeno, dióxido de carbono y muchos otros compuestos orgánicos. El azufre no se ha detectado directamente, pero algunas mediciones hacen que su presencia en la luna de Saturno se dé por descontada. Hasta ahora, faltaba el fósforo para reunir los seis ingredientes para la vida, pero ya no.
Un equipo de investigadores de la Free University de Berlín y la University of Science and Technology de China ha encontrado en nueve de las muestras recogidas por Cassini la huella inconfundible del fósforo, en forma de fosfatos. De hecho, en base a los datos recabados, los científicos creen que la concentración de este elemento es bastante alta en el océano subterráneo del satélite, entre 100 y 1000 veces mayor que en la Tierra. El fósforo estaría mayoritariamente en el núcleo rocoso del astro y se iría disolviendo poco a poco en el océano.
¿Han encajado los seis ingredientes en Encélado de la misma forma que en la Tierra? ¿Han servido para poner en marcha todos los procesos que dan sentido a la vida? De momento, no podemos saberlo. Cassini dejó de funcionar el 15 de septiembre de 2017, pero su sustituta está ya en camino. El último informe del panel de consejeros planetarios de la NASA ha recomendado que, de forma prioritaria, volvamos a Encélado. La misión ya tiene hasta nombre: Orbilander. Su objetivo no es solo regresar a la luna helada de Saturno, sino aterrizar en su superficie, e intentar contestar a la eterna pregunta: ¿hay vida ahí fuera?
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