La violencia de género en línea es un fenómeno relativamente nuevo y en constante evolución. En Europa, según datos de 2014, una de cada diez mujeres había sufrido ciberviolencia antes de los 15 años y el 5 % había sufrido acoso online. Siete de cada diez mujeres víctimas de violencia en línea también sufrieron, al menos, una forma de violencia física por parte de su pareja o expareja. De manera similar, el 71 % de los perpetradores de violencia doméstica controla el ordenador de su pareja y el 54 % rastrea su móvil. Son datos del Instituto Europeo de la Igualdad de Género (EIGE).
En 2019, Kaspersky informó un aumento interanual del 67 % en el uso de stalkerware, los programas usados para rastrear los dispositivos móviles. Por un lado, la red parece capaz de ofrecer espacios de libertad sin precedentes, que potencialmente reducen la brecha de género. Por el otro, sin embargo, la violencia de género en línea tiene características nuevas, inéditas y difíciles de contrarrestar. En particular, las redes sociales ofrecen un nuevo hábitat que posibilita formas de violencia sin precedentes.
Ninguna de las definiciones concebidas puede abarcar toda la gama de fenómenos y contener la riqueza de significados de un asunto tan complejo, esquivo y cambiante. Por ejemplo, el tema del revenge porn. Se refiere a la distribución no consentida de imágenes privadas y sexuales por parte de una ex pareja. Pero, de hecho, también se extiende a extraños, aunque con distintos fines: explotación, extorsión, humillación y escarnio. La incidencia de material pornográfico producido de forma voluntaria representa un tercio del total interceptado y sustraído por las autoridades.
Formas de violencia de género digital
La revolución digital ha potenciado ciertas desigualdades de género y formas de violencia machista. La distancia entre las declaraciones de principio igualitarias y la realidad es muy amplia. En la red es posible encontrar un número indefinido de sitios y grupos cerrados en los que hombres de todas las edades y estratos sociales intercambian fotos y vídeos de mujeres, por lo general, desconocidas. Son comunidades formadas por individuos ‘normales’ que suelen esconderse tras el anonimato.
Lo que diferencia la violencia contra las mujeres en línea de las formas clásicas de violencia de género es la reproducibilidad, ubicuidad y descontrol de su difusión. La ofensa puede repetirse para siempre y tiene repercusiones en cualquier lugar y en cualquier momento. Sus víctimas son expuestas y degradadas, con alcances virales, ante una audiencia de extraños y con un efecto incontrolable. La humillación y el sentimiento de recibir una cadena perpetua irreparable lo convierten en una experiencia devastadora.
También existen otros tipos de violencia de género en internet. Por ejemplo, el discurso de odio que, cuando está dirigido a las mujeres, a menudo adquiere connotaciones de género. El ‘Barómetro del odio‘ de Amnistía Internacional registra que, cuando el tema es ‘mujeres y derechos de género’, un comentario en línea sobre tres genera discursos de odio y sexistas.
Un aspecto que merece la máxima atención en el ámbito de la ciberviolencia de género es el vinculado al uso de dispositivos. De hecho, la violencia también se produce al someter a alguien a una vigilancia continua a través de aplicaciones. Un smartphone puede ser clonado o intervenido sin el conocimiento de la víctima. Las prácticas de rooting y jailbreak permiten eludir las autorizaciones de acceso al sistema operativo del dispositivo de la víctima.
Las posibles respuestas
Diversas investigaciones denuncian que las respuestas del sector judicial y de los organismos encargados de hacer cumplir la ley son inadecuadas. También revelan una tendencia a minimizar o tratar cada agresión en línea de forma individual. Cuando se debería intentar una evaluación del impacto social del fenómeno.
Lo cierto es que en la dimensión digital este tipo de violencia se perpetra sobre todo en las redes sociales. Ni siquiera los operadores se consideran suficientemente activos en la lucha contra el fenómeno, al igual que la policía. En cambio, las redes sociales deberían asegurarse de que los moderadores estén capacitados para identificar el acoso y las amenazas en línea basadas en el género u otras formas de identidad.
Las plataformas declaran de manera explícita que no toleran el abuso basado en el género de una persona u otras formas de identidad. Aunque, para cumplir con ello, deberían obligar a respetar las reglas de sus comunidades y permitir que los usuarios usen medidas de seguridad y privacidad individuales. Por ejemplo, bloqueo, silenciamiento y filtrado de contenido.
Por último, sabemos que la exposición no solicitada a la pornografía ha aumentado y está afectando al comportamiento sexual de los jóvenes. Es necesario actuar a nivel cultural para sensibilizar a las generaciones de nativos digitales. Y también ofrecer compensación, asistencia psicológica y soporte técnico para garantizar la ciberseguridad. Además de generar contrarrelatos efectivos y rehabilitadores para la dignificación de las víctimas.
Una buena práctica está representada por el proyecto europeo Destalk. Nace de la colaboración de empresas de seguridad informática, instituciones públicas y organismos de investigación y el sector privado. Su objetivo es fortalecer las habilidades en el reconocimiento y manejo de la ciberviolencia y el stalkerware, brindando herramientas y habilidades para reconocer y enfrentar estas nuevas formas de violencia de género.
En Nobbot | Machismos digitales: cosificación de la mujer y violencia de género en las redes sociales
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