La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha afirmado que la evolución de la pandemia de la COVID-19 en Europa deja vislumbrar el fin de la emergencia sanitaria. Los dos últimos han sido años en los que el nuevo coronavirus ha provocado muchos cambios sociales y económicos. Todavía no podemos confirmar si SARS-CoV-2 será uno de esos virus que transformaron la historia, aunque, sin duda, no sería la primera vez que esto sucede.
Bacterias y virus que cambiaron la historia
Pensar en bacterias y virus que cambiaron la historia no es un ejercicio de fantasía. Los expertos hace tiempo que comenzaron a releer los acontecimientos del pasado según esta interpretación. Por ejemplo, las epidemias de cólera de principios del siglo XIX habrían provocado la caída del Imperio austrohúngaro. La rápida destrucción de la burguesía urbana de habla alemana en ciudades como Budapest (Hungría), Praga (República Checa) y Zagreb (Croacia) dejó espacio a una clase media rural sensible a las sirenas de los nuevos nacionalismos.
De este modo, un imperio debilitado tampoco pudo obstaculizar el nacionalismo italiano que aspiraba a la unificación del país. Un irredentismo a su vez postergado durante siglos, entre otras cosas, por el flagelo de la malaria que diezmaba la población. Antes, las epidemias de peste y viruela del tercero y cuarto siglo habrían abierto el camino a las invasiones bárbaras que, provocaron la caída del Imperio Romano de Occidente.
Por otro lado, la peste que azotó el Oriente Medio en el siglo VII debilitó a los dos imperios rivales de la zona, el bizantino y el sasánida. La epidemia los hizo incapaces de reaccionar ante la ola de guerreros islámicos que los atacaba. Sin embargo, el propio Islam implosionó frente a la expansión europea a partir del siglo XVIII.
Esto ocurrió en sospechosa coincidencia con la conversión de las tribus de Bengala Oriental. De hecho, los bengalíes trajeron consigo durante las peregrinaciones a La Meca los vibriones coléricos endémicos del delta del Ganges. Pero el punto de partida de esta nueva línea de estudios sobre los virus que cambiaron la historia es la tragedia de las poblaciones de la América precolombina.
El caso de la América precolombina
La Universidad de Berkeley (Estados Unidos) calculó que los indígenas amerindios pasaron de entre 90 y 112 millones en 1492 a 4,5 millones a mediados del siglo XVII. Estas cifras son rebatidas por la escuela que dirige Angel Rosenblat, según la cual el descenso demográfico habría sido menor. Es decir, los nativos habrían pasado de 13,3 millones de personas en 1492 a 10 millones en 1650.
Sin embargo, incluso esta segunda hipótesis describe un escenario que no puede explicarse solo por la ferocidad de los conquistadores descrita por Bartolomé de Las Casas. Más que de guerras y batallas, las pandemias extraordinarias deben considerarse una consecuencia de grandes movimientos humanos. Eso sí, los soldados en marcha son vehículos muy efectivos para virus y bacterias. De hecho, la ‘gripe española’ también siguió a la Primera Guerra Mundial y la peste negra fue un ‘efecto secundario’ de las invasiones mongolas.
Sin embargo, hay una diferencia. Si, por un lado, las culturas precolombinas nunca se recuperaron de aquel exterminio, tras la peste negra Europa supo renacer más fuerte que antes. Se redistribuyeron los recursos entre los sobrevivientes y se rompieron algunos monopolios culturales y económicos. La muerte de un tercio de la población europea dio paso de algún modo a la aceleración económica y cultural que habría puesto fin a la Edad Media y dado comienzo a la Edad Moderna.
Es seguro que existieron virus que cambiaron la historia, pero no fueron indiferentes al contexto social en el que operaron. El historiador estadounidense William H. McNeill ha construido una grilla interpretativa que combina el ‘microparasitismo’ de los patógenos con el ‘macroparasitismo’ de las élites gobernantes. Ambos, argumenta, tienen interés en exprimir los recursos de sus víctimas. Sin embargo, cuando se exceden y los matan, acaban sucumbiendo, a su vez, por falta de alimento.
La importancia del contexto
El estudioso cita el ejemplo de la India en su libro ‘Plagas y Pueblos‘. Los invasores arios dejaron el sur a los aborígenes dravidianos porque el clima de esa zona era demasiado cálido para sus sistemas inmunológicos. Pero su ‘macroparasitismo’ creó tal presión sobre los recursos que la cultura local necesitó crear una superestructura espiritual para sobrevivir al hambre. Así nacieron las prácticas ascéticas de los faquires y de los santones.
La culminación de estos estudios es el famoso libro ‘Armas, gérmenes y acero: el destino de las sociedades humanas’, escrito en 1997 por Jared Diamond. El texto, ganador del Premio Pulitzer, comienza con una pregunta: ¿por qué fue la civilización europea la que conquistó el mundo? Según Diamond, entre todas las áreas del planeta aptas para el desarrollo de la agricultura, ninguna tenía semejante variedad de plantas alimenticias. Además, de los catorce grandes mamíferos domesticados, trece son nativos de Eurasia o del norte de África. Fue, por tanto, la cría, con la inmunización a los virus de los animales domésticos, la que proporcionó una ventaja decisiva. No solo desde el punto de vista tecnológico y económico, sino también desde el inmunitario.
Por supuesto, si las bacterias y los virus cambiaron la historia pasada, su impacto continúa también hoy. Las ‘vacas locas’, por ejemplo, fueron interpretadas como una llamada de atención contra el liberalismo ‘thatcheriano’. Esto llevó a la Unión Europea a reaccionar desde el punto de vista normativo, algo que pudo haber acelerado el desencadenamiento del Brexit. O el caso del VIH, del que se ha dicho que podría haber acabado con el modelo social que se había impuesto desde finales de los años sesenta. Aunque en estos casos quizás se corra el riesgo de buscar correlaciones a toda costa.
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